Forman un grupo heterodoxo y variopinto en el que los años y la actividad son la argamasa que les mantiene unidos, firmemente, a lo largo de todo el curso y desde hace años. Paletistas sin techo, a la intemperie, viejos aficionados y practicantes en la antepenúltima etapa de su vida deportiva y global, atados al frontón y al ejercicio por obligación y voluntad propia. Un grupo de gente mayor pero jóvenes de espíritu, rebeldes sin causas pendientes, libres y horizontes por descubrir. Una banda afinadísima y diapasón deportivo en torno al escenario perfecto: el frontón de Ariznavarra. Una veintena de varones a punto de abandonar la escena -que toque tarde más bien- por donde el sol se pone. Un sol de invierno que calienta el ambiente para convertirlo en entrañable y único. “El mejor para esta época”, resalta Salvador Grisaleña, “porque en verano la temperatura no baja de 50 grados y nos tenemos que ir a Gamarra”. Salvador, que jugó de los 40 a los 75 -“hasta que me operé de la cadera”, apunta- ya no juega, forma parte del atrezo animado de gentes que no pierden ripio y día sin darse una vuelta por donde los demás, los más jóvenes y osados, los sin mácula, muesca o tara, pasan cada mañana, si no llueve, con una pala en la mano, embutidos en sus viejas pero bien cuidadas ropas de deporte y zapatillas “que no aguantan el mes de vida si no les pones algo de refuerzo por donde el suelo las va comiendo poco a poco”, apunta Teodoro Medrano, de Oion, que hizo sus pinitos de niño con la pelota a mano y luego, más en serio, con el fútbol. Él es de los que no falta en la cancha cada mañana, entre las 10:30 y 14:30.
Fueron ellos quienes inauguraron el frontón. Temprano, Pepe, Miguel y Tomás fueron de los primeros en estrenar la instalación, adosada a la pared trasera del Polideportivo de Ariznavarra, más resguardada, agujero de la felicidad que “nos da la vida”, reconoce Pepe, José Berganzo Ruiz de Ocenda, otro que lo dejó al llegar a los 70, espectador hoy en día, y “compañero muchos años de Oscar, el del Yin Yang, con el que no paraba de jugar”. Ellos mismos se encargaron de colocar la primera chapa. De cuando en cuando se acercan jóvenes en activo. Por ahí han pasado el especialista Arroniz, Iván Temprano, la pareja Gereñu-Gereta y los de frontenis, aunque estos prefieren las tardes. Nagore Martín y Laura Sáez echaron una mano al grupo, pero era cuando tenían más tiempo y no habían subido tan alto. Están los que recauchutan la zapatilla con goma y cola, los que reacondicionan palas con tornillería y cinta de carrocero y, los mejores, quienes acuden, día sí y día también, con una bolsa de supermercado y la fruta del tiempo dentro: la cereza, el higo, recién traída el pueblo.
Echarri, Julián, Marce, Teo, Rafa, Luis de Benito, Enrique, Pinedo, Luis, Pepe, Aitor, El Pibe -cuando no está en la Argentina- Aristimuño, Txomin y De Pablos están en la fotografía. Pero quedan fuera otros tantos. De los que se baten “en el suelo más abrasivo que hay”, según Teo, y “hasta con apuestas de a euro”, reconoce Julián mientras los de al lado bajan la cabeza con disimulo, y de los que se conforman con ver el espectáculo, de no parar de “criticar de esto y de lo otro” en la grada hasta que, unos y otros, se juntan para jugar a cartas y “meter un par de buenos órdagos al mus” en el bar de al lado. Todos coinciden en que lo importante es la convivencia y los buenos momentos que pasan juntos, el ambiente que se forma en torno a la pelota, sin olvidar que, lo principal es “mantenerse activos y en forma”, señala José Luis Pablos, que el día de la entrevista andaba con catarro y de paisano. José Luis pertenece a la vieja guardia, el núcleo principal del grupo que llevaba años de práctica en el Seminario, el primero que, en cuanto caen cuatro gotas, cambia la pala por las cartas. Aristimuño es otro de los míticos. Con 77 tacos todavía “sigo dando guerra, aunque me mueva cada vez menos”, nos cuenta, tímido y pícaro, mientras trata de que Julián González no siga con lo de las apuestas. Será que le toca a él rascarse el bolsillo para que Marce y Julián se lo lleven para casa.
La tertulia posterior, las partiditas y la preparación de las parejas y los partidos, con todo lo pasan bien. Unos en la cancha, y otros, como Restituto Manjón, salmantino de pro, jugador de mano en el pueblo, y aquí en Vitoria, -“cuando me vine a los 21 y coincidí en Gamarra con Marañón y Gorospe, alguna vez ya jugué con ellos”- y hoy se conforma con “disfrutar viendo a esta cuadrilla y pasarme luego por el gimnasio”. “De pala nada”, me dice.
Protestones y cascarrabias -en cuanto uno pasa de cierta edad es lo primero que coge- no piensan desaprovechar la oportunidad para que el frontón de Ariznavarra mejore. Entre Teo y Marce, portavoces de la minoría que nunca se calla, me apuntan estas peticiones inexorables e inexcusables. “Toma nota”, dicen. Hay que quitar de contracancha una acceso/rampa en la que “seguro nos dejamos los morros más pronto que tarde”. Aunque hay un par, la que molesta es la de la parte de adelante, “en la que tropezamos sí o también cuando vamos al dos paredes”. Hay un escalón, atrás en el rebote, “peligroso para el jugador y para quienes vayan en silla”. Y aún otras dos recomendaciones: “No paramos de perder pelotas por encima de la pared izquierda, por donde corre una pequeña cornisa. Algún día algún chaval sube y se la pega”. Y por último, “a ver si arreglan el firme del suelo? Cada 15 días cambiamos de neumático... Si van hacer hacen algo, que nos llamen”, cantan al unísono.