Antes de que al Expreso de San Viator, don Manu García, le dé por alegrarnos la vida en forma de otro chicharro megafashion, tenía pendiente hablar-escribir-sermonear-chapear sobre el gran, el único Koteto Ezkurra, the most of the most, sobre su despedida del remonte profesional, sobre la pelota vasca, sobre la pelota en pelotas, sobre el Mundial de Pelota Vasca de Barcelona, sobre el Mundial de Pelota en pelotas. Vayamos por partes, como dijo Jack El Destripador. Hace diez días decía agur al profesionalismo el Messi del remonte, Koteto, don Koteto, el mago que durante 28 años ha ejercido de Juan Tamariz convirtiendo conejos en esbeltos cisnes, haciendo magia en la más difícil de las especialidades de la pelota vasca. Su aita, José, manista profesional, le inoculó el veneno por la pelota. En un precioso paraje de la Navarra fronteriza como Doneztebe, el joven Koteto prefirió alistarse a una disciplina más habitual de la zona. Sabia decisión, joven Ezkurra. Campeón de España con 16 abriles, dio el salto al profesionalismo a esa temprana edad, frisando el acné más que la mayoría de edad. Era un 6 de julio de 1990. Desde entonces, magia-potagia de un genio asido a una xistera. Casi tres décadas después y 16 txapelas más tarde, el mágico mago se postulaba para colgar los hábitos. Ante un frontón Galarreta a reventar -quién te ha visto y quién te ve- Koteto decía adiós dejando huérfana a una disciplina que sobrevive a base de sudor, lágrimas y quizás algo de sangre. ¿Qué queda tras Koteto? Preparado para hacer magia, el gran Javier Urriza, otro mago de las canchas, quien un día decidió dejar de ser el número uno del leño para iniciar una increíble carrera profesional con el remonte a cuestas. Urriza ha heredado la corona de Koteto y la lucirá hasta que él quiera, pero -ojalá me equivoqué- el remonte volverá a instalarse en modo supervivencia como forma de existencia. Es el sino de nuestra pelota, de todas nuestras pelotas, de las que están en pelotas y las que sobreviven por no morir. Hace 30 años un servidor tenía el privilegio de jugar el Torneo Vitoriana de Electricidad. Los mejores pelotaris aficionados se citaban, jueves tras jueves, en un Ogueta a reventar. Los ecos del Mundial de Vitoria-Gasteiz aún resonaban en las paredes. Era un ambiente mágico. Pocos años atrás, las colas del Olave avisaban de la presencia majestuosa de Iturri, el genio de la pala. Cualquier tiempo pasado parece mejor, salvo para la mano profesional (y no siempre?).
El Mundial de Pelota Vasca llena estos días las canchas barcelonesas como espejismo de una cruda realidad que nos machaca semana a semana. Hace unos meses presenciaba en esas mismas canchas unos partidos del Campeonato de España de Clubes. Entonces, el panorama de los graderíos resultaba desolador. Para pegarte un palo y que nadie se enterara, diría yo. ¿Tanto mal ha generado un referente como la mano profesional en el resto de disciplinas de pelota vasca? La realidad es que en la actualidad existen más chaval@s que nunca practicando este bendito deporte. Pasan los años y entre los estudios, el botellón, el fútbol y el baloncesto la chavalería pierde su ligazón con nuestro deporte. Y el que se va, raramente vuelve. Jugar un partido en un frontón con sólo dos personas como testigos -y que uno de ellos sea un juez- es una experiencia demasiado triste por repetitiva. Competir en el Campeonato de Euskadi y aflojar el bolsillo año, tras año, tras año, es algo ya asumido por inherente a este deporte. No me quejo. Es lo que hay. Hablar de pelota vasca es hacerlo de recintos como el frontón de pared izquierda, el trinkete, la plaza libre, de especialidades como la mano, paleta cuero, media pala, pala corta, pala, cesta punta, remonte, rebote, laxoa, pasaka, bote luzea, mahai jokoa, paletón argentino, paleta goma, xare, joko garbi? Hablar de estas maravillas supone hacerlo de sobrevivir en el barro, de luchar para que todas las pelotas vascas tengan un hueco en los medios de comunicación, para que el remonte no sólo sea noticia cuando un mago desaparece, para que la cesta punta sea algo más que la nostalgia de tiempo memorables, para que el rebote no sea en pocos años una traslación de los bisontes de Altamira, para que el SOS en forma de pelota no sea el más triste designio de lo más nuestro, que no es la cuajada, sino la pelota vasca.