Omar vuela a la gloria
El santurtziarra se consagra en el Tour con una victoria inapelable en el aeródromo de Mende, donde Landa se deja medio minuto con los favoritos
MENDE - “Cuando sepa de qué va el Tour, veremos hasta dónde puedo llegar”, decía a DNA antes de iniciar la Grande Boucle Omar Fraile, atrapado por esa amalgama de sentimientos de los estrenos: ilusión, respeto, esperanza, miedo... Fraile es un tipo listo. Aprende rápido. Las caza al vuelo. Sabe de qué va el Tour. Mende es un aeródromo. Despegó a la gloria. Allí aterrizó el avión del comandante Omar Fraile, que enlazó la tierra con el cielo. Al firmamento apuntó su dedo, que recogió de una lazada tras besarse la muñeca, donde cuelga una pulsera que le recuerda a su chica. Un beso antes de las flores de meta. Fraile encontró la dicha y aterrizó con una sonrisa capaz de ocupar el ancho del aeródromo, un lugar conocido para él. Había visitado Mende en un par de ocasiones cuando el santurtziarra soñaba de lejos con el Tour. Cuando vio Mende en el libro de ruta del Tour, a Fraile se le encendió la idea. Dispuso su hoja de vuelo. Piloto automático. “Cuando a Omar se le mete una etapa entre ceja y ceja...”, discurre Pello Bilbao, su compañero de equipo, cuando describe la capacidad rematadora del santurtziarra, que ganó en plenas fiestas del Carmen, patrona de Santurtzi. Omar fue un txupinazo en la Cote de la Croix Neuve, donde estalló su traca final en el corazón del Macizo Central. “Ha sido increíble, era una etapa que tenía marcada desde que conocí el recorrido del Tour”, reflexionaba Fraile después de hacerse gigante en el Tour que no conocía. Ahora, todos le recordarán.
Fraile, que fue remero en la Sotera, que es hijo del Cantábrico, pintó el cielo de Mende con el azul celeste del Astana después de descubrir la montaña con la mountain bike. Es su uniforme de campaña para el paraíso. Su camuflaje. Para cuando Alaphilippe detectó con el radar a Fraile, el de Santurtzi había desencajado a Stuyven, que fue Ícaro. Se le derritieron las alas. No a Omar Fraile, un depredador. Su puntería es magnífica. Camuflado en la espesura de los fugados, el corredor santurtziarra esperó su momento y engatilló un triunfo magnífico. Siempre es el suyo. Gen de ganador. Hace un año cantó bingo en el Giro y en este curso descorchó champán en la Itzulia, Romandía y ahora, en el Tour, la carrera que siempre veía de pequeño, pero que no había tocado, la hizo suya. En Mende acarició el mejor de los tejidos, el de la victoria, con una subida descomunal, pura fuerza y convicción que le posó sobre un sueño. “Ya está aquí la victoria en el Tour que para mí era un sueño. Sabía que Alaphilippe no me podía coger ni a 300 metros de meta porque iba muerto”.
Omar Fraile es muy vivo, por eso acertó en Mende, donde Landa padeció y perdió 30 segundos tras la sacudida de Roglic y después de tratar de abrir hueco. “Quería probar, por mis opciones y por ver quién estaba bien o mal, pero creo que era yo el que peor iba (ríe). Me he precipitado y lo he pagado”, explicó el de Murgia, que reza por el día de descanso que le otorgue tregua a su doliente espalda. Roglic mostró la suya en Mende. Asomó el hombre pájaro en la Cote de la Croix Neuve para rentabilizar su esfuerzo con algunos segundos sobre Froome, Thomas y Dumoulin, el triunvirato que manda en el Tour.
En el Macizo Central el viento llamó a la batalla cuando aún un mundo esperaba. Atendió el voceo el Sky, siempre diligente cuando se trata del Tour, una carrera que mima desde la incubadora. Apenas había levantado la persiana el Macizo Central y la formación británica se alzó con un respingo de mala leche, como si el café estuviera frío y la tostada hubiese atendido a la ley de Murphy. Sopló el viento de costado, el siseo de los escalofríos y el Sky formó en abanicos. De repente, el pelotón disponía cuatro vagones. El Sky tiraba y se inició el caos. Asomaron los nervios y las prisas. Se agitaron los corazones. Bardet y Valverde cedían 18 segundos en el segundo grupo, Roglic 27 en el tercero y Landa, que necesita calentar la espalda que le retuerce y le recuerda constantemente la postal árida de Roubaix concedía más de medio minuto en el convoy de cierre. Fue una premonición. El frenesí se atemperó a medida que el viento prefirió resguardarse. El susto, aunque liviano, sirvió para remarcar el hilo dorado que festonea al Sky. Sus corredores valen su peso en oro.
De ese material estaba compuesta la escapada. Allí residían, entre otros, Gorka Izagirre, todo carácter, Omar Fraile, Van Amaert, De Gendt, Alaphilippe, Sagan, Stuyven ? así hasta una treintena. El Sky se olvidó del tema y arregló el escaparate. Por delante todo fue entendimiento y buenos modales hasta que Gorka Izagirre bailó ska en el Col de la Croix de Berthel. El de Ormaiztegi inició el asalto. Izagirre caminó con convicción. La misma con la que se ató a Stuyven. Slagter también se casó a ellos, pero no hizo buenas migas con Izagirre, que le echó la bronca cuando Stuyvens, pleno de potencia, dio un golpe sobre la mesa.
Fraile no perdona También voceó Omar Fraile, que no comprendía a sus compañeros. El de Santurtzi escuchaba a sus piernas. Le decían que podría ser el día. Eso mismo gritaban las de Izagirre. Fue Stuyven el que más voz les dio. El poderoso belga, apaisado sobre su bicicleta, no le dio por divagar. Fijó su mirada en el horizonte, entre carreteras quebradas y se fue directo a buscar la Cote de la Croix Neuve, la montaña que enlaza a modo de tobogán para el vuelo con el aeródromo de Mende. Allí se estrelló el belga sin remisión. “Estaba pegando mucho viento de cara y sabía que Stuyven estaba gastando mucho solo. Yo iba con buenas piernas y he querido probar desde abajo”. El despegue fue el de Fraile, que iba montado en un cohete. El santurtziarra, listo como un gato callejero, calculó la distancia. Las matemáticas le dieron la razón. También el viento. Se estiró Fraile, que escalaba con la tozudez de los convencidos y la turbina conectada, dispuesto a la mayor de sus conquistas. La Carrera, como le gusta describirla a Omar el Tour, abrazó al vizcaíno en el aeródromo, el mejor lugar para despegar con un vuelo a la gloria.