Vitoria - “Más allá de que nos enseñaran a jugar al baloncesto de maravilla, aquella experiencia en Granada representa sin duda uno de los mejores recuerdos de mi vida”. Quien suscribe esta suerte de epitafio personal y deportivo no es otro que Mikel Añua, de la saga vitoriana de los Añua y uno de los integrantes de aquel equipo mítico de Corazonistas que hace ahora cincuenta años se proclamó contra todo pronóstico campeón de España de Minibasket en la capital andaluza. Debido a tan singular efeméride, el colegio vitoriano brindó ayer un sentido homenaje a todos los integrantes de aquel plantel además de a su cuerpo técnico, que capitaneaba Javier Añua con la ayuda de una entonces promesa como Juan Pinedo y el impagable apoyo de los hermanos Florentino, Jausoro -popularmente apodado como El Watusi debido a su imponente estatura-, Sabino y Fernández de Gaceo. Todos ellos recibieron ayer de manos del director del centro, Eduardo Salazar, y el presidente de la Asociación de Antiguos Alumnos, Patxi Lauzurica, una muestra sentida de agradecimiento en nombre de la entidad colegial por la hazaña conseguida además de una camiseta conmemorativa con todos los nombres que formaron aquella expedición en 1968.
Por su parte, el equipo también quiso agradecer el homenaje donando al Museo del colegio la, probablemente, única equipación original que aún se conserva de aquellos días. Fue la madre de Ramón Zalduendo, uno de aquellos jugadores, quien recientemente obró el milagro al encontrar aquella mítica equipación de color azul celeste enterrada entre cajas, libros y objetos olvidados del desván de su casa. Desde ayer, esa zamarra histórica reposa con orgullo y perfectamente enmarcada en la cuarta planta del colegio. En un emotivo contexto de celebración y fiesta -algunos de los protagonistas no se veían desde hacía 25 años-, la jornada concluyó con un almuerzo en el propio cole donde los recuerdos, anécdotas y “pecados capitales” ya prescritos no dejaron de cobrar protagonismo.
una aventura irrepetible Quien más quien menos mantiene aún frescos los recuerdos de aquellos días por más que haya pasado ya medio siglo de vida. Aquellos imberbes infantiles de 12 y 13 años son hoy adultos en edad ya madura que han perfilado sus vidas muy alejados del baloncesto. Salvo Mikel Sánchez, prestigioso traumatólogo que mantiene una relación permanente con deportistas de alto nivel, y Guillermo Gorospe, profesor ya jubilado en el IVEF, el resto de compañeros nunca más tuvo una relación tan estrecha con el balón como la que vivieron en primera persona durante aquel mágico curso de 1968.
El comienzo de su irrepetible aventura se sitúa en plena época franquista. Colegios como Corazonistas, Marianistas y San Viator dominaban el minibasket alavés como consecuencia del empeño de frailes como el hermano Florentino López de Foronda, en el caso de los Coras, o del hermano José Olaciregui en los Marias, centro que cuatro años antes (1964) se había proclamado por primera vez para Alava campeón de España de Minibasket. La eclosión de la canasta en aquella década era poco menos que imparable. Según recoge el periodista local Roberto Arrillaga en el blog Proyecto 75ers, “tal fue la fiebre de aquellos años que se construyeron hasta 22 pistas de Minibasket y se formaron más de 200 equipos con 2.590 jugadores”.
De aquella formidable cantera surgió en Corazonistas el equipo de los elegidos. Un puñado de chavales de Vitoria e internos procedentes de la Cuenca del Deba que estudiaban en el centro y que, para su gran suerte, fueron tocados por la varita mágica de Javier Añua, entonces ya un consumado entrenador de baloncesto profesional que había llevado al mítico KAS, entre otros, a la Primera División. Para entonces, el campeonato de España de Minibasket ya era una fórmula más o menos asentada desde que en 1963 la revista Rebote decidió instaurar en España un modelo similar que décadas atrás ya había funcionado en los Estados Unidos. De este modo, recuerda Arrillaga, la Federación Española hizo suya la idea americana del Biddy Basket (baloncesto para polluelos) y fundó un club para dar continuidad al proyecto. Hesperia fue el resultado y Añua su primer delegado en Alava. En este contexto fue cociéndose la clasificación de aquel histórico grupo de compañeros de pupitre hasta alcanzar la fase final de Granada, entre el 24 y el 28 de junio de 1968.
un campeonato brillante Antes de eso se proclamaron campeones de Alava -ganaron a los Marianistas por 34 a 29- y después hicieron lo propio en el Sector, que era una especie de campeonato Regional, tras quedar emparejados con los Maristas de Burgos, el Loyola Indauchu de Bilbao y los Maristas de Palencia. Tras 24 victorias en otros tantos partidos, los Coras ponían ilusionante rumbo a Granada. El tremendo viaje -muchos de ellos no habían salido nunca de casa- se desarrolló en tren. Primero hasta Madrid, donde hubo tiempo para visitar el Santiago Bernabéu, y por la noche hasta la capital andaluza. En ese tren viajaban los sueños de tres bases (Manuel Marzana, Jesús Bastarrica y Mikel Sánchez), cuatro aleros (Gorospe, Antón Pradera, Javier Gómez y Mikel Añua) y dos enormes pívots como Julio A. Arenzana y Ramón Zalduendo, que debido a su gran estatura tuvieron que llevar sus partidas de nacimiento para demostrar ante la organización que realmente tenían los 13 años reglamentarios.
La expedición alavesa quedó englobada en el Grupo D junto a San Agustín de León, Maristas de Sevilla y Chamberí de Madrid, el gran favorito a reeditar el título. Pero no hubo color. Los pupilos de Juan Pinedo ganaron los tres partidos y se plantaron en semifinales, donde les esperaría el La Salle de Irún, al que también superaron en el último segundo (36-35) después de un polémico palmeo de Zalduendo sobre la bocina tras un lanzamiento de Mikel Añua. Explosión de júbilo y el Valencia en la gran final, al que se noqueó contra todo pronóstico con una jugada maestra de otro maestro como Javier Añua, que cortocircuitó el ataque valenciano con una entonces novedosa zona 1-3-1 que había aprendido en la Universidad americana de Saint John’s. La presión surtió efecto y la final cayó del lado de los vitorianos, que aquella mañana firmaron además un notable ejercicio ofensivo con la mayor anotación del torneo (44-40). A su regreso a Vitoria hubo recepciones oficiales y un partido homenaje en el antiguo Frontón. Fue el colofón a un año inolvidable que también en lo académico resultó brillante. “¡Estáis todos aprobados!”, aseguran que les espetó el director del colegio.