BENITATXELL (ALICANTE) - Froome repasó su memoria. Le picaba la curiosidad de una derrota. “Aquella escena seguía en mi mente esta mañana. Vimos de nuevo las imágenes de hace dos años varias veces para calcular bien la subida y cuándo era el buen momento para moverse. Las piernas han respondido y es genial estar en esta posición”, dictaminó Froome El rayo que no cesa, que escribió Miguel Hernández, hijo de Orihuela, salida de la jornada en la que el líder rebobinó los recuerdos de la Cumbre de Sol. Repasó los fotogramas de un eclipse, cuando Tom Dumoulin le tapó el sol con su imponente figura. Le hizo sombra. Dos años después, no hubo sombra que persiguiera a Froome, que dicta el relato de la Vuelta con trazo firme. El británico, un tipo analítico, icono y epítome del Sky, el equipo de las ganancias marginales, inició su victoria hace dos años. Observó que entonces se precipitó lo suficiente para claudicar ante el majestuoso holandés, que le superó en la agonística empalizada, otra vertical del campo de minas de la Vuelta. “Tenía algo pendiente con esta llegada. Lo he tenido en mente toda la mañana y en el autobús he visto la repetición de la llegada de 2015 una y otra vez para ver qué pasó y dónde me equivoqué”, reconoció Froome con una sonrisa abriéndole el rostro.
Para saldar las cuentas con su pasado reciente, el británico recalculó. Lección aprendida. Se recetó paciencia. Esperó unos metros más para entrar en órbita y subirse al Sol, desde donde observa a los terrícolas de la Vuelta, donde le persigue Chaves, su mejor rival, a 36 segundos. El colombiano fue segundo en la Cumbre del Sol, que iluminó a Froome, astro rey. El resto de luminarias se apagaron un poco. Tenues ante el brillo cegador de Froome, cada vez más dictatorial su mandato. Aru, Nibali y Roche perdieron 24 segundos (10 segundos de bonificación incluida). Todos ellos se encuentran a más de un minuto del británico tras el directo que lanzó al cielo con su furibunda arrancada, una aceleración que convirtió la pared del 14% de desnivel en un plano horizontal que también pudo con Contador, que penalizó un total de 22 segundos, los mismos que De la Cruz.
En Froome conviven dos almas, la del exquisito y educado matemático del potenciómetro y la del hombre indomable que se crió en la libertad de la Kenia. África, la llamada de la naturaleza salvaje. Froome, cada vez más sabio, mezcló ambas corrientes internas para agitarse y caer en cascada sobre la Cumbre del Sol y apagar la resistencia, camino del eclipse total. Inundó Froome, con su poderío la montaña que mira al mar para ahogar a sus opositores con la corbata roja, el color del líder que aprieta con saña desde que amaneció la carrera. Guiado por Mikel Nieve, sherpa estupendo en una subida de piolet y crampones, el británico se adentró en el último kilómetro al calor del zarandeo que propinó David de la Cruz después de las ínfulas de Bardet y Carapaz en una cuesta que era un sendero al cadalso, una ruta tortuosa al padecimiento. Nieve congeló el grupo de favoritos con un ritmo que quemaba los pulmones y derretía las piernas. Una sartén de agonía.
en el momento exacto Con el visionado del vídeo aún crepitándole los adentros, Froome decidió darse una pausa y mitigar por un instante el espíritu guerrero que ondea en la Vuelta, la carrera que desea con ojos de enamorado. Ocurre que la ansiedad es el anillo que une irremediablemente a las derrotas. El británico, casado con el Tour, se deshizo de la alianza para elevarse al altar de la carrera española. No se precipitó. Esa fue su primera victoria. Los grandes depredadores lo son porque sobresalen en el arte de la espera. El británico, el cazador más reputado, que no había dado ni un solo bocado a una etapa este curso ni es su triunfal cuarto Tour, supo frenarse. Tamborileó los dedos antes de lanzar el zarpazo. Se paró para dispararse desde el punto que le señaló el recuerdo. Contador habitaba a la rueda Froome con el triángulo rojo del último kilómetro anunciando el territorio del líder. El madrileño pretendía esposarle. De la Cruz, cambió el paso y tiró el desmarque ante la mirada de Froome. El británico se acordó de Dumoulin y despreció el señuelo. A De la Cruz se le quemaron las alas. Ícaro. El muelle del catalán apretó el botón de la ambición de Froome, una ciclista en estampida. Poderoso, furiosos, demoledor. Conectó las hélices. Molinillo. Su arrancada hizo temblar el suelo. Atila. El seísmo provocado por Froome desprendió a Contador, quemado por la turbina de Froome. “No he podido salir al cambio de ritmo de Froome. Al principio me ha costado mucho, pero he cogido un poco de aire y he podido acelerar y no perder demasiado tiempo. En cualquier caso, Froome ha demostrado que es el más fuerte”, recordó Contador.
Solo Chaves, su rival más distinguido, no claudicó en el primer giro de tuerca del líder, que conectó el programa de centrifugado a falta de 500 metros para marear a Aru, Nibali, Roche, Van Garderen o De la Cruz. El colombiano, ligero, cuerpo de colibrí, obligó a Froome a un segundo esfuerzo, que ejecutó definitivamente a Chaves, segundo, y astilló a Woods, el canadiense que dispuso a su equipo, el Cannondale, para preparar el asalto al puerto. Su trabajó derrotó a Marc Soler y Ludvigsson, los últimos reclutas de la escapada, que murieron en el felpudo de entrada al puerto. Se aceleró la carrera, y Froome, que corre más que nadie porque tiene prisa para cerrar la Vuelta, que hoy dispone de su primera jornada de descanso, tendió una escalera a 500 metros de meta. “Daba el viento de cara y no quise saltar antes de tiempo. En 2015 me precipité y me quedé sin fuerzas. Esta vez me reservé y ataqué a 500 metros. Saltó De la Cruz y luego veía que venía Chaves. Pensé que me iba a pasar lo mismo”, describió Froome, que se subió hasta el sol.