FOIX- En las piernas de Landa late con fuerza un Tour. En sus hombros, de momento, no. No posee galones. El general en el Sky es Froome y eso no se discute. Se asume. Es el peaje de ser un súbdito en una monarquía absolutista. Por eso, la cabeza de Landa niega cuando le colocan la corona de rey después de exhibir su inagotable talento en una etapa alocada, bella y explosiva que le sitúa quinto en la general del Tour, solo a 1:09 de Fabio Aru, el líder. Froome, segundo, apenas aventaja en un minuto al murgiarra, un ciclista colosal. Inconformista y con arrojo. Como él en 2012. “Soy un escalador y cuando hay montaña puedo lucirme porque tengo más piernas que galones. Sé cual es mi rol en el equipo. Ojalá que Froome gane el Tour... o si no yo”, dijo el alavés. Landa, apoteósico una vez más, desatado y sin grilletes en un día memorable, en los que le gusta retratarse, tuvo que tragar bilis pensando que París no queda tan lejos de Milán. Imaginando que el rosa combina bien con el amarillo. En el Giro, su carrera fetiche, fue tercero en 2015 y en el Tour, una prueba que no le seducía del todo antes de mirarle a los ojos, el podio no es una quimera para él. Tampoco el triunfo en los Campos Elíseos.
El día que ingresó en el ejército del Sky, a Landa, de natural rebelde, le raparon la cresta de gallo. Al cero. Como esos reclutas que en la mili dejaron la personalidad en el suelo de la barbería. Hasta ayer. Landa es un insumiso. Quiere el Tour. “Mikel, hoy es el día para que entres en la general. Es perfecto para el Sky”, le animó Contador, su compinche en una aventura deliciosa. Fue un día grande. De no existir, a Landa habría que inventarlo. El alavés es una bendición aunque a sus jefes su ciclismo impulsivo, su bandera pirata y su determinación les altere el biorrtimo y la paz social. Landa, al que se le desparrama la personalidad, se desabrochó y rubricó una oda al ciclismo de guerra compartiendo trinchera con el combativo Contador, un amante de la guerrilla y de las locuras. Ambos se hermanaron para elevar el Tour y sublimarlo, aunque el triunfo lo cazó Barguil en la fiesta nacional francesa, a la que se sumó Quintana, que abrió la puerta a la general de la que se había desprendido en Peyragudes. Los favoritos, todos juntos, entraron a 1:48 de los sublevados. Empate en Foix. Pacto.
A Landa no le entusiasma ni la diplomacia ni la cháchara. Odia los corsés y la espera. También el chaqué. Lo suyo es calzarse unas alpargatas viejas en verano y disfrutar pedaleando sobre una bicicleta, sin mirar si esta tiene roña o es nueva. Le basta con que sea cómoda y el viento le dé en la cara. La acción, para bien o para mal, es su respiradero. En su singularidad, Landa es un ciclista a dos tintas. Blanco o negro. Contador también maneja ese código de colores. Primarios. Dos ciclistas binarios. Hablan el mismo idioma. Por eso se entendieron sin necesidad de abrir la boca. La mímica de los rebeldes. Los discursos son para otros. El madrileño necesitaba rehabilitarse de su destino, de las caídas que tanto le escuecen y que le han nublado el Tour, y Landa deseaba pasear su orgullo de campeón, su ciclismo embriagador. Aunque encerrado en el ritual del Sky, Landa, refractario a la claustrofobia, mostró su enorme catálogo en el tobogán pirenaico. Fue un día trepidante, desbocado, hermoso. En Latrape hubo fuegos artificiales. La traca de Landa y Contador. Ambos, como Sundance Kid y Butch Cassidy, honraron el corazón del ciclismo con una fuga formidable que dejó a Landa en el portal del podio. Barguil y Quintana se sumaron a la cabalgada en el Col d’Agnes mientras en el salón noble, donde permanecían Aru, Froome, Bardet, Urán, Martin, Yates... los duelos eran de miradas, de amagos y de fogueo.
a tope Landa dispara con bala. Siempre. O mejor, prefiere la dinamita. Fuego, ruido y humo. O todo mezclado. El coctel explosivo del alavés tronó en la segunda jornada pirenaica, a la que dio mecha Contador, el caído que nunca se rinde. Tiene algo de El Cid, al que montaban después de muerto en el caballo para ganar batallas con su presencia. Descabalgado de cualquier opción en la general, Contador recopiló el espíritu de Formigal. El madrileño no sabe estar lejos de los focos. Ama los escenarios repletos de luces brillantes y los carteles con su nombre en grande. Landa tampoco esquiva la purpurina. El alavés supo que el dorsal a seguir era el de Contador, siempre dispuesto para la resurrección. Se prensó a su dorsal con la carrera absolutamente desordenada. En apenas cien kilómetros y sin el férreo control del Sky, que eligió el toque de corneta, el Astana, cojo, sin profundidad de banquillo, no pudo maniatar la etapa, que se asemejó a una carrera de juveniles. Caótica, acelerada, velocísima, fascinante, bella.
Con Landa grapado a Contador, Quintana, otro descarte en Peyragudes, quiso redimirse y se vinculó a Barguil y Kwiatkowski. El polaco es un tesoro del Sky, que repartió ciclistas en todos los frentes. Nieve acompañó a Froome entre los patricios. A Aru le abrazó la soledad. Fuglsang, herido, se desprendió de inmediato de la ecuación de la Grande Boucle. Otra víctima para el muro de las lamentaciones del Tour, que vive apretujado, con la trama en escasas manecillas.
El Tour es el mejor thriller. En ese relato, Landa, arengado por Contador, flotó a menos de medio minuto del liderato. Aru dejó que los intereses encontrados tirasen por él. Froome, sin la chispa de antaño, vigilaba. Bardet y Urán jugaban al mismo juego hasta que la carrera entró en el Mur de Péguère, un puerto estrecho, con brea ajada y rostro de púgil. En esa ascensión plomiza Barguil y Quintana enlazaron con Landa y Contador. Los favoritos se movían despacio, salvo Dan Martin, que adelgazó el grupo. Froome pretendía rematar al líder y arrancó un par de veces. Agua. Aru espabiló y Bardet también lanzó un señuelo. Faltó colmillo. En el descenso la ruleta continuó girando, con idas y venidas. Dan Martin y Simon Yates se lanzaron. Querían protegerse de Landa, que no frenó. El alavés, un polvorín, no apagó su fuego. Lanzallamas hasta meta, donde Barguil venció el sprint con justicia poética por delante de Quintana y Contador. El alavés, que se vació sin más futuro que el presente, llegó un par de segundos después. A tiempo de subrayar su candidatura. Landa vale un Tour.