EL nombre de Héctor Cúper ha recobrado el protagonismo futbolístico después de años de travesía por el desierto. Hasta que llegó al oasis de Egipto, a cuya selección ha conducido hasta la final de la Copa de África, trofeo que conquistó en siete ocasiones y que hoy intentará reeditar ante Camerún. El pasado miércoles eliminó en la tanda de penaltis a Burkina Fasso gracias al portero Essam El Hedary que, a sus 44 años, se convirtió en el genuino héroe del partido. El Hedary está considerado en el equipo de los faraones como una especie de talismán, y más le vale que siga ejerciendo su beatífica influencia para contrarrestar la fama de gafe que arrastra el técnico suramericano desde que diera los primeros pasos como entrenador, allá por 1994.
Héctor Cúper colgó las botas como jugador en el Atlético Huracán argentino en 1993 y pocos meses después inició su carrera por los banquillos en el mismo equipo, logrando a las primeras de cambio alcanzar el subcampeonato en el Torneo Clausura, aunque en el último partido, disputado frente al Independiente, le valía el empate para ganar el título y perdió con los de Avellaneda.
Lo que parecía un éxito evidente, sin embargo, se convirtió en el comienzo de una negra leyenda. La de un reputado técnico que tuvo la oportunidad de dirigir a grandes equipos para acabar, sistemáticamente, ahogándose en la orilla y sin poder cruzar el umbral de la gloria. Maleficio o tremenda casualidad, el caso es que Héctor Cúper colecciona hasta siete subcampeonatos en torneos importantes, dos de ellos nada menos que en la Liga de Campeones y con el Valencia.
Pese a todo, el técnico de Santa Fe difícilmente podía intuir semejante desatino cuando dejó el Huracán para irse al Lanús y allá, en su segunda experiencia como entrenador cumplidos los 40 años, ganaba la Copa Conmebol, un torneo que tenía el formato de la antigua Copa de la UEFA y que desapareció en 1999.
Su brillante comienzo en la dirección técnica le sirvió a Cúper para dar el salto a Europa, donde fue contratado por el Mallorca, un club que bajo su magisterio escribió las mejores páginas de su historia.
En 1998 consiguió clasificar al equipo bermellón para la Copa de la UEFA y alcanzar la final de la Copa frente al Barcelona. El tiempo reglamentario terminó con empate a un gol y el Mallorca disputó gran parte de la prórroga con tan solo nueve jugadores. Después de aguantar con eficacia las embestidas del gigante azulgrana, llegó la tanda de penaltis. Ya era una cuestión de suerte. Y la suerte... Xabier Eskurza, entonces enrolado en el equipo insular, falló el lanzamiento decisivo, el Barça alzó el trofeo y el Mallorca se tragó la amarga experiencia.
De lo malo, el equipo bermellón se clasificó en aquella singular temporada para la última edición de la Recopa, un torneo reservado para los campeones de Copa, ya que el Barcelona, que también había ganado la Liga bajo la batuta de Louis van Gaal, participó en la Liga de Campeones. Y el Mallorca volvió a llegar hasta la final, donde le aguardaba la Lazio y otro desencanto con la derrota por 2-1.
Pese al revés, lo cierto es que el Mallorca alcanzó en aquella temporada su mejor clasificación liguera, tercero por detrás del Barcelona y el Real Madrid, con el añadido de una plaza para la Champions, aunque no pasó de la eliminatoria previa, pues fue derrotado contra pronóstico por el Molde FK noruego.
Héctor Cúper, un entrenador avezado como nadie en armar equipos muy sólidos y fiables, aprovechó su buena labor en el club mallorquín para medrar y llegar al Valencia, no sin antes dejar el único título que adorna las vitrinas del Mallorca, la Supercopa de España ganada precisamente al Barça, pero a doble partido. Una dulce venganza antes de embarcarse en una experiencia verdaderamente traumática.
amargura valencianista Porque el Valencia, con él, perdió dos finales de la Liga de Campeones consecutivas, en los años 2000 y 2001.
En la primera, disputada en París, el Real Madrid fue netamente superior y venció con holgura (3-0). Pero en la segunda, con el Bayern de Múnich de contrincante y el estadio San Siro de Milán como escenario, la pelea alcanzó el extremo de la tanda de penaltis, donde el guardameta alemán Oliver Khan fue más certero que el manchego Santiago Cañizares (5-4).
Cúper optó por cambiar de aires y se enroló en el Inter de Milán, donde recibió otro golpe de infortunio que le privó de ganar en 2003 el Scudetto cuando lo tenía casi todo a favor. Después de dominar el campeonato, otra vez en la última jornada (como le ocurrió en el Huracán) perdió con la Lazio (de nuevo el equipo romano) y fue la Juventus quien se llevó el título.
A la siguiente temporada el técnico argentino fue despedido. Luego se tomó un año sabático y después regresó al Mallorca, donde su estrella ya no volvió a brillar. Fue dando tumbos en el Betis, Parma y la selección de Georgia. En 2009 fichó por el Aris de Salónica, con quien alcanzó una nueva final de Copa, que también perdió, ante el Panathinaikos.
Despedido en el club griego y tras una breve experiencia en el Racing de Santander, algo más en el Orduspor turco y poco en el Al-Wasl de los Emiratos Árabes, cuyo mánager era Diego Armando Maradona, en marzo de 2015 la federación egipcia le llamó para que tomara el relevo de Shawky Gharib, y desde entonces la suerte ha vuelto a sonreír a Cúper. Pero lo hace de una manera un tanto socarrona.
Lleva muy bien la fase clasificación para el Mundial de Rusia 2018 y en la Copa de África que se disputa en Gabón ya está en la final. Y aquí es donde surge la morbosa cuestión: ¿Ganará, al fin, un gran torneo? O...