de los años que duró el periodo de aprendizaje, aquellos maravillosos años de juventud, el discípulo recuerda los sabios consejos del maestro cuando entrenaban juntos en la cancha del Vitoriano. Carlos Marañón era un mozo de 16 años, un aprendiz de shaolin, Kwai Chang Caine, y Ogueta el maestro Po, guía espiritual y héroe, el hombre que había alcanzado la iluminación y la sabiduría, la versión más terrenal de Yoda. El caso es que Marañón le miraba embelesado, pendiente de cada palabra y, fundamentalmente, de cada gesto. El Ciclón era 17 años mayor. Los entrenamientos eran pura diversión pero había que sufrirlos. Ogueta no debía pasar del dos al principio y después superar el cuatro por obligación. Marañón le podía pegar dónde, cuándo y cómo quisiera. Y encantado. A veces, con la segunda fórmula, el discípulo superaba al maestro. En los más alegres, ahí, Ogueta le volvía loco. Un prodigio. De esto hace de cuando la tele era en blanco y negro y kung fu se ataba el kimono con el anaranjado. Una tarde de aquellas, al terminar la sesión, Ogueta le propuso acompañarle a las fiestas de Bernedo. Llegar al pueblo en el 124 sport del mito, bajarse del coche y que le vieran, era como ajustarse el amarillo en los Campos Elíseos.
Marañón nació en Quintana, el pueblo de la madre, Paula, y a los cinco se trasladó a Villaverde, al otro lado de Bernedo, donde nació Antonio, el padre. Allí vivió hasta cumplir los 12, cuando la familia decidió coger los bártulos y asentarse en la capital. En Jesús Obrero nació la afición. Ruiz de Samaniego le incitó y en cuatro días ya le superaba. Hizo buenas migas con Ramón Díaz de Albéniz, con quien compartió un buen número de partidos de escolares. Coincidió con Monreal, el padre, y con Javier Gorospe, con quien jugaría el primer torneo de cierta importancia en Legutio, entonces Villarreal de Álava. Debieron disputar las semifinales del torneo en categoría de Promesas pero Gorospe fue llamado para jugar el campeonato de España. Entró Arregui en su lugar. Perdieron la eliminatoria. Con Jesús Alcalde, rondando los 18, Carlos ganaría el campeonato de Segunda y ambos se harían con una plaza en la categoría superior. Precisamente, poco antes de este partido, y para jugar el campeonato de España de juveniles que se disputó en Vitoria, Marañón había ganado todos de preselección, jugara con el compañero que fuera. Cuando llegó el momento de la verdad, con la bolsa dispuesta para jugar junto a Alcalde esa cita, el presidente Arrizabalaga le anunció que su lugar lo ocuparía Nalda III. “Me quedé descompuesto”, recuerda Carlos. Aquella fue la gran desilusión de su carrera. El partido era contra Urkiza y Gorostiza, el hasta hace nada campeón más joven del Manomanista, un fuera de serie. Poco después de aquello se fue a estudiar a Zamora, con una beca, a la Universidad Laboral. Perdería la beca pero acabaría jugando mejor. Jugó con Zamora un sub’22 de España. Cayó en la semifinal ante el vallisoletano Falagan, que sobrepasaba la edad. Los pelotaris no nacidos en Euskadi, Rioja o Navarra podían jugar con más de 22 años. El campeón sería el gran Bengoetxea III, el “voleista” de Leitza, profesional y número uno años después. Un año pasó en Zamora y luego cinco seguidos jugando el campeonato de España, con Alcalde, con Monreal y con Eguino, su alter ego. Precisamente con El chino lograría un subcampeonato estatal por clubes jugando por Michelin.
A partir de 1980 alternaba frontón y trinquete. La inauguración del Beti Jai gasteiztarra le cambió la vida. Entró en la Federación, donde hacía de todo. Hasta de carpintero. Entrenaba a todos, ocupaba todos los frontones y se hizo cargo de la promoción de los pelotaris alaveses junto a Akixu, Biasteri y Ugarte. El Maitena le enamoró. Se hizo jugador de trinquete y como tal disputaría el Mundial de Méjico de 1982 donde, junto a José Luis Angulo, lograrían el subcampeonato tras caer contra los franceses Garat y Karrikat. Andaban por allí Langarika y Larrañaga. Nuestro protagonista acabó el partido con las manos destrozadas. El mal le duró tanto tiempo que, el entonces presidente Alberto Bengoa decidió nombrarle seleccionador. Aceptó y fue apartándose del combate para entrar en la estrategia. Pasaba los treinta. De sustituir a Madrid en la selección alavesa, pasaría poco después a ser designado seleccionador español. Le tocó preparar la cita del X Mundial de Pelota Vasca que se disputó en Gasteiz en 1986. Dispuso una lista en la que estaban Arzelus, Satrustegui e Iribarren de Navarra, Berna de La Rioja, el guipuzcoano Intxaurrondo y el alavés Urrutia. A última hora se cayó del grupo Furundarena. Nuestro pelotari era muy parecido a Iribarren, a la postre campeón en Vitoria en mano individual. Poco antes de decidirse por el trinquete vivió una curiosa anécdota en el frontón. Fue el año que Garaita salió campeón de España individual. Un año antes, una intervención había permitido a Eguino ganar ese título. Con el incombustible Eguino de pareja, vencían por 9 a 2 a Zarandona y Castillo en los nacionales disputados en Segovia cuando de pronto, le sobrevino un estado tal de nerviosismo e imprecisión que no daba una. Eguino estuvo a punto de ganar solo, pero se quedaron en 16. Lo bueno del caso es que la vida les dio otra oportunidad en San Isidro y ante los mismos rivales. Jugaban las cuatro parejas finalistas en el campeonato de España y los nuestros le dieron la vuelta a aquel resultado en una final que La 2 de TVE ofreció a todo el Estado. Un gran triunfo. Muy celebrado.
En otro ocasión, en un federaciones en Zaragoza, el delegado Arcaya no pudo viajar y Marañón asumió la obligación compartiéndola con la de pelotari. Los maños se jugaban el descenso y pretendieron ganar sin jugar aduciendo que Álava no presentó las fichas -entonces no se estilaba-, se quedaron en casa, en la Federación. El frontón lleno, la afición ruidosa. La jugada les salió mal. La Española, al ver que Zaragoza actuaba de mala fe, les quitó los tres puntos en juego y eso les supuso el descenso. Historias de la vida. Ahora juega al golf. No es un dato irrelevante. Es muy bueno.