vitoria - El atletismo alavés perdió el pasado 15 de abril, a los 86 años, a uno de sus referentes, Antonio Ruiz de Lezana Sáenz de Marinda, uno de los padres que apostó e impulsó esta disciplina tanto en su faceta como deportista como en la de directivo, donde desempeñó, entre otros cargos, el de presidente de la Federación Alavesa de Atletismo (1965-1968). Nació en Vitoria un 7 de noviembre de 1929 y desde bien temprana edad siempre manifestó una afición insólita, además de unas condiciones físicas innatas, por el deporte en cualquier de sus modalidades. Fue un todoterreno adelantado a su época que en los años 80 logró forjar como atleta veterano un currículum extraordinario. Así, por ejemplo, en 18 ocasiones (entre 1983 y 2003) fue campeón de España en una variedad de pruebas propias de un atleta completo como lanzamiento de disco, jabalina, 110 y 300 metros vallas y pentatlón. Como quiera que su espíritu competitivo nunca le abandonó a lo largo de su carrera, también tomó parte en varios campeonatos de Europa (su mejor puesto fue una medalla de bronce en pentathlon en aquel año olímpico de 1992) e incluso del Mundo, donde un año antes terminó quinto en la durísima modalidad del decathlon. En aquellas citas internacionales, Ruiz de Lezana compitió en la categoría de 60/64 años. La última vez que se vistió de corto fue en el Mundial de San Sebastián. Corría el año 2005 y este alavés midió sus fuerzas entre los atletas con edades de entre 75 y 79 años. Volvió a terminar más que satisfecho. Fue séptimo en martillo con un lanzamiento de con 31,55 metros, visiblemente inferior al que décadas atrás, cuando era un mozo y a punto estuvo de romper el hasta entonces récord de Álava de esta disciplina. Entonces, año 1962, el joven Antonio envió el pesado metal hasta casi los 39 metros, una marca más que respetable en aquella época. Por si fuera poco, también fue pionero este vitoriano en el submarinismo a pulmón y durante algunas temporadas formó parte del histórico Club Deportivo Vitoria de fútbol.

Como era de esperar, su fallecimiento deja un gran vacío en el mundo del atletismo local, pero sobre todo en su propia familia, principalmente en sus tres hijas, Sara, Raquel y Esther, con las que compartió los últimos tres años de su vida una vez que su esposa, Emilia Ceballos, decidió tomarle ventaja por primera vez en la carrera de la vida. Buen padre pero sobre todo buena persona, Ruiz de Lezana fue un ser polifacético dotado además de una gran curiosidad intelectual que le llevó, por ejemplo, a sentir fascinación por la astronomía -se construyó él mismo un telescopio- y por todas las ramas del saber. Cultivó las artes musicales y aprendió a tocar el piano de oído, pero también se decantó por la escultura y la pintura. En cierto sentido, fue un hombre del Renacimiento al que su familia aún sigue preguntándole cómo era capaz de llegar a todo.

Como se decía, pasó los últimos años de su vida junto a sus tres tesoros, sus hijas, benefactoras de su cariño, de su buen humor y, sobre todo, de su innumerable catálogo de anécdotas como la del cura del colegio en el que estudiaba: “Señor Ruiz, no sea usted tan ruiseñor”, solía recordar. Ahora que han pasado ya unos días de su muerte, el recuerdo sigue más vivo que nunca en cada una de ellas. “Paseando por Olarizu su recuerdo nos llena de orgullo y de una inmensa paz interior porque fue un hombre feliz que disfrutó cada momento de su vida. Aita, te queremos”. - Andrés Goñi