Madrid - Con 60 años recién cumplidos, el nieto de un albañil italiano instalado en la Lorena francesa tras la Primera Guerra Mundial se lanza a la presidencia de la FIFA, el escalón superior a la UEFA que dirige desde 2007, una tendencia natural en Platini, un líder que no se deja mandar.

Al término de una carrera plagada de éxitos, Platini opta ahora al puesto más importante del fútbol mundial. Parece el paso natural de un carismático personaje del fútbol mundial que ha marcado el deporte que practica en las últimas cuatro décadas y que ahora quiere dirigir.

Su punto fuerte es su propia figura. Sus flancos débiles son su origen europeo, la federación más rica y altiva del mundo, y sus relaciones demasiado cercanas durante demasiado tiempo con el ahora contestado Blatter.

Platini nació el 21 de junio de 1955 en Jouef, el noreste de Francia y, desde niño, superó sus límites para convertirse en un líder natural en el terreno de juego. Demasiado gordito para ser futbolista, se sobrepuso a sus fronteras para triunfar, algo que, posteriormente, hizo como dirigente del fútbol, labor que ha ejercido con mano de hierro.

Formado en el Nancy, dio el salto en 1976 al Saint-Etienne, donde llamó la atención del Juventus de Turín, que lo fichó en 1982 y, en un lustro, se convirtió en su emblemático capitán. Considerado uno de los mejores jugadores de todos los tiempos, autor de 356 goles en su carrera, Platini fue el primer futbolista que ganó tres Balones de Oro, cuando el premio se atribuía a jugadores europeos.

Nada más colgar las botas, con 32 años, se hizo cargo de la selección francesa, pero el capitán que nunca ganó un Mundial no tuvo un paso agradable por el banquillo. Esa mala experiencia le hizo reflexionar y, ahora, se lo piensa dos veces antes de lanzarse a una aventura.

Copresidente del comité organizador del Mundial de 1998, impuesto por el entonces presidente, François Mitterrand, Platini pensó en presentarse a la presidencia de la FIFA cuando Joao Havelange puso fin a su reinado en 1997. Pero, escarmentado por su experiencia demasiado temprana de seleccionador, prefirió esperar para aprender, y dejó el paso libre a su “amigo” Josep Blatter, mano derecha del jerarca brasileño, al que avaló para acceder al trono europeo.

Entonces formaban un tándem que parecía indestructible y, de la mano del suizo, Platini conoció los pasillos de una institución que nada en la abundancia y que reparte prebendas por todo el mundo.

En 2007 Blatter decidió lanzarle a la presidencia de la UEFA. Al frente de la Federación Europea, el que estaba designado a ser un peón del presidente de la FIFA se convirtió en un hábil administrador, que puso en práctica lo aprendido con su maestro.

El líder que no se dejaba mandar cobró una gran independencia que le fue alejando de su mentor, que mantenía su poder asentado en las Federaciones más pobres.

Platini acabó con la fronda de los clubes más potentes de Europa reunidos en el efímero G14, abrillantó el prestigio de la Liga de Campeones al tiempo que la abrió a los clubes más modestos y puso en marcha el llamado fair play financiero para evitar la llegada de dinero sin control al fútbol.

La ruptura con Blatter se produjo en 2010, cuando la FIFA eligió las sedes para los Mundiales de 2018 y 2022. El patriarca había programado que la primera fuera para Rusia y la segunda para Estados Unidos. Pero Platini maniobró, puso sobre la mesa todo su peso e influencia y logró cambiar el sentido del voto para que la cita de 2022 recayera en Catar.

Desde 2012, el hijo de Platini dirige una filial de la influyente Qatar Sports Investments (QSI), propietaria entre otros bienes del París Saint-Germain.

En 2013 el apoyo de Platini a Blatter fue menos evidente y, en mayo, se tornó en una guerra abierta. “Demasiados escándalos”, aseguró el patrón de la UEFA, que pidió el voto para su rival, el príncipe jordano Ali bin Al-Hussein, que ahora puede convertirse en su rival. Porque el líder Platini no acepta que nadie le mande. - Efe