MILÁN - En la avenida en la que se apaga el Giro, tres semanas después de amanecer en San Remo, Alberto Contador, rosa la maglia, la bicicleta a juego, combinando el negro y el rosa, saludaba su entrada en Milán mostrando tres dedos en cada una de sus manos. Cuenta el madrileño tres Giros, que en realidad son dos, -le retiraron el triunfo de 2011 por asuntos de dopaje- a modo de acto reivindicativo. Oleg Tinkoff, el dueño del equipo, que se tiñió el pelo de rosa, también muestra sus dedos. Saca a pasear el índice de cada una de sus manos cuando posa para la historia al lado de Contador y su equipo. Un mensaje que no necesita ser descifrado. Una peineta por partida doble. Es su ábaco, la manera de contar que tiene el magnate ruso. Antes de la aparición del patrón, en el podio, Contador sumó su beso a la copa del campeón, tan dorada la espiral, tan hermoso el trofeo, donde se inscribe el nombre de los ganadores.

“Durante estas tres duras semanas del Giro, todo lo imaginable ha sucedido. Ha sido una hermosa carrera, y una experiencia muy especial para mí”, resumía Contador. Por dos veces está serigrafiado su identidad. En 2008 y 2015. Para que tatuaran su victoria en la historia de la carrera italiana, Contador, que ha vestido durante 16 días la maglia rosa (se la prestó durante una jornada a Fabio Aru), tuvo que derrotar al Astana, la apisonadora celeste, el equipo que dominó con su batallón el Giro de punta a punta. El Astana meció la carrera desde la cantarina San Remo hasta la industrial Milán, insuficiente en todo caso para destronar a Contador, que estrujó el Giro en una contrarreloj individual de 60 kilómetros.

Sin el caparazón de la escuadra, Contador laminó a Fabio Aru, segundo en la general, y al extraordinario Mikel Landa, tercero, ambos en los flancos del madrileño, dueño final de un Giro inolvidable, el tercero más rápido de la historia tras las ediciones de 2009 y 2010 de la carrera italiana y, seguro, uno de los más espectaculares que se recuerdan, resuelto definitivamente la víspera del paseo por la capital lombarda. El laurel sitúa a Contador en el memorial del ciclismo, un nombre para el panteón de los más grandes. Iguala el madrileño las dos victorias de Miguel Indurain en la prueba italiana y le alcanza en el palmarés de la recolecta entre las grandes: siete, si bien, el reparto es muy distinto. Dos Giros y cinco Tours para Indurain y dos Giros, dos Tour y tres vueltas para Contador.

Para acceder al portal de los ilustres, Contador tuvo que sobrevivir al Astana y al espectacular Landa, sin duda, el gran descubrimiento del Giro en las tramas montañosas de la prueba que animaron la carrera. El Mortirolo, la Finestre, Monte Ologno y Madonna di Campiglio entre otras cimas esculpieron un duelo fantástico que Contador resolvió merced a los ahorros de la contrarreloj, el plomo que lastraron las alas de Landa. Rentista cuando tocó, derrochador cuando pudo, el madrileño desactivó al prodigioso Astana, que no supo enredar suficientemente a Alberto Contador a pesar de disponer de superioridad numérica en el debate.

La táctica del astana Es más, fue Contador, con el joystick del Giro entre sus manos, el que nutrió la rivalidad en el seno de la Astana, donde Mikel Landa se convirtió en el pagano de un relato que se escribía en italiano. En esos parámetros de politiqueo, Aru fue el favorito y protegido por Martinelli, aunque la carretera negase al sardo frente a Mikel Landa, el más solvente en las cumbres que se tuvo que frenar para no deslegitimar a la apuesta del Astana. La gestión de la carrera por parte de la dirección kazaja, -el episodio de la Finestre, donde Landa se vio obligado a parar por la voz de Martinelli cuando Contador padecía-, constató que el Astana estaba volcado en abrigar a toda costa a Fabio Aru, finalmente recompensado con dos etapas a pesar de que su impacto era menor que el de Mikel Landa, ganador de otras dos etapas, que actuó con una lealtad y profesionalidad encomiables para esquivar la frustración que generadas por las decisiones de su equipo.

Ese asunto doméstico, que se vio reflejado también en el saludo diplomático entre Aru y Landa en el podio final antes de que ambos se relajaran, favoreció a Contador, experimentado y regular en cada una de su apariciones a pesar de la caída que le dañó el hombro. Solventada la dolencia, la contrarreloj individual, otorgó vuelo al líder. Penalizó a Landa, que perdió más de cuatro minutos con el madrileño. A partir de entonces, el Giro asistió a cuatro días montañosos de ensueño que desembocaron en Milán, sede de la Expo. Allí, en el escaparate, se expuso la felicidad de Mikel Landa y su esplendoroso futuro, la efusividad de Aru y el gozo de Contador que mira sin disimulo al julio francés- “mi Tour empieza aquí”, dijo- tras colgarse otro giro. El segundo. ¿El último? “Ha sido un Giro emotivo para mí. He dicho que será mi última participación, pero nunca se sabe. Como decimos en España, nunca digas nunca”.