Cuando Koteto Ezkurra se quitó el casco en la final del Parejas de remonte del 20 de diciembre recordó el tango. ¡Que veinte años no son nada! No lo son. Eran veinte las primaveras pasadas en el retrovisor de la memoria y veinte los cursos desde su primera txapela en duetos. No son nada, Koteto. “Cada campeonato es una nueva historia”, desvela. En las piernas del doneztebarra se acumulan once cetros del mano a mano y cuatro del Parejas. Historia viva y coleando en más de veinte años en las filas del profesionalismo remontista.

Se quitó el casco cuando se paró el azul en el luminoso en el 40. Habían volado los años, los meses, las semanas, los días. Se había apurado la vida. Pero no la ilusión: pulmón y gasolina. “Lo que está claro que lo que hace falta para continuar en la brecha es la ilusión. Quizás las cosas se están acortando más por la edad. Ahora, los baches son más gordos y te cuesta más salir. Pero cuando sales con ilusión, las cosas pueden salir bien. La primera txapela del Parejas la gané hace veinte años y la ilusión sigue intacta. Si no estoy motivado o sin ganas, es mejor quedarse en casa. Yo siempre que juego, lo hago a tope. No obstante, tener algún pero o algún dolor merma mucho”, sostiene Ezkurra. Así, confiesa que pasó el verano cabizbajo “por el mano a mano y las lesiones”. “Se te van las ganas después de los viajes, entrenar, prepararte... Y de repente te rompes. Eso derrumba la moral. Ganar te reactiva. Es una inyección de moral terrible”, certifica el delantero doneztebarra, quien añade que “la ilusión es vital, como no tengas mejor no salgas. La ilusión te motiva, te mueve, te activa, es el punch que hace falta”.

Es incombustible Ezkurra. En el zurrón cuentan ya 41 años. 19 más que Josetxo Ezkurra, su sobrino, a quien se enfrentó en la final. Koteto la disputó junto a Ion y su adversario con el campeón del Individual Julen San Miguel. “Cuesta mantenerse por el tema físico. En estos momentos, quieras que no, hay achaques. Si el cuerpo está bien, está claro que es más fácil llevar las cosas bien. Ahora durante el año hay muchos peros y es lo que más quema al deportista. Una vez que caes en el bache hace más complicado volver”, recita el navarro, quien no esconde que “si estoy bien de físico y con un tono de juego bonito, voy encantado al frontón. He pasado más de media vida en el frontón y eso no me lo quita nadie. Al final, ir a jugar y entrenar en el frontón con la gente que has vivido siempre es muy importante para mi vida. Es como un pulmón. Siempre te mueves en torno a eso y es mi principal fuente de energía”.

No ha sido fácil 2014 para el legendario doneztebarra, porque “venía de unas lesiones en verano y me costó volver a salir a jugar”. Regresó en noviembre, sin demasiado juego y poco a poco fue cogiendo mimbres de gigante. Es el veneno. El GPS. La hoja de ruta. “Cuando entras en la pomada, te entra la vena competitiva. La motivación es necesaria y la misma de siempre”, señala. “Este Parejas ha sido muy bonito. Jugué contra mi sobrino y eso supuso un plus. El último día puse el broche final a un campeonato bastante bueno”, desgrana Ezkurra. Y es que, no hay amigos de blanco. “En la competición no hay lazos, aunque sea mi sobrino. En los últimos diez días, él había estado picándome un poco y han sido muy especiales. Pero, cuando uno entra en el juego yugoslavo, no hay amigos”, manifiesta y apostilla que “después de la final imagínese lo que está aguantando el chaval. Si hubiera sido al revés, me lo iba a recordar toda la vida: Te he ganado”. “Para mí, Josetxo es como si fuera mi hijo, es un chaval que se ha criado toda la vida conmigo, pero a la vez le quiero ganar. Cada vez que juego contra él, salgo a morir. En la cancha no hay más. A la vez siempre hay ese pique entre tío y sobrino. Ha sido bonito, porque le he visto disfrutar. He sido su ídolo toda la vida, pero no hay compasión”, remacha Ezkurra, quien destaca sus “diez finales del Parejas. Tiene cuerda para rato.