Bilbao - El bosque, ocre, muda en otoño. Caen las hojas. Tiempo de barbecho para el ciclismo una vez apagado el Mundial, la última gran carrera, la persiana del curso salvo por el Giro de Lombardía, al que únicamente acuden los dorsales especializados. Cuelgan entonces las piernas de la percha del descanso, que se estira hasta la primavera, el toque de corneta de la carretera. En medio se desnudan los árboles, esqueléticos, angulosos y puntiagudos en el invierno. Menguante la naturaleza, fría, afilada, acaso raquítica; los ciclistas, hamacados, tienden a engordar. Por eso, recortarle cifras a la báscula durante la pretemporada es una señal para afrontar el arranque de la campaña con alegría. "Lo que ha cambiado más este año es un inicio de pretemporada más calmado para poder trabajar más la base de entrenamiento, echar bastantes horas, ya que cada vez me cuesta más perder peso", dijo en una entrevista reciente en Marca Contador, emergente y brillante en el despertar de la campaña en la que se ha situado como el número 1 del ranking del World Tour. Vencedor de la Tirreno-Adriático y animoso en la Volta a Catalunya, donde fue plata, tras batirse por cada palmo con Joaquim Rodríguez, otro habitante del ático ciclista.

Para encaramarse a los salones de la aristocracia, el madrileño decidió mirar la primavera cambiando el invierno. Se reinventó. Varió la hoja de ruta habitual tras el sombreado curso anterior para perseguir la rueda de los que le habían rebasado, un puñado de ciclistas que se hicieron fuertes en concentraciones de altura, en los hombros de las cumbres. "Si otros lo han hecho y les ha ido bien..." debió pensar Contador. Agarrado a esa idea, se ató a la cordada del entrenamiento en altura en El Teide (Tenerife). Colgado de las nubes para ver el sol, el madrileño, refractario a los consejos de su entorno más cercano, optó por alterar las costumbres del invierno que siempre tuvo, voltearlas y tirar para arriba, a la calma y el buen tiempo de las Canarias, al encuentro de las concentraciones en altitud, donde se amontonan numerosas piernas que buscan unas prestaciones mejores. Paradójicamente, el madrileño se estrenaba para volver a ser el viejo Contador, el ciclista demoledor de la Tirreno-Adriático; el ganador de la Vuelta al País Vasco en 2008 y 2009, (sumó dos triunfos de etapa en cada una de las ediciones) la carrera que siempre le midió, su termómetro.

El mercurio de la Vuelta al País Vasco se eleva hoy con el banderazo de salida en Ordizia. Seis días de actividad febril por un paisaje que invita a las emboscadas. En esas guerra de guerrillas convergerán dos grandes esgrimistas: el mejor Alejandro Valverde y su poderoso Movistar con la versión más próxima al añorado Contador, de retorno en la presente campaña. "Hay grandísimos corredores en la línea de salida y no sería correcto basar la lucha únicamente en Alejandro y en mí", vaticina el madrileño en la antesala de la Vuelta al País Vasco, una prueba que define "como una clásica que hay que ir pasando cada día" y que reunirá a ciclistas que se manejan con destreza en esas condiciones: Van Garderen, Tony Martin, Mikel Nieve, Cadel Evans, Kwiatkowski, Rui Costa, Mollema, Samuel Sánchez, Intxausti... aparecen en la nómina de una carrera que no admite armisticios ni treguas. Pura exigencia. "La carrera se puede perder cualquier día". Es el mantra que rebota en el pelotón de la Vuelta al País Vasco, donde apenas existe margen para el error.

La crono de Markina Ese espíritu, el que alimenta a los clasicómanos, aunque en la última jornada aguarda una contrarreloj de 26 kilómetros en Markina que se prevé definitiva, deletrea una prueba que "siempre es igual, pero que siempre es diferente", establece Contador, que no es precisamente nuevo en el complejo ajedrez del tablero vasco, donde ha reinado en dos ocasiones tras su podio en 2005. Alcanzó el laurel en 2008, cuando se encontraba en plena eclosión, en fase expansiva, después de vencer el Tour de 2007, un vellocino de oro que le llegó tras una carambola inopinada por la descalificación de Rasmussen, que lideraba la carrera hasta que fue expulsado. Aunque vencedor en 2007, el madrileño no pudo acceder a la Grande Boucle de 2008 para defender su plaza porque el Astana, su equipo, fue vetado por la organización. El botín de Contador de aquel año lo compuso el Giro de Italia y la Vuelta. Doblete. Rosa y rojo. Sin embargo, antes de ese festín en Italia y en España fue amarillo en la Vuelta al País Vasco, donde abrió boca a una de sus carreras fetiches, especial por arrebatadora y porque sirve como aproximación para superar listones más altos.

En 2009, un año después de su primera victoria, el madrileño repitió su gozoso caminar por el asfalto de Euskadi. Dorsal 1. Ganador en abril. Contador sonrió desde la corona del podio de la carrera vasca, una prueba especial para el madrileño, que en aficionados se cosió al ciclismo en Euskadi, con aquel maravilloso equipo Iberdrola de aficionados que le condujo a largas estancias en Azpeitia. Ese vínculo siempre ha estado presente en la historia de Contador, que se asomó al podio de la ronda vasca en 2005, edición en la que ganó una etapa. La carrera tiene algo de talismán, tal vez de amor con Contador, aunque él nunca ha relacionado los logros en Euskadi con su vitrina de esas temporadas. Ocurre que los datos confirman ese vínculo. Es indudable que la Vuelta al País Vasco -su perfil aserrado, sus rampas, sus cumbres legendarias, sus cunetas animosas, su meteorología cambiante, su aroma a ciclismo de calidad- y el madrileño se han entendido bien. Han empatizado durante un puñado de años. "Sí que es verdad que a nivel personal he tenido buenos éxitos aquí. Es una carrera que se me ha dado bastante bien. Es bastante importante para mí como corredor", explicó el ciclista en Radio Bilbao.

Travesía por el desierto Así fue hasta que el pasado curso, fuera de foco, Contador se quedó helado, sin respuesta, con las piernas de madera o quién sabe si de cartón. Inanimadas en cualquier caso. El idilio con la Vuelta al País Vasco saltó por los aires. "Nunca he pensado en esa relación. El que sea luego un buen Tour o no, creo que no está directamente relacionado con hacer una buena Vuelta al País Vasco", comentó el madrileño. Sea como fuere, los muelles del liviano y eléctrico Nairo Quintana, el hombre que sorprendió en el julio francés (segundo tras Froome), le arrebataron la luz al madrileño en 2013, quinto, alejado incluso del podio. Esa sensación de oscuridad, de quedarse clavado, acompañó después a Contador durante demasiado tiempo. El Tour le astilló. Cuarto. A más de siete minutos de Froome, vencedor final de la carrera. Fuera de la foto, como en la Vuelta al País Vasco. Esa sensación de masticar polvo, de impotencia, quedó grabada a fuego en Contador, lejos de los mejores, a un viaje lunar de sí mismo. Se convenció entonces, cuando lanzaba preguntas al aire para tratar de dar con las respuestas, que necesitaba emprender una nueva etapa, reconstruirse desde cero. De ahí su mudanza invernal, su viaje iniciático a las concentraciones de altura alrededor de El Teide, el vuelo imperial en la Tirreno-Adriático y su regreso a la Vuelta al País Vasco, la carrera que le mide. El termómetro del viejo Contador.