Castelldefels. Ojalá Igor Antón tuviese todo tan claro como que se quiere quedar en el nuevo equipo de Alonso que sustituye a Euskaltel, con el que tiene un año más de contrato, y aplazar, quién sabe si para siempre, su viaje a lo desconocido, el extranjero, donde nunca ha estado el icono del equipo de casa, Igor un chico ilusionante que no pierde el brillo en los ojos nerviosos que parecen dudar siempre y que hasta eso de lo que dice estar seguro lo plantea con incógnita, diciendo que parece que se queda, que eso cree, como si la decisión no fuese suya ni su destino le perteneciese. Y así como se pregunta sobre su futuro, "me quedaré, o eso creo, ¿no?", les pregunta también a sus piernas qué va a pasar estos días en los que regresa la montaña, días para él, el escalador que ha recuperado las alas. "Tengo buenas vibraciones". Se lo han dicho ellas, las cachabas. Y Antón ya les ha contestado que sí, que ya lo vio en Peñas Blancas, en Valdepeñas y en Hazallanas, pero que, claro, pesan las catorce etapas que llevan ya de la Vuelta, la velocidad, el calor y la tensión, pesa el Tour que corrió en julio y le acuchilló el cuerpo y pesa la cabeza. Todas las vueltas que le ha dado a su futuro que ya tiene claro. O eso cree.
Creer sí cree Antón en un gran día en los Pirineos porque son los Pirineos sagrados que le llaman y porque se ha dado un buen atracón de moral en la montaña andaluza. "Pero habrá que seleccionar un par de días para tratar de acertar", dice sin estar seguro de cuál. Si hoy que se llega a la Collada de La Gallina, el corral de Purito y sus chicos que viven en Andorra todo el año; si el de mañana, una maratón de 240 kilómetros por la cordillera, por Balés, el Peyresourde y su prolongación que es la estación de esquí de Peyragudes; o si, quizás, el lunes, que se escala hasta Formigal. Uno de esos días probará Antón como ha probado, eso sí lo tiene claro, hasta ahora, de lejos o, al menos, antes de que se empiecen a pegar los favoritos.
Antes de que Horner sienta que tiene las piernas de Hazallanas y otros días de montaña y se lance a por el maillot rojo de Nibali que prometió recuperar tras la crono de Tarazona en la que se le metió una abeja en la boca, se tiró un rato para escupirla y ni eso hizo que le temblara la lengua. Cuando le preguntaron si volvería a ser líder respondió rotundo.:"Sí". Horner es de los que tienen las cosas claras.
Nibali, que mira a todos sus rivales por el retrovisor ahora que empieza a abrir los ojos tras la picadura de la abeja que le dejó casi ciego, es de los que prefieren el misterio o las respuestas sin aristas, planas, sencillas y aprendidas que caben en los comunicados de prensa. Es su discurso de toda la Vuelta el que pronuncia cuando está a punto de meterse de líder en los Pirineos. Dice que está bien y que habrá que ver lo que ocurre como si escondiese un secreto.
Con el mismo enigmático discurso se cubre Ivan Basso mientras el enigma que rodea a Nicolas Roche nada tiene que ver con su retórica, sino con su inesperado lugar -es segundo a 31 segundos de Nibali- en la general que dice espera mantener y nadie, o pocos, confían en ello.
Y el que duda de sí mismo, o eso cuenta, es Purito, que no suele tener secretos ni dudas, por lo que cuando dice que no va mal pero que le falta un punto, la arrancada final, la explosión, la pólvora en las piernas que es su forma de vivir y correr, es para pensar que algo habrá de verdadero aunque después se encargue de desmentirle, ayer, el Rat Penat, el puerto corto, estrecho y duro donde el Katusha aceleró pese a que quedaban 50 kilómetros llanos hasta meta. "Lo hemos hecho", explicó luego Dani Moreno, que ya está mejor de la garganta tras unos días malos; "para hacer daño y gastar a la gente. Seguro que mañana -por hoy- lo sienten en las piernas".
EL MAL DÍA DE VALVERDE Fue Caruso el que hizo ese daño. Y Purito y Roche los que se subieron a su estela. Detrás, Nibali y los demás ni se inquietaron y siguieron a su marcha hasta que el catalán y el irlandés volvieron con ellos. No habrían actuado así, seguramente, tan serenos y tranquilos, si hubiesen sabido de los problemas de Valverde, de lo dura que se le estaba haciendo la etapa que comenzó para el Movistar con la caída de Pablo Lastras que le mandó para casa con, parece, la clavícula rota y siguió con el infortunio del murciano. Un problema mecánico le hizo saltar de su bicicleta a la de Iván Gutiérrez para no perder tiempo como le ocurrió el día de los abanicos del Tour donde se despidió de la general. El cambio fue rápido y efectivo, pero largo. Valverde hizo una treintena de kilómetros sobre la bicicleta del cántabro, que es más alto y, por tanto, le queda grande, tuvo que ir todo ese rato estirado hasta recuperar la suya y acabó dolorido, incómodo, mal. Más dolorido aún porque antes de empezar a subir el Rat Penat, un aficionado le golpeó en el brazo y no se pudo olvidar de ese dolor hasta la meta.
"Así que he salvado el día", dijo Valverde en Castelldefels, donde un chiquillo, Warren Barguil, 22 años y ganador el año pasado del Tour del Porvenir, salvó la Vuelta del Argos-Shimano y, seguramente, la de los franceses salvo que Pinot olvide su miedo a bajar y se descorche en los Pirineos, al llevarse la etapa tras dejar sentados a sus compañeros de fuga en el paseo sobre el filo por las calles de la ciudad. En esa escapada iba Intxausti tratando de levantar la cabeza hasta que a poco menos de diez de meta entró en un túnel y tropezó con el bordillo. Y lucharon hasta el final por la etapa Txurruka, que es un bravo, y Zandio, que vale para todo. También Egoi Martínez, que probó a marcharse con Coppel, fue cazado a dos de meta y luego no tuvo más opciones. "Siempre me pasa lo mismo", lamentó el navarro, que ya ha pasado por algo así al menos un par de veces en el Tour y pasan -hoy mismo- siete años de su victoria en la Vuelta, en Burgos. Siente Egoi que necesita volver a ganar. Y desea que lo haga Euskaltel. "Nos hace falta", dijo. "Nos acaba de tocar la lotería -por el asunto de Alonso- pero en carrera nos está faltando suerte". Antón -también Samuel, que piensa en una etapa como la mejor despedida para el maillot de Euskaltel, o Nieve- cree que eso puede cambiar en estos tres días en los Pirineos.