bASTÓ un beso casto, un simple pico, entre dos mujeres en lo más alto del podio para lanzar un mensaje poderoso y contundente al mundo sobre el respeto al colectivo gay. El cariñoso gesto realizado por Kseniya Ryzhova y Tatyana Firova resultó un gancho terrorífico para la mandíbula de Vladimir Putin, presidente de Rusia, un país cuya legislación prohibe las muestras públicas de afecto entre homosexuales. Ocurrió en los recién clausurados Mundiales de Atletismo de Moscú, cuando las velocistas rusas Ryzhova y Firova, campeonas del relevo largo, 4x400 metros, se besaron en el estadio Luzhniki. Ese leve roce de labios sirvió para golpear la ley rusa que castiga la propaganda de las relaciones homosexuales y para responder a Yelena Isinbayeba, la zarina de la pértiga, heroína nacional rusa, y su lamentable discurso homófobo: "Los rusos nos consideramos gente normal, estándar; simplemente vivimos los chicos con chicas y las chicas con chicos". Antes del beso de Ryzhova y Firova, la saltadora de altura sueca, Emma Green, mostró orgullosa sus uñas pintadas con los colores del arcoíris, el multicolor que teje la bandera del colectivo homosexual para evidenciar su apoyo a la comunidad gay: "Yo diría que, más que una protesta, es una manifestación de lo que pienso".

Esas manifestaciones, no son, sin embargo, demasiado comunes en el deporte, un universo extraordinario, fascinante, muestrario inigualable de las capacidades del ser humano en la búsqueda de sus propios límites. Ese rutilante escaparate es, empero, acotado en numerosas ocasiones por las bridas de los símbolos, la parafernalia de las banderas y la diplomacia de lo políticamente correcto. En ese luminoso escaparate de himnos, competiciones al límite, recipiente donde se agitan la gloria y fracaso cualquier detalle que altere el biorritmo de su ecosistema resulta transcendental, más si cabe cuando se trata de episodios en los que los deportistas se rebelan y trasladan mensajes rupturistas, subversivos o de protesta contra el orden establecido.

El beso de Luzhniki fue un desafío al poder, y recoge el legado de otros gestos que sirvieron para dignificar al ser humano elevando la voz de la mímica en momentos y situaciones comprometidas. Actitudes, todas ellas, cuyos protagonistas alimentaron desde sus convicciones. "La dignidad de los negros vale más que ganar una medalla de oro para los Estados Unidos", bramó Tommie Smith, el velocista enguantado en negro una vez proclamado campeón olímpico de los 200 metros lisos en los Juegos Olímpico de México en 1968. En el tercer escalón, también con el puño en alto John Carlos, su compatriota. Ambos reclamaban la igualdad de los derechos de la raza negra en Estados Unidos. Aquella imagen se convirtió inmediatamente en un icono del Black Power -Poder Negro- y en la postal de la lucha por los derechos civiles.

Juegos Olímpicos de berlín 1936

Jesse Owens derrota a Hitler

Si bien la resonancia de México'68 capitalizó en buena medida la competición por el gesto inequívoco de Smith y Carlos con los guantes de cuero negro al cielo, no menos impacto generó Jesse Owens en los Juegos Olímpicos de Berlín. Era 1936 y el nacionalsocialismo que agitaba Hitler desde su oratoria belicista gobernaba desde hacia tres años la cancillería en Alemania. La competición deportiva fue calibrada por Hitler como el laboratorio perfecto para la delirante demostración de la superioridad de la raza aria en el ámbito de del deporte. Sucedió que Jesse Owens, un rayo negro sobre la arena de Berlín, desmintió a Hitler punto por punto. El atleta de Alabama se colgó cuatro medallas de oro frente a a un régimen que lo odiaba. Las pruebas de velocidad, los 100 metros, los 200 y el relevo corto fueron suyos. También conquistó el foso de arena en la prueba de salto de longitud en la que contó con los consejos de un atleta alemán, Lutz Long, competidor en salto, que cayó después en la II Guerra Mundial. El mandatario nazi, que llamaba a Owens de manera despectiva el "asistente africano de los americanos" tuvo que presenciar como un atleta de raza negra reinaba en unos Juegos en los que se apartaron a los judíos. Durante su estancia en Alemania, Owens, estaba excluido de la ciudadanía bajo la Ley de Ciudadanía del Reich impuesta el septiembre de 1935. Sin embargo, a Owens se le permitió, de manera excepcional viajar y hospedarse en los mismos hoteles que los blancos, algo que no podía hacer en Estados Unidos, donde imperaba la segregación racial. "Cuando volví a mi país natal, después de todas las historias sobre Hitler, no pude viajar en la parte delantera del autobús. Volví a la puerta de atrás. No podía vivir donde quería. No fui invitado a estrechar la mano de Hitler, pero tampoco fui invitado a la Casa Blanca a dar la mano al Presidente".

Juegos Olímpicos de méxico 1968

Los puños del Black Power

Tres décadas después, Estados Unidos continuaba sin reconocer los derechos civiles de los afroamericanos. A esa lucha por la igualdad se sumó la velocidad de Tommie Smith y John Carlos en los Juegos Olímpicos disputados en México en 1968. Al podio les llevaron sus marcas, sus piernas centelleantes. Tommie Smith fue el primer hombre en bajar de los 20 segundos en el doble hectómetro en una hazaña prodigiosa. Smith congeló el crono en 19.83 segundos. Después incendió la conciencia de muchos tras recibir la medalla de oro. Cabizbajo, desde la azotea del mundo, grapó la mirada al suelo, elevó su brazo derecho, enfundado su puño en un guante negro de cuero. Con el mismo gesto, pero con el brazo izquierdo golpeando el firmamento, John Carlos, medalla de bronce en aquella carrera. A la protesta, aquel 17 de octubre, por la igualdad de derechos se unió el australiano Peter Norman, medalla de plata y de raza blanca. "Me siento orgulloso de representar a la raza humana", dijo Norman, que subió al podio reivindicando en una insignia, junto a Smith y Carlos el Proyecto Olímpico para los Derechos Humanos. El acto de protesta, el grito mudo por los derechos civiles, fue censurado por el Comité Olímpico Internacional, que expulsó a Smith y Carlos de los juegos. El gesto de los medallistas fue recibido en Estados Unidos como una afrenta, poco menos que un insulto para el establishment. Smith y Carlos recibieron amenazas de muerte por reclamar igualdad de derechos. La sociedad norteamericana, los convirtió en unos apestados. "Destruyeron mi vida, la de John, la de Norman", aseguraba el atleta en una entrevista al diario El País.

el orgullo de Muhammad Ali

El directo del más grande

El combate por la igualdad de los derechos civiles en Estados Unidos estuvo muy presente en el cuadrilátero. Muhammad Ali, -revocó su nombre anterior Cassius Clay, que decía que era un nombre de esclavo y se convirtió al islamismo- representa como ninguno la lucha en solitario del hombre que pelea por sus derechos. Campeón olímpico en 1960, sintió el racismo en primera persona, el segregacionismo en Estados Unidos estaba muy implantado, y no tardó en hacer de la igualdad de derechos una misión, una causa en la que se prodigó fuera del ring. Dentro era el rey, el monarca absoluto, el campeón de los pesos pesados y fuera un activista lenguaraz que mezclaba ironía y provocación en sus declaraciones tan certeras como sus golpes en el cuadrilátero. Ali, que se movía como una mariposa y picaba como una avispa era un boxeador inalcanzable para el resto, salvo para el Gobierno de Estados Unidos, que lo quiso reclutar para la guerra de Vietnam. Ali, perteneciente a la Nación del Islam, se negó a la incorporación a filas alegando objeción de conciencia. Aquella disputa con las autoridades quedó enmarcada en una frase del boxeador que reflejaba su oposición respecto a la guerra. «Pregunten todo lo quieran sobre la guerra de Vietnam, siempre les tendré esta canción: No tengo problemas con los Viet Cong?porque ningún Viet Cong me ha llamado un nigger». El desplante costó a Ali tres años y medio de inactividad después de ser condenado a cinco años de prisión -nunca los cumplió-, la retirada de la licencia para boxear y a 10.000 dólares de multa. El severo castigo no doblegó a Ali, que recuperó la supremacía mundial en combates que son parte del imaginario colectivo y que le catapultaron a ser considerado como el mejor boxeador de la historia, un reconocimiento que no puede entenderse sin el activista infatigable que fue lejos de las doce cuerdas. Su figura trascendió del deporte.

mundial de argentina, 1978

El saludo al dictador Videla

El manto de la espeluznante dictadura argentina del implacable General Videla cubrió cada palmo del Mundial de 1978 que se disputó en Argentina. El torneo lo conquistó finalmente la albiceleste después de batir en la final a Holanda. Videla quiso sacar provecho de aquel triunfo, hacerlo suyo. Lo sabía el Luis Menotti, el seleccionador, así como el resto del plantel. El flaco, consciente del intrusismo del dictador, ideó un combinado opuesto a lo marcial también en la estética. "Era un equipo que destilaba creatividad y buen juego, era un palo en la rueda para la Junta Militar. Y el desafió estético no sólo estaba en el modo de jugar, también pasaba por mi forma de vestir, mi peinado, en la manera de hablar, en el hecho de tener siempre un cigarrillo en la mano? Para Videla, mi imagen era intolerable, yo era un subversivo. Le digo algo más: yo fui el autor intelectual de ese verdadero acto de subversión que realizó el Conejo Tarantini cuando en la ducha de los vestuarios se manoseó bien manoseado el miembro antes de darle la mano a Videla", exponía Luis Menotti sobre un fotograma inolvidable cuando en el vestuario, Tarantini dio la mano a Videla después de habérsela restregado en sus partes íntimas. "Era una apuesta que le hice al Gaucho (Passarella). Le dije: "Ahora me agarro bien los huevos y le doy la mano". Videla me vio cuando me refregaba las bolas, puso una cara de orto tremenda y me tuvo que estrechar la mano porque estaban ahí no más los fotógrafos. ¿Pero no vas a poner las fotos con ese hijo de puta? ¿O sí? Si la ponés, mirá la cara que pongo cuando lo saludo", recuerda con sorna Tarantini en una entrevista a El Gráfico.

El beso que hirió la legislación rusa. Ryzhova y Firova se besaron tras la polémica generada con las declaraciones de Isinbayeba, "los chicos con las chicas", después de que Green mostrara su apoyo al colectivo gay, perseguido por las leyes rusas. Foto: afp

Owens, lo opuesto al pensamiento nazi, imbatible en Berlín. Foto: archivo

El puño en alto de Smith y Carlos, un gesto para la historia, marcó a ambos en Estados Unidos

Un saludo contra la dictadura de Videla. Argentina ganó el Mundial de 1978, disputado bajo el tutelaje de la Junta Militar argentina. Videla, que quiso hacer el triunfo suyo, bajó al vestuario a saludar a los jugadores de la albiceleste. Tarantini le estrechó la mano tras restregarla en sus partes. Foto: el gráfico

Muhammad Ali, el mejor boxeador, se significó por negarse a combatir en la Guerra de Vietnam

El puño del Black Power en México. Tommie Smith, campeón olímpico, y John Carlos, medalla de bronce, reivindicaron puño en alto, desde el podio, la lucha por la igualdad de los derechos civiles, pisoteados en Estados Unidos. Foto: archivo

polideportivo gestos que desafiaron al poder