ALBI. A Juanjo Oroz le enseñó todo lo que sabe de ciclismo Txente García Acosta, uno que veía en su bola de cristal las cosas que iban a pasar antes de que sucedieran. Él y José Luis Arrieta, otro sabio de la grupeta de Iruñea que ahora, también Txente, hace los mismo que hacía antes en el pelotón pero desde el coche del Movistar. Con ellos, gregarios de Indurain, aprendió todo lo que sabe Oroz, sobre todo a hacer bien lo que mejor sabe hacer, a cumplir con su misión, a no tratar de ser lo que no es ni a malgastar fuerzas y tiempo en ello. Oroz, 33 años y talla navarra -mide 1,88 y supera los 70 kilos-, es un fantástico gregario -de Samuel, de Antón, de Nieve, de quien toque- que no tiene victorias en ocho años como profesional pero que no olvida que Txente ganó una etapa en el Tour y dos en la Vuelta y que Arri se regaló otra en la ronda española sin desatender con ello su trabajo. Como ellos que se lo han enseñado todo, él mismo, pensaría ayer al lanzarse a rueda de Gautier y Bakelants a por la meta de Albi. Antes, claro, había dejado todo bien recogido, Antón y Nieve a buen recaudo, seguros, con agua y todo eso para subsistir en su ausencia.

"Era la oportunidad", contó luego Oroz; "y era una buena oportunidad porque en el pelotón no estaban los equipos de los esprinters, solo el de Sagan, y es lo que les dije a Gautier y Bakelants, que no se cegaran, que era mejor regular para tener fuerzas para apretar al final, pero claro, no me escucharon, fuimos muy rápido desde el principio y luego no ha habido fuerzas para luchar contra el pelotón, que iba muy rápido". A tres kilómetros se esfumó la oportunidad del navarro de luchar por una etapa en el Tour, que es lo que lleva haciendo Sagan desde que la carrera empezó en Córcega y desde entonces todo le ha salido mal, incluyendo la fea caída del primer día que todavía le da guerra en las vértebras cervicales.

Para acabar con esa racha y recuperar la del año pasado -cuatro etapas con 22 años en su primer Tour- Sagan tuvo que deshacerse de todos los esprinters en la Croix de Mounis, de segunda, a más de 100 kilómetros de meta, donde su equipo aceleró para conseguir descabalgar a Cavendish, Greipel y Kittel, los tres velocistas que habían ganado hasta ahora y se arreglaron para organizarse y volver al pelotón, un esfuerzo inútil. Acabaron totalmente rendidos.

La batalla entre esprinters, Sagan contra los demás, fue el primer punto de inflexión del Tour, el símbolo del paso del llano a la montaña, au revoir a la tensión, los nervios, la histeria de los últimos kilómetros que, por ejemplo, lanzaron la víspera al suelo a Joaquim Rodríguez, que fue de los que más se alegró ayer de la velocidad que imprimió el Cannondale y del despiece radical del pelotón que simbolizaba una paz añorada. "Nos han hecho un favor", dijo el catalán, que afila sus piernas finas y morenas pensando en la primera llegada en alto de hoy. Se refería, claro, al primer momento de relajación en el Tour, pese a la velocidad, los espacios abiertos en el pelotón que hicieron pensar a Oroz que su trabajo estaba cubierto, que no era necesario y que, quizás, podría tener una oportunidad.

Le surgió cuando atacó Bakelants en un tramo de leve descenso, aunque plagado de curvas, que animó a Gautier y, tras él, a Oroz, que trató de ponerle cabeza al intento y les dijo a sus compañeros de aventura lo de la economía del esfuerzo, que era mejor guardarse algo para cuando el pelotón apretase al final. No le hicieron caso. Cayeron a tres kilómetros de meta. Seguramente porque no le escucharon. "Y bueno, también porque el pelotón corre mucho", reconoció el navarro.

Lo arrastraba, como en los últimos cien kilómetros, el Cannondale lanzando a Sagan, que, este no, no desaprovechó la oportunidad porque era el más fuerte, le colocaron a la perfección y Degenkolb, el único que podía discutirle el triunfo, se equivocó al lanzar el sprint pegado a la valla izquierda demasiado pronto.

La primera victoria de Sagan en el Tour, al fin, fue también el primer día de amarillo de un africano, de Daryl Impey, que admitió la responsabilidad que había sentido por ello y que hoy sentirá por última vez en la primera gran travesía por los Pirineos, donde al final del día entregará su maillot a otro que sepa aprovechar su oportunidad.