Bilbao. A Juan Martínez de Irujo se le han pasado volando sus diez primeros años como profesional. Saltando de final en final (el domingo va a jugar la 17ª) y de txapela en txapela (acumula 10). "El balance es más que positivo. Ni en el mejor de mis sueños podía imaginármelo". Solo pone una pega: apenas tiene descanso. Pero no le importa demasiado porque es sinónimo de éxito.
Al principio, ¿pensaba que podía llegar tan lejos?
Una vez que debutas, aspiras a jugar estelares; una vez que juegas estelares, a entrar en campeonatos, una vez que juegas campeonatos, a ganarlos... He tenido la suerte de que ese proceso ha sido corto y desde el primer momento he estado arriba.
Al final, esa inmediatez no deja ni pensar cómo suceden las cosas.
A mí me vino todo rodado. Todo fácil. Y lo mío me ha costado llegar.
Además, entre campeonatos no tiene mucho tiempo de pensar.
Eso es lo bueno que tiene este deporte: si juegas y lo haces mal, puedes darle la vuelta a la tortilla en el siguiente campeonato.
¿Cómo fueron sus inicios como debutante?
Estaba en aficionados y llegó el Mundial de Pamplona, para el que yo creo que me había ganado el puesto para jugar en frontón, pero no me lo dieron. Tuve que ir a trinquete para seguir jugando a pelota porque pensaba: "Aquí parece que no les intereso". Después de jugar el Torneo DV y ganarlo, se interesaron por mí tanto Aspe como Asegarce. Estuvimos hablando, estuve entrenando con Etxaniz y con Retegui y me decanté por Aspe, sobre todo porque me ofrecían dos años; y Asegarce, cuatro. Si valgo, valgo; y si no, para casa, pensaba yo. No quería comprometerme más tiempo y quería probarme, pero para septiembre ya había firmado otro contrato.
No es muy normal decantarse por el contrato más corto...
Yo iba de tapado al final. Había algunos pelotaris que tenían más nombre y menos juego. Me adapté muy bien a profesionales y me ayudó un poco jugar con más pelota para atacar. Todo me salió perfecto.
Sorprende un poco que tomaran esa determinación al principio.
En aficionados jugaba pocos campeonatos porque la mayoría van por invitación y en los que entraba igual iba en primera ronda o algo así. Todo el mundo dice: "Éste tenía algo". Sí, pero no me invitaban (risas). Igual tenía el error de que fallaba bastante, pero también acertaba.
¿Qué recuerda de la época de aficionados?
Los viajes, sin duda. He cruzado seis veces el charco jugando a pelota. He estado tres años en Cuba, dos en México y he jugado un Mundial sub-22 en Uruguay. Y también la gente que conoces, por supuesto.
A gusto entre tanto viaje, ¿no?
Por eso me puse a jugar a trinquete, porque había un Mundial en Uruguay y me dije: "Vamos a empezar a entrenar" (risas).
En aficionados muchos pelotaris viajan a Castilla a jugar, ¿le tocó?
Sí. Sobre todo jugando el Estatal de clubes. También en verano ibas a jugar a Soria, Salamanca o por ahí. Jugabas con gente veterana en su casa y eran partidos muy difíciles de ganar. Igual en el Labrit les ganabas fácil, pero bajabas allá y costaba. Eso da mucho oficio.
O sea, que lo considera positivo.
Sí, porque es una experiencia más. Como cuando vas a jugar a México, juegas en frontones descubiertos, de pintura y a las tres de la tarde. Aprendes mucho. Ganabas y perdías.
¿Fueron bonitas esas experiencias en América?
Sí. Aquellos tienen otra forma de jugar, le pegan con el jamón, con otro ambiente. Una vez jugué con mil personas en el frontón. Una pasada. Aquello es otro mundo.
Le llegó todo muy rodado. ¿Qué supuso para usted la llegada al éxito de modo tan rápido?
Tiene lo bueno, pero también tiene su lado malo. En un año fui campeón del Manomanista y te conoce todo el mundo. Tienes 22 años y ese paso fue un poco duro para mí y para mi alrededor. Ya no eres ese chaval que pasaba inadvertido por cualquier lado, te sientes más observado y más controlado. Mi novia y mis padres vieron que eso cambió, pero no nos distrajo, seguimos con los pies en la tierra. Gracias a ello seguimos aquí.
Digerir eso tiene que ser complicado para un chaval tan joven: no puedes salir, la gente te mira...
Por suerte, uno sabe cuándo puede salir y sientas la cabeza. Eres profesional de este deporte, te pagan por ello y te tienes que deber a él. Al final, tienes 22 años y tienes que salir, pero andas con cuidado.
El trabajo, al fin y al cabo, le ha dado la receta del éxito.
Sí, aquí nadie regala nada. Nada más debutar estuve dentro del famoso clan de Huarte con Oskar Lasa, Eugui, Fernando Goñi, Martínez de Eulate, Chafée... Todo el mundo se machacaba a tope. Me dije: "Aquí si todo el mundo entrena, hay que hacer lo mismo, coger buenos hábitos".
¡Vaya nombres!
Gente puntera que estaba arriba. Les veía hacer lo que hacían, que estaban ahí y que había que hacer lo mismo. Igual, si no hubiera estado en el grupo en el que estaba, ahora no entrenaría tanto.
¿Le ayudaron mucho al principio?
Mi primer campeonato lo jugué con Oskar; el segundo, con Fernando; y el tercero, con Eulate. Y llegué a la final con los tres. Me fijaba en todo. Además, con Patxi hacía entrenamientos mano a mano y él jugaba finales, entraba siempre en la liguilla y demás. Después estaba Chafée, que físicamente es un portento. Siempre con ganas de aprender.
¿Queda tiempo para pensar con lo rápido que han sucedido las cosas: todo lo conseguido, lo jugado...? ¿Qué se le pasa por la cabeza?
Que soy un privilegiado. Puedo vivir de lo que me gusta, de lo único que sé hacer, entre comillas, en la vida, que es jugar a pelota. Puede ir mejor todo: hacemos muchos kilómetros de coche, pasamos mucho tiempo fuera de casa, paramos menos de lo que quisiéramos con la familia, pero quejarse... Al final, poca gente hace lo que quiere.
Entonces, es un privilegiado.
Por supuesto, ganar campeonatos y poder celebrarlos con los tuyos es algo muy grande.
Tras los primeros éxitos, llega a la cama, se tumba y... ¿qué piensa?
Te metes a dormir y estás deseando despertarte para vivir lo que has conseguido, una txapela no se gana todos los días.
¿Ha vuelto a ver esas primeras finales que disputó?
Antes veía más que ahora. Ahora pocos vídeos suelo ver. Recuerdo la primera final. Me puse nervioso, la presión me pudo y no pude hacer nada.
También es normal, ¿no?
Bueno, a mí me sirvió de mucho. Es lo que intento mostrar a mis compañeros cuando juego en el Parejas. Con Eulate y con Zabaleta intenté enseñarles lo que se les venía encima.
Es decir, lo que le transmitieron a usted Lasa III y Goñi III.
Eso es. Aquí hay mucha presión y hay que saberla llevar.
¿Se acostumbra uno a jugar una final?
No. Tienes la ventaja que los días previos ya sabes lo que te viene, pero al salir a la cancha uno no sabe lo que puede pasar.
¿La experiencia le ayuda a manejar lo externo?
Lo externo se controla, pero lo interno es más complicado. ¿Quién dice que la echas a la chapa y no te empiezan a temblar las piernas? Eso depende del momento. Por ejemplo, suelo dormir bastante bien, pero en el momento de jugar es cuando más descontrolado estás.
¿Cuál es el momento más tenso: cuando va con el coche, cuando se pone los tacos...?
Igual cuando llego al frontón es cuando más tranquilo estoy, pero cuando estás comiendo, o a la espera, estás más tenso. En realidad, todo el día es tenso, cuando comes no te entra la comida. El momento más relajado es cuando llegas al vestuario. Parece mentira, pero es que hablas de todo menos de la final.
Muchos pelotaris y pelotazales dicen que su forma de jugar mano a mano cambió el Manomanista. ¿Qué opina de esto?
Yo no lo creo. Aquí cada uno nos amoldamos a cada situación y somos como camaleones, que nos tenemos que adaptar. Yo ya jugaba antes a mi forma y ahora todo el mundo juega así porque se ve que es efectiva. No sé si fui el primero, pero recuerdo a Irazola que iba al saque-remate, más gente iba al saque de aire... Aquí está todo inventado. La gente ha visto que es una forma de jugar que funciona y que es preferible dar el paso hacia adelante que hacia atrás.
Hace diez años, ¿qué Juan esperaba encontrarse diez años después?
Hace diez no lo sé. Tras debutar me veía jugando a pelota, pero años antes me veía trabajando en la fábrica en la que trabajaba mi padre y jugando a pelota a nivel de aficionados, porque la pelota es lo que más me gusta.
¿Y dentro de diez?
Espero estar aquí. Que me respeten las lesiones y si no puedo aspirar a campeonatos, estar en estelares o jugando teloneros y dando nivel. ¡Ojalá me pregunten dentro de diez por los veinte años!
¿Esperaba llegar hasta aquí con diez txapelas?
No. De hecho, después del primer Parejas, Jokin y mi padre me dijeron que no jugara el Manomanista. Si les llego a hacer caso... (risas).
¿Qué razones le dieron?
Que era mi primer año, que era demasiado... Yo pensé: "Juego el mano a mano y, si gano un partido, ya me pondrán el año que viene. Y gané siete".
¿Disfrutó?
Aquí, pocas veces. El día que se disfruta es el día que llegas a casa feliz, el día que has jugado bien, que además lo pasas bien, pero la mayoría de las veces se sufre. Aunque sufriendo también se disfruta y acabas a gusto.
¿Y en qué campeonato disfruta más?
Va por partidos. El día que gané 22-1 a Aimar disfruté mucho, porque le daba con el dedo e iba a buena. Cuando estás con la mano bien, las cosas salen. En las fiestas de los pueblos, también, porque hay menos tensión.
Después del Cuatro y Medio, un Parejas de cuatro meses, el Manomanista... ¿Cómo procesa toda la tensión competitiva de tanto tiempo consecutivo en liza?
A la final de la jaula no entré por un partido, gané la txapela del Parejas y estoy en la final del Manomanista. Acabas saturado, la cabeza no te da. Siempre estamos en lo mismo, parece que somos masocas. Es duro psicológicamente, pero todos queremos estar ahí. En verano intentas parar un poco más, pero hay compromisos.
Todos somos humanos.
No somos máquinas, pero ya buscaremos la vuelta. Si estás todo el año jugando a pelota y estás saturado, en la cancha transmites que estás hasta arriba. Además, si la cabeza no funciona, el cuerpo tampoco.
¿Ha tenido que pagar algún peaje por su éxito?
No. La mayoría ha sido bueno porque me han salido las cosas bien. Malo es que pocas veces pasas desapercibido.
¿Ha evolucionado?
Como todo el mundo: físicamente, técnicamente, psicológicamente... Debuté con 81 kilos y ahora estoy en 88. Sabes estar en la cancha, sabes manejar un partido...
¿Cómo le llega esta final?
Han pasado tres semanas desde mi último partido y eso es demasiado tiempo. Hay que intentar llegar lo mejor posible y estoy entrenando bien. No hay excusa.
Contra Oinatz Bengoetxea se le vio con mucho golpe. ¿Empleará la misma táctica?
Sí, no voy a renunciar a mi juego. Echar la pelota lejos y acabar. Lo que es seguro es que me tocará defender.
Se habló de su pelota, pero hay que soltarle para que salga así.
Pero no se ha hablado de las otras dos. La de Aimar bota en el seis y medio y hay que darle del diez. Mi pelota no ha sido la más viva del campeonato ni mucho menos. Unas van por un lado y otras por otro. Ya vale de quejarse. Se está hablando muy mal del mano a mano y el material no se lo está cargando; se lo está cargando hablar mal de él.
¿Ha visto los partidos de Aimar?
Sí. He visto los dos. Contra Abel decía que no tenía la mano bien y no me lo pareció. Con el saque y el remate, que afina muy bien, hace mucho daño.