alain laiseka

BONNEVAL-CHARTRES

. Bradley Wiggins (Sky)1h04:13

. Christopher Froome (Sky)a 1:16

. Luis-León Sáncheza 1:50

General

. Bradley Wiggins (Sky) 84h26:31

. Christopher Froome (Sky)a 3:21

. Vincenzo Nibali (Liquigas)a 6:19

chartres. La única vez en el Tour que Wiggins se incorpora sobre la bicicleta, abandona su postura geométrica e imposible, la espalda perfectamente recta y sobre ella una taza de té, es para darle un puñetazo al viento fresco que revuelve las nubes que dan sombra a Chartres. El simbólico derechazo lo condensa todo. Seguro, la felicidad. Ha ganado el Tour. Es el primer inglés de amarillo en París. Incluso bromea con la enemistad patriótica entre franceses e ingleses. Hoy paseará el orgullo británico por los Campos Elíseos. Lo hará, además, liberado. El puñetazo es también una descarga apasionada que ha cargado durante diez kilómetros, los últimos de la crono.

En ellos cabe una vida. Wiggins, un tipo raro al que le tira lo vintage y colecciona motos antiguas, lambrettas y Vespas, corre más que cualquiera de sus piezas de museo. A 50 por hora durante 50 kilómetros. Es fácil contarlo. Como resulta fácil contar que Wiggins ha ganado el Tour, que figura en el mausoleo ciclista junto a otros pocos elegidos y que lo ha hecho, más que nunca antes en el ciclismo, guiado por los números, los vatios, la potencia, la velocidad, las calorías, el peso, los grados de inclinación en su postura, todo eso que le hace parecer un robot, una máquina cubierta de piel programada para hacer mover los pistones a una velocidad inhumana. A 50 por hora. Más que sus motos. Parece una de ellas. ¿Tendrá huesos o piezas? ¿Latirá su corazón o rugirá? ¿Sentirá? Va sintiendo mientras se acerca a Chartres.

La vida como meta En diez kilómetros, Wiggins, el rostro inalterable durante todo el Tour, se humaniza. Se recuerda de niño haciendo rodillo en su piso humilde del barrio londinense de Kilburn con la mirada fija en los posters de Indurain. Se acuerda de su padre, un especialista en las seis horas que luego cayó en lo brazos del alcohol y murió hace un par de años, en julio, durante el Tour 2010. Ve de nuevo a sus abuelos, que le criaron mientras él soñaba con bicicletas y Tour y recortaba fotografías de Simpson y Robert Millar. Y se mira después al ombligo. Ahora, se dice, él tiene una familia a su cargo que sufre, más que nadie, lo que sufre un ciclista que quiere ganar el Tour. El propio Tour, promete, es su regalo, la mejor manera de compensarlo todo. También de premiarse a sí mismo. De dar sentido a una travesía de altos muy altos y bajos muy bajos, de preciosos momentos en la cima acariciado por el sol y el aire puro y de noches largas y tristes en la oscuridad de los valles. La vida, piensa, es lo que realmente importa. La única meta. Así va alimentando su humanidad antes de convertirse en estatua.

El puño que descarga en Chartres está cargado de todo eso. ¿Y de ira, rabia, odio o un sentimiento similar que fue el alimento de otros campeones? "No", responde Wiggins; "la ira no me guía. Me motiva más el amor por este deporte. Y el respeto". En los últimos días sintió que con él no lo habían tenido. Se supo ganador del Tour en la cima del Peyresourde, a cinco kilómetros de Peyragudes, y reconoció luego que no acaba de descifrar el sentimiento que le invadía. Que era algo extraño. No entendía los palos que le caían del cielo como rayos que deseaban partirle y deslegitimaban su victoria después de que Froome se mostrase tan fuerte en la montaña como servicial.

El brazo que libera al aire también es un símbolo. Wiggins ganó la crono de Chartres con una rotundidad aplastante que hubiese firmado el mismísimo Indurain y espanta cualquier sombra al respecto, despeja cualquier atisbo de duda y responde a todas las cuestiones planteadas previamente. Por si acaso, es Froome, un tipo modélico, quien responde por él. "Sí, ha sido el más fuerte en la crono, ha sido SuperWiggins". Y, "no, el más fuerte del Tour no era yo, sino él. Por eso ha ganado y el equipo ha cumplido el objetivo que se marcó desde el inicio". Froome jamás se cuestionó la jerarquía establecida y jugó limpio, encomiablemente transparente, otro símbolo del deporte. Tampoco comprende Wiggins a los que dicen que este Tour ha sido aburrido. "¿Aburrido? ¿Qué quieren? ¿Cuatro puertos y ataques de salida? Eso no es real. Lo de antes no era real. Este ciclismo es más humano", dice.

Cambio generacional Hay más símbolos que recorren la crono dejando su mensaje. Ninguno tan poderoso como el del cambio generacional, paso a los jóvenes, que adquiere su máxima expresión cuando Tejay Van Garderen, 23 años y maillot blanco, pasa por encima de Cadel Evans, el campeón frustrado y vencido que había salido dos minutos antes que él. De la vieja guardia, solo él y Zubeldia, que acaba sexto tras pasar al australiano, figuran entre los diez mejores del Tour. Kloden, Horner, Menchov y los demás, pasan a la retaguardia. Ley de vida. Se van despidiendo lentamente y su lugar lo ocupan chicos alegres y combativos como Van Garderen, pero, también, Thibaut Pinot, un francés de 22 años que enamora con su delicioso caminar en la montaña tanto o más que Pierre Rolland, heredero natural de Voeckler, aunque a este aún le queda cuerda. O, claro, Sagan, que lo hace todo bien y lo mismo lucha por etapas de montaña que por esprines puros o en repecho, lo que le hace ser un candidato a ocupar perpetuamente, sin fecha de caducidad, el maillot verde del Tour que lucirá hoy en el podio de París.

Por los Campos Elíseos desfilarán hoy por 13ª vez, todas las ediciones desde 2001, los chicos de Euskaltel-Euskadi, que, pese a no haber ganado ninguna etapa, lo harán con la cabeza bien alta, altísima, que es el sentimiento que trata de transmitir Egoi Martínez cuando acaba la crono, se baja de la bicicleta y deja de padecer el dolor del forúnculo que le ha martirizado durante 53 kilómetros. "Al final, dentro del sufrimiento he acabado disfrutando al comprobar que con 34 años soy aún capaz de sufrir a este nivel", dice el navarro, que elogia a Gerrikagoitia, de quien dice que es el mejor director, junto con Óscar Guerrero, que le ha guiado. La satisfacción de Egoi es la satisfacción de Euskaltel, que descubre el placer infinito de los Tours románticos ligados a la heroica. El suyo se torció de mala manera en un instante (en 48 horas perdieron a Samuel, Astarloza, Txurruka y Verdugo), tocaron fondo y luego remontaron hasta convertir cada día en una aventura maravillosa en la que Izagirre -vaya futuro se le atisba-, el propio Egoi, Azanza y Urtasun eran los rostros de una entrega sincera, de corazón. Tan humana y sentida, o más, que el perfil tierno de Wiggins antes de convertirse hoy en estatua.