vitoria. Antes de que arrancara el Eurobasket de Lituania, durante la plácida gira de preparación que llevó a cabo la selección española las semanas previas, todos los entendidos la señalaban como la principal candidata al oro. Una vez consumida la primera fase, en la que ha alternado un baloncesto imperial con pasajes rayanos en lo ridículo, también, España está obligada a revalidar el título conquistado hace dos años en Polonia. Cualquier otro resultado sería considerado como un sonoro fracaso. Y encima no importa sólo el qué, sino también el cómo. Sergio Scariolo puede dar buena cuenta de ello. El preparador transalpino se sitúa en el epicentro de los tormentosos debates que ha generado la irregularidad mostrada por el equipo español. La pésima imagen ofrecida en el último cuarto del partido frente a Turquía, en el que España sólo fue capaz de anotar dos puntos y cedió su primera derrota, ha activado la búsqueda de culpables. Y Scariolo aparece en todas las quinielas. Más allá de que se ponga en duda la motivación (o carencia de ella) de sus pupilos, intratables ante Lituania sólo un día antes, las críticas hacia el juego de un equipo que sólo ha carburado en momentos puntuales han tenido casi siempre al italiano como protagonista.

España parece destinada a hacerse con una medalla, y a poco que se esmere debería ser la de oro, pero incluso en el seno de la expedición resulta imposible negar la evidencia: el juego desplegado en la primera fase del torneo (cuatro victorias y una derrota) ha generado más preocupación que admiración entre aficionados, técnicos, periodistas y dentro del propio vestuario. La subcampeona olímpica no asusta como acostumbraba. No brilla. Salvando la exhibición ante Lituania, el único duelo en el que salió a relucir el aterrador potencial de este equipo, los demás choques han dejado un poso un tanto amargo más allá del resultado.

Hoy, en cualquier caso, arranca la verdadera competición. España emprende el camino hacia los metales, su búsqueda de una plaza en los Juegos Olímpicos de Londres, ante un rival ya fogueado, mucho más metido en competición. La Alemania de Dirk Nowitzki, una de las tres supervivientes del complicado grupo B, se presenta como la primera amenaza para el equipo de Scariolo, que con la derrota ante Turquía se quedó prácticamente sin margen de error. Después vendrán Serbia y Francia, otros dos complicados obstáculos que, sin embargo, nadie duda que España pueda sortear si recobra su mejor nivel.

Varios de los vicios que lastraron el rendimiento del actual monarca continental a lo largo del periodo de preparación se han repetido invariablemente en las primeras citas del torneo lituano. A España le cuesta brillar si no corre, le cuesta mandar en los partidos si no impone el ritmo que más le conviene y, sobre todo, le cuesta demasiado asegurar el rebote defensivo para poder propiciar esas transiciones con las que dinamita los partidos.

Varios de los puntos débiles del combinado español tienen más que ver con la intensidad que con la dirección técnica, es evidente, pero hay otros en los que sustentan las dudas de los detractores del técnico de Brescia. Por un lado se cuestiona su gestión del banquillo, su querencia por las rotaciones cortas, de no más de diez jugadores, y su empeño en conceder más minutos de los necesarios de parqué a las figuras del equipo incluso en partidos ya decididos. Por el otro, se censura la falta de ideas que ha mostrado su equipo en los ataques estáticos, más aún en los momentos decisivos, cuando las defensas rivales se ajustan, como sucedió en los últimos minutos del partido ante Turquía.

El técnico tiene su cuota de responsabilidad, pero el mapa para huir del laberinto lo portan los jugadores. Es una cuestión de ambición y carácter. Sólo vale el oro, y no basta con ganarlo de cualquier manera. Empieza el torneo de verdad. No hay espacio para medias tintas.