Le Lioran Cantal. En el Tour hay que fijarse en los detalles. Hace dos etapas que Alberto Contador no lleva gafas en carrera, un cambio de hábito poco habitual en el tricampeón del Tour, muy apegado a las costumbres y poco amigo de las improvisaciones. Tiene explicación. La inestabilidad del cielo. Ni Meteo France, la agencia meteorológica que predice el tiempo para el Tour, atina. Predice un día oscuro y sale el sol; habla de lluvia y la etapa es seca como un palo. Eso hace dudar al español entre el crisol de lentes cuando tiene que elegir la que mejor se adapta a luz del día -amarillos, blancos, naranjas, oscuros…-. Se equivocó, por ejemplo, cuando puso los transparentes esperando un día gris y acabó siendo de una luminosidad tan cegadora que tuvo dificultad para enfocar la vista. No veía el peligro. Decidió no volver a llevar gafas.
Hay quien de ese detalle hace una tesis sobre la desubicación o de cómo Contador no acaba de posarse sobre el Tour, la carrera que ha corrido cuatro veces y ha ganado tres y, sin embargo, le resulta desesperantemente extraña y desconocida. Quizás lo sea. "Esta siendo un Tour diferente, muy parecido al de 2005, el primero que corrí". Distinto, de todas maneras, a cualquier otro que disputó. Nunca conoció un Tour, ni una grande desde 2007, en el que tuviera que correr de atrás hacia adelante, persiguiendo en lugar de ser él el perseguido, al revés, vamos. Tampoco nunca se cayó tantas veces ni de forma tan absurda, lo que hace imaginarse a Bjarne Riis, su director, la dimensión de la frustración del de Pinto, que cuando le sugieren que hay algo enigmático en todo eso porque en dos de las tres caídas existe un porcentaje elevado de despiste -una de ellas la provocó una avería en el desviador y en la otra golpeó su manillar contra el sillín de Karpets-, recurre a la ironía, "será que me estoy haciendo mayor", para luego dejar la chanza, serenarse y hablar de la suerte y el destino. "Hay veces que tienes problemas y hay veces que no". A Contador se le acumulan en una semana de Tour en la que se agolpan los acontecimientos.
su pedaleo no es el del giro Otro detalle. Su pedaleo. No es el mismo de otros Tour, o, más cerca en el tiempo, del pasado Giro. "No, no lo es", reconoce el español; "y no lo es, sencillamente, porque las caídas me han marcado. El golpe en la rodilla… No he podido hacer mi pedaleo de siempre porque tengo que tirar más de una pierna que de otra". El de ahora es más forzado y pesado en lugar del natural y ligero que acostumbra a lucir como señal de frescura y fortaleza. ¿No es el Contador de siempre? "Voy a estar bien en los Pirineos", responde con una sonrisa. "Alberto está bien, sano, y preparado", abunda Riis, misma cara de luna llena y mirada azul de toda la vida.
Quizás no tan sano. En la tercera caída del domingo -un encontronazo entre su manillar y el sillín de Karpets que le descompensó y le mandó, tras estrellarse con un espectador, directo al suelo- se golpeó, entre otras cosas, la parte interna de la rodilla derecha que ya se había lastimado unos días antes. En el repecho final de Saint-Flour sintió la punzada. Ayer, día de descanso, tras hora y media de entrenamiento, se sometió a una sesión de acupuntura en su hotel de Morat para tratar de acelerar la recuperación. "Siempre existe algo de preocupación, más aún en esta carrera que te exige tanto, pero quedan tres días para que lleguen los Pirineos y la primera gran etapa de montaña y hay tiempo para recuperarse", analizó Contador, aunque sí admite un mayor desgaste.
Contador habla abiertamente de su rodilla maltrecha -incluso colgó una foto de la sesión de acupuntura en su Twitter-. Descubre en definitiva, su debilidad. Otro detalle. Este desconcertante. No lo hizo nunca ningún campeón anterior. Hinault, en 1980, escondió una tendinitis en la rodilla que se había hecho en una etapa de pavés en la primera semana del Tour y nadie supo nada hasta que en los Pirineos y con el maillot amarillo abandonó porque no podía soportar el dolor. Indurain se deslizó una vez en el más estricto secreto hasta la consulta del dentista para quitarse una muela que le molestaba y en 1993 nadie descubrió hasta llegar a París que había corrido las últimas etapas, y caído en la crono ante Rominger, con casi 39 de fiebre. El propio Contador no quiso que nadie supiera, aunque se supo, que en el pasado Giro fue al dentista a colocarse una funda que se le había desprendido.
"Todo es una incógnita. Nadie puede saber cómo está nadie porque no se ha visto nada. Algún detalle en la manera de pedalear… Cosillas, pero poco. Del estado de mi rodilla y mis sensaciones lo sabré todo el jueves por la mañana, cuando nos metamos en los Pirineos". Más incógnitas. Una cosa clara: Contador tiene que atacar para recuperar. O no. "¿Por qué he de hacerlo? Igual no me hace falta a mí y sí a otros como a los Schleck, que tiene que recuperar tiempo con Evans porque si no en la crono final…", analiza Contador, que, otro detalle, a diferencia de los últimos Tours, no comparte habitación con Benjamín Noval, sino con Jesús Hernández.
alain laiseka