El hotel Pouligny-Notre-Dame era el viernes lo más parecido a la posada del fracaso de Sabina. Compartían colchón, desamparo y la humedad de las lágrimas el Sky y el RadioShack, dos equipos apaleados en la primera semana del Tour. "Donde más se nota la ausencia de los caídos es en el autobús. Hay mucho espacio vacío", dice Markel Irizar, uno de los dos vascos del equipo de Johan Bruyneel, que está un poco más allá, en el vestíbulo del hotel, con cara de circunstancias y una foto en el móvil que muestra las dos piernas de Chris Horner. Una dobla a la otra en grosor. Está hinchada como una pelota. Así que el americano no salió ayer. Por eso y porque la víspera, después de la caída, su reacción era desconcertante. Estaba grogui y, casi delirante, no paraba de hablar, de preguntar cosas. "¿Dónde estamos?". Y cuando le decían que en el Tour, preguntaba de nuevo que "ya, ya sé que en el Tour, ¿pero dónde?". A la meta de Chateauroux entró riéndose como si nada hubiera pasado. Y pasó. Estaba cosido a golpes. De caminó al hospital coincidió en la ambulancia con Intxausti, al que el codo le volvía a molestar. Salió poco después con diagnóstico: rotura de la cabeza del radio. Horner se quedó allí. El médico ordenó que pasara la noche ingresado. De ahí a casa.
Pasan las etapas y en el autobús del RadioShack se notan más las ausencias. Hace unos días se fue Brajkovic, con golpes muy similares -sobre todo en la cabeza-los que bajaron de la bicicleta a su amigo Horner. Dos bajas en una semana para Bruyneel, que dirigió la era de inmunidad de Armstrong, siete años con solo dos percances, ambos en 2003: el viaje por la campa tras librar la caída que ancló al asfalto a Joseba Beloki camino de Gap, y, días más tarde, el enganchón con la bolsa de un aficionado en la base de Luz Ardiden que, tras arrastrar con él a Mayo, le sirvió para, cargado de adrenalina, sentenciar el Tour más complicado de su reinado. Solo en un día de su último Tour, en 2010, aquella etapa de Morzine, se cayó más veces que sus siete Tours victoriosos. Tres. Allí dijo adiós. Para siempre.
La inmunidad para su equipo se fue con Armstrong. Brajkovic, Horner? y Leipheimer, que en dos caídas ha perdido más de cuatro minutos y su sueño de podio. De los cuatro líderes con los que desembarco en el Tour solo le queda uno, Kloden. "Definitivamente", reconoce Levi, "trabajaremos todos para Klodi. Está fuerte y ha rodado muy bien esta primera semana. Es genial a la hora de olfatear el lugar seguro en el grupo". Kloden tiene arrugas, 36 años, y mil balas del Tour en el fuselaje. Fue guardaespaldas de Ullrich en la era Armstrong. Y de Armstrong en el Astana de Contador. ¿Hay vida después de abandonar el Tour? Sí, pero dolorosa. Carlos Sastre dice que no abandonó el Giro de 2010 después de una caída que le dejó molido porque sabía que si se iba para casa no podría convivir con la rabia. Para no fustigarse Janez Brajkovic, que piensa ya en la Vuelta, escribe desde ayer un blog con la mano izquierda, pues la derecha la tiene en cabestrillo. Así sigue en carrera. Desde Londres escribió también ayer Bradley Wiggins, aún con el disgusto en el cuerpo por la rotura de clavícula que le ha echado del Tour. "El lunes me operan", garabateó en su Twitter; "y el miércoles castran a mi perro".