ANtes de las semifinales de la Euroliga podíamos afirmar que esta Final Four podía ser una de las más igualadas de los últimos años. Los cuatro aspirantes al trono europeo no habían demostrado a lo largo de la temporada que fueran mucho mejores que los demás.

El Madrid tuvo que sufrir de lo lindo para apear a un Power Valencia que hizo un gran baloncesto. El Siena encajó una paliza impresionante en el primer partido contra el Olympiakos que presuponía una eliminatoria plácida para los griegos. Y el Panathinaikos y el Maccabi a pesar de dar la impresión de que superaron con solvencia sus compromisos contra vitorianos y catalanes, la realidad nos dice que si no se les hubiera escapado a estos, por pequeños detalles, uno de los partidos jugados en casa, el panorama hubiera sido otro muy diferente.

También se hablaba que el Madrid se presentaba en el Sant Jordi sin presión por ser un equipo joven e inexperto, sin nada que perder. Seguro que tenían tantas ganas como el que más de ganar y sólo por eso la presión que se genera también es grande. Por lo tanto, eso de que iba sin presión no se lo cree nadie. Y si no, que se lo pregunten a Prigioni o a Reyes, jugadores veteranos que podían estar ante una de sus últimas oportunidades de conseguir tan deseado entorchado.

Donde radica verdaderamente la diferencia entre un gran equipo (Panathinaikos, Maccabi ) y un buen equipo (Madrid, Siena ), es que mientras un gran equipo en los momentos malos, cuando la pelota no entra y hay espesura a la hora de buscar buenas opciones de tiro, lo que no hacen es darle la espalda al mismo. Nunca se descuelgan en el marcador y más que nunca ponen gran atención a las labores defensivas.

Y eso es lo que sucedió el viernes donde tanto Panathinaikos como Maccabi, en el primer tiempo, no pudieron imponer su juego y sus jugadores clave no estuvieron a gusto sobre la cancha. Pero en la segunda parte todo cambió. Los tiros que no entraban, empezaron a hacerlo. Solo hay que ver los porcentajes horrorosos tanto de italianos como de madridistas A los jugadores estrella se les unieron otros actores secundarios que les oxigenaron en ataque.

En el Panathinaikos cinco jugadores por encima de diez puntos de valoración y en el Maccabi cuatro, mientras en Siena y Madrid sólo dos superaron esa barrera, lo que da muestras de la poca aportación de muchos de ellos. Cada jugador, desde el primero al último sabía cual era su rol en el equipo.

Ahora en la final se enfrentan dos equipos completamente diferentes. El Maccabi está dotado para correr a campo abierto, con una defensa aguerrida, sin problemas de tirarse un triple a los ocho segundos de posesión aunque vayan por delante en el marcador y con un Schortsanitis que genera espacios para los compañeros.

El Panathinaikos, por su parte, es el baloncesto control. Una de sus virtudes es la paciencia para buscar la mejor opción. Su perímetro es uno de los más polivalentes de la Euroliga. Su defensa raya al límite de la legalidad. Y Diamantidis es el cerebro desde donde parte todo el peligro griego y es el entrenador en la cancha. En definitiva, dos estilos completamente diferentes para un único objetivo, la Euroliga 2010-2011.