ETAPA

Ezequiel Mosquera (Xacobeo) 4h.45:28""

Vincenzo Nibali (Liquigas)a 1""

Joaquim Rodríguez (Katusha)a 23""

GENERAL

Vincenzo Nibali (Liquigas)85h.16:05""

Ezequiel Mosquera (Xacobeo) a 41""

Peter Velits (HTC Columbia) a 3:02""

La etapa de hoy: Un paseo hasta Madrid. A eso se resume la jornada de 85 kilómetros que deberán completar, a modo de inventario, los supervivientes de esta edición de la Vuelta antes de emprender regreso a casa para coger vacaciones, los más, o para preparar el Mundial de Australia, los mejor preparados.

navacerrada. "¡Que sí Eze, que sí!", se desgañita Pino, varado en Navacerrada, los ojos en órbita clavados en la pantalla gigante del parking de la estación de esquí, la mano derecha estrangulando el wakie, que es el cordón umbilical que le une a Mosquera, el gallego piadoso que agita los corazones apasionados del enjambre que ha tomado las laderas verticales de la Bola. "¡Dale, dale!, ¡que está en la mano!". Ezequiel acaba de soltar por segunda vez a Nibali, que es un hombre volcado sobre el manillar, acurrucado, pequeño, sufridor, cuando dobla la curva de la cima de Navacerrada y deja el asfalto de seda para tropezar con la pared alicatada de hormigón. El italiano ha esquivado el primer golpe del gallego, un hachazo seco a poco menos de cinco kilómetros de meta, antes del asalto al muro, que ha desatado la batalla. El aire está cargadísimo. El cielo es de plomo pero no llueve. Huele a pólvora. "Camina o revienta", se dice Mosquera. Y lanza su obús. "Regulare, regulare", se aconseja el siciliano cuando le ve partir de nuevo. Comienzan 3.000 metros apasionantes.

"¡Va, va!, ¡que sí!, ¡que sí!". Grita Pino. Pero nadie le escucha. No, al menos, Mosquera, que pedalea en otra dimensión, inmerso en el mundo sonoro de las gargantas exaltadas y la reverberación de las palmas; en el universo íntimo de los pensamientos, el último reducto de los agonistas, la estancia donde se alivia el dolor insoportable de las piernas despreciándolo, ignorándolo. Mosquera es un cuerpo que se retuerce en La Bola, atornillado al cemento; su mente vuela. Ahora es aquel ciclista de la Vuelta al País Vasco que se sintió mayor, cansado y desilusionado porque su viejo motor de gasóleo, 35 años de vida, no acababa de arrancar, lo que visto lo visto meses después, donde alcanza la mejor forma de su vida, le hace convencerse de lo mucho que pueden llegar a cambiar las cosas. Recuerda entonces a Perico. La Vuelta del 85. El vuelco espectacular de la carrera en la última etapa por la Sierra de Madrid, la desesperación de Robert Millar, la determinación del segoviano. La víspera de emprender el camino hacia la Bola, el tejado de Madrid, Delgado le dijo a Mosquera que pensase que no tenía nada que perder. Lo recuerda el gallego cuando su BH salta sobre el relieve rugoso del muro de cemento. "¡Nadie te va a poder reprochar nada! ¡Botando, botando! ¡Así, así!", vocifera Pino. Mosquera no le oye. Sólo escucha su nombre. "¡Mosquera!, ¡Mosquera!". Se estremece su corazón humilde, de hombre bueno.

Nibali le observa desde la distancia. Es otro universo particular. Piensa en la familia, los compañeros de equipo, los mensajes desde Canadá que le envía Basso, que le alecciona diciéndole que no pierda en ningún momento la calma, que su forma es buena, que no tiene nada que temer. Así que no tiembla cuando ve marchar a Ezequiel. Pudo ser el momento que desencadenara el martirio insoportable para el italiano. Fue, sin embargo, el inicio de un ejercicio de cálculo extraordinario, de autocontrol. Los 3.000 metros de la Bola no se subieron con las piernas. Se recorrieron con el corazón, con las entrañas, con la tripa, con los riñones. Más que contra el rival, Mosquera y Nibali luchaban contra sí mismos. Contra la naturaleza que, más que un ingeniero, había diseñado esa brutalidad de cuesta por la que escalaron a una media aproximada de 12 por hora. Mosquera, nervioso toda la mañana, mudo en el autobús, enchufado a los cascos, la música, otro universo, era puro nervio. "He atacado para ganar la Vuelta". A por ella iba, determinado, la convicción que le faltó en Cotobello, el día que Nibali iba muerto y supo enmascarar su debilidad. Atacó con la fortaleza de los campeones, su fe. Cada metro era una conquista. Cada metro avanzado y cada metro arrancado a Nibali. El gallego sacó medio, luego otro medio, luego uno, dos, tres? Y se fue despegando lentamente. "¡Que no tienes nada que perder! ¡Sí!, ¡sí!, ¡dale!, ¡dale!, ¡vamos!, ¡vamos!". Pino.

La voz no llegaba a su destino. Ni los ánimos ni las referencias. A dos kilómetros la diferencia era de 10 segundos. Un puñado de metros. Mosquera era una vieja pasión desatada; Nibali un líder joven, 25 años, pero sensato. Una certeza matemática. Regulare, regulare. El gallego quería desequilibrar a Nibali, hacerle perder los estribos para que en el desgobierno se excediera en el gasto y se quedase anclado al cemento. El siciliano quería que Mosquera siguiese soñando, que insistiese, que no cejase en su empeño desmedido hasta caer derrengado. Mientras tanto le seguía con la mirada. 19 segundos. Fue el techo del gallego. De ahí no subió. Faltaba poco más de un kilómetro. Lo más duro. Donde latía la montaña. "¡Está morto!, ¡está morto! ¡Venga, que non pode!, ¡que non pode!". Pino.

dolor y fatiga No cejó Mosquera pese empezar a ceder al dolor, a la fatiga. Se resistió un poco más. Pensó en la familia, en los años en los que las pasó canutas, en su mujer, en el crío que esperan para el próximo mes de marzo. La batalla, el duelo de voluntades, encandilaba al público, masivo y apasionado, volcado con el héroe humilde y estajanovista entregado a una causa quimérica. 16 segundos a un kilómetro. La gesta era imposible. Más aún porque Nibali desenroscó el tapón de la reserva que con tanta frialdad había guardado y se lanzó a la yugular del Mosquera. Tiburón. Al tiempo, el gallego cedió al sufrimiento. Héroe quijotesco, la barba de tres días, los dientes apretados, y líder virtuoso, un chico que para leyenda, otro aspirante a derribar a Contador en el Tour, se fusionaron en el último muro. Bajo los repetidores, entre la niebla.

3.000 metros apasionantes después no alcanzó Ezequiel Mosquera el vergel del triunfo en la Vuelta, pero sí la victoria de etapa, un etapón, que le era esquiva y que redondea el segundo puesto que alcanzará hoy en Madrid. Estará un cajón por debajo de Nibali, el futuro. Uno por encima de Peter Velits, joven, 25 años de edad, tercero y gran descubrimiento de la Vuelta.