ARDEN los tabloides ingleses y la prensa mexicana por los errores arbitrales en sus eliminatorias de octavos (en contra, naturalmente). No escuché ninguna protesta mexicana por el monumental fuera de juego de Chicharito en su 1-0 contra Francia. Tampoco Inglaterra ha devuelto, que yo sepa, su único título Mundial, conseguido en su casa en 1966, con un gol idéntico al que anularon a Lampard (pero que no entró).

Si los universitarios de Cambridge que hace más de 160 años inventaron el fútbol levantaran la cabeza, no reconocerían lo que está pasando con un aspecto esencial del juego desde que se inventó; el respeto al árbitro y a sus decisiones. En aquellos tiempos, todo era mucho más sencillo. Se podía tocar el balón con la mano, pero no se podía llevar de un lado a otro y se jugaba con los pies. Ésas eran las diferencias fundamentales respecto al rugby. Por lo demás, los partidos podían durar tres ó cuatro horas, se podía fumar y estar charlando con un contrario mientras el balón estaba por otro lado, no había demarcaciones fijas y cada uno corría por donde le apetecía en cada momento. Era divertido, un poco caótico, pero el nuevo juego fue calando y ganando adeptos poco a poco entre los ingleses.

Treinta años después, en 1870, en Escocia apareció el arquero que, a partir de ese momento, era el único que podía jugar con las manos en una zona restringida. Se organizó el juego en defensa, media y ataque y los equipos tenían ya once jugadores. El fútbol comenzaba a crear sus reglas. Respecto a las faltas y demás, al principio era fácil, y entre los dos capitanes se bastaban y sobraban para resolver las jugadas dudosas.

Según avanzaba el interés por el fútbol y empezó a haber en juego algo más que entretenimiento, el asunto se fue complicando. Ya no se ponían de acuerdo con tanta facilidad y, como las discrepancias continuas cortaban y ralentizaban el juego hasta hacerlo imposible, en 1891, se apostó por incorporar al terreno de juego un observador neutral, una persona de referencia; un árbitro.

Curiosamente, la misión que se le encomendó al árbitro no era acertar siempre, sino decidir con rapidez para que el juego no se interrumpiese con debates y discusiones inacabables. En aquella época los jugadores se comprometían a colaborar para facilitar su tarea, así como a respetar y acatar siempre sus decisiones, agradeciendo además su intermediación. Tan era así que, en el primer reglamento escrito del fútbol inglés, se reconoce el error del árbitro como parte inherente a la esencia del juego. Tanto como pudiera serlo el del delantero que falla un gol cantado, el portero que se la traga o el del entrenador que se equivoca con la alineación, el planteamiento o los cambios. Durante más de 120 años ha sido así y el fútbol no ha perdido ni un ápice de su emoción e interés, más bien al contrario. Tampoco los errores arbitrales han evitado que la mejor selección del mundo (Brasil) haya sido pentacampeona mundial... que el Barcelona haya sido el mejor hace un año y lo haya ganado todo... En fin, que el que se lo merece, gane.

El árbitro se incorpora al fútbol para tutelar el juego. Está para juzgar y decidir en base a su criterio, no para acertar. Sorprendente, ¿no?. Resulta curioso comprobar cómo se ha ido pervirtiendo esta idea con el tiempo, llegando incluso al punto de que, hoy en día, el árbitro de fútbol, sea posiblemente el único profesional del mundo al que se le exige un 100% de acierto en sus decisiones.

Con el gol fantasma de Lampard y el gol en clamoroso fuera de juego de Tévez, pudimos comprobar una vez más que, incluso los mejores árbitros del mundo, se equivocan. Tan solo son seres humanos con sus anhelos, sus miedos, sus sueños, preocupaciones, presiones… En definitiva, humanos standard.

El verdadero problema no es el error del árbitro en sí, sino el impacto que ese error tiene en los jugadores. El desastre viene cuando Osorio, central de México, todavía distraído y despistado por la jugada anterior, regala el balón a Higuaín para el 2-0. Si un compañero suyo hubiera errado un penalti, posiblemente no le habría afectado tanto, pero en cambio, permite que un error del árbitro le descentre totalmente.

No es importante que un jugador esté o no de acuerdo con esta reflexión sobre el arbitraje, sino que sea consciente que entender este concepto es básico para poder seguir conectado al juego, para seguir enchufado y no perderse en cuestiones que le alejan, y mucho, de su mejor rendimiento. ¡¡Respeta al árbitro. Hazlo por ti!!

Ahora surge de nuevo con fuerza el clásico debate sobre introducir la tecnología en el fútbol para evitar los errores arbitrales, olvidando dos cuestiones fundamentales. La primera es que las reglas del fútbol son universales. Deben ser de obligada aplicación en todos los confines del mundo en los que se juegue al fútbol. Me cuesta ver en Sudáfrica balones con microchips controlados por ordenador, cámaras en las porterías (no tienen ni porterías), sensores o demás eventos tecnológicos que lo único que conseguirían sería profundizar en las enormes diferencias que ya de por sí tiene el desarrollo del fútbol en función de dónde se juegue.

La segunda y, en mi opinión mucho más relevante, es que todos debiéramos asumir ya que mucho antes que las audiencias millonarias, el espectáculo global, la tecnología, el gran negocio del fútbol, la publicidad y las grandes marcas, estaba en el fútbol el Respeto al árbitro y a las reglas del juego por parte de todos los que, de una u otra manera, formamos parte de este bello deporte. Así debería seguir siendo.

Por último, me parece que los árbitros mundialistas tienen el enemigo en casa y me refiero a la incalificable torpeza de la FIFA permitiendo, hasta el pasado lunes, que se repitan en las pantallas gigantes del estadio las jugadas dudosas, poniendo así, a los pies de los caballos a sus propios árbitros. Incomprensible.