alpinismo 30 años de un hito euskaldun (I)
Martín Zabaleta posa con una ikurriña ante el Everest, durante aquella expedición que marcó un antes y un después en el alpinismo vasco. Foto: dna
"En la cima estás en otro mundo pero hay que regresar"
Martín Zabaleta narra su ascenso al Everest, en el que "creo que nadie daba dos duros por nosotros"
Oskar Ortiz de Guinea
vitoria. El relato de Martín Zabaleta de aquella ascensión al Everest, que marcó un hito en el alpinismo vasco, estremece hoy, treinta años después, cuando el mundo de la montaña dispone de medios impensables entonces, cuando se escalaba con botas de cuero, sin teléfonos satélite y con partes meteorológicos escasos y poco fiables. "Nuestras expediciones eran pesadas, con 500 porteadores, 25 sherpas...", recuerda Martín. Para que él hollara el techo del mundo, el 9 de diciembre de 1979 Kike de Pablos y Xabier Erro partieron a Katmandú para encargarse del material -en dos camiones- y papeleo necesarios.
Antes que el hernaniarra, los expedicionarios hicieron dos ataques a la cumbre. El 4 de mayo, Javier Garaioa y Nin Terba debieron desistir en la Cima Sur (8.760 m.). Zabaleta integraba la tercera cordada, hecho que no concebía esperanza alguna de éxito a sus padres, Monika y Biktor. "Creíamos que llegarían alguna de las dos primeras cordadas", admitieron en la prensa de la época. "Creo que nadie daba dos duros por nosotros", zanja Zabaleta. Pero aquel 14 de mayo de 1980, él lo vio claro.
La víspera, Martín, Juan Ignacio Lorente, Pasang Temba, Ang Nima y Phurba Kitar alcanzaron el Collado Sur, donde pernoctaron a 8.000 metros. Esa vía no tiene gran dificultad, salvo la propia de la altura, las condiciones de la montaña y la climatología. Aquellos días, nevaba mucho por las tardes, lo que no nos ayudó nada", narra el hernaniarra.
Al poco de tirar para arriba, Lorente se sintió indispuesto y se dio la vuelta. En el campo 5 (8.400 m.) se quedaron Ang y Phurba, y Martín y Pasang continuaron. "Fue muy costoso abrir camino por la cantidad de nieve. Cuando llegamos a la Cima Sur, estábamos muy cansados y Pasang tenía pocas ganas de alcanzar la cumbre. Yo veía la arista y toda la Travesía de la Cornisa, más adelante, el Escalón de Hillary... Para mí era el momento más bonito".
Todo ese tramo que en 1953 abrieron Edmund Hillary y Tenzing Norgay es el punto en el que el escalador más se expone: a un lado aguarda una caída de 2.400 metros por la ladera sudoeste y, a la derecha, más de 3.000 de precipicio por la ladera de Kangshung. "Aquella arista -y aquellos barrancos- intimidó a Pasang. Pero yo me sentía fuerte, y quería seguir. Me costó convencerle".
Tras superar el Escalón, divisaron "el famoso trípode" que dejó una expedición china en 1975. "Al verlo, el cuerpo me dio la vuelta por la alegría. Entre nubes, alcanzamos la cima antes de lo esperado", tras doce horas de escalada. A 8.848 metros de altitud, "nos dimos fuertes abrazos. Pasang me decía cosas, y no le entendía. Era una sensación de paz y libertad tremenda. Te sientes en otro mundo, pero hay que volver a la realidad", y bajar.
La cámara fotográfica no funcionó, y la única imagen que atestigua su ascensión está extraída de la cámara de vídeo con que Martín grabó a Pasang clavando la famosa ikurriña que hoy reposa en algún "museo o sociedad" en Polonia, país del que procedía la siguiente expedición en el Everest, cinco días después. Martín se trajo un rosario bendecido por el Papa que dejó en febrero el grupo polaco que culminó la primera ascensión al Everest en invierno, y que guarda Monika en Hernani.
"A la cima llegamos a las 15.30 horas, y a las 16.15 nos dimos cuenta de avisar a los compañeros, que estarían preocupados". Al grito de "Ein deu!, ein deu!", la emoción vibró de talkie en talkie, y también la inquietud por la hora tan tardía para emprender el descenso. Además, se habían quedado sin oxígeno en la botella. Tras regresar al Escalón, Zabaleta notó un tirón en la cuerda y gritos desesperados. "Sujeté la cuerda y avancé por la arista para ver qué había pasado. Me encontré a Pasang colgando de una cuerda de siete milímetros desde una cornisa a 8.800 m. Por suerte, tuve alguna fuerza para subirlo". El sherpa "no quería moverse de ahí"; "fue más un lastre que una ayuda", opina Martín de su compañero, con quien mantiene "muy buena relación".
Hubo varios resbalones más, de ambos, pero no era su día para subir al cielo, junto a "las enormes estrellas". La noche cayó junto a una gran nevada. "No veíamos nada. Pasang no podía más y quería dormir ahí mismo, en plena arista. Tiramos hacia la Cima Sur, y recordé una grieta que había visto al subir para pasar la noche algo más protegido. Serían las siete y media, y avisé por radio de que íbamos a vivaquear. Noté que temían por nosotros". Sentados sobre sus mochilas, "a más de menos 30 grados, la noche se hizo larga: no teníamos ni agua, ni oxígeno, ni comida, ni saco. "No quería dormirme, y de vez en cuando me levantaba para motivar la circulación en las piernas", las mismas extremidades que lo descendieron al campo base y lo elevaron a los altares del montañismo euskaldun.
"Me encontré a Pasang colgando de una cuerda de 7 milímetros desde una cornisa a 8.800 metros", recuerda