vitoria. "La medalla ilumina la cara de cualquiera", aseguraba una más que satisfecha Maider Unda ayer ante todos los medios de comunicación. Pese a la felicidad por el bronce logrado el pasado viernes en el europeo de Bakú, su rostro aún denotaba cierto cansancio tras un maratoniano y accidentado viaje de más de 32 horas desde la capital de Azerbayán.
Sin embargo, la luchadora alavesa ha querido dejar atrás todos los sobresaltos provocados por la nube volcánica y sólo quiere disfrutar de un nuevo éxito, el tercero consecutivo en citas de alto nivel, tras el diploma olímpico de Pekín y el bronce del Mundial de Dinamarca. "Ya no hay cansancio. Eso ha pasado", decía con una sonrisa en su boca.
Atrás había quedado más de día y medio de agotador viaje. Tanto que casi le ha desgastado más el periplo que ha sufrido para retornar hasta casa que la propia competición. "Ha sido duro, pero me consuelo al pensar que ha habido muchas otras personas que se han pasado más horas tiradas por los aeropuertos".
Pese a todo, lo suyo también fue una auténtica odisea. Y es que tras levantarse el sábado a las cuatro de la mañana con idea de estar en casa a las once de la noche hora española, tras volar primero de Bakú a Moscú, de ahí a Madrid y un último vuelo desde la capital de España a Bilbao, todo se torció cuando ya estaba a menos de una hora de aterrizar en Barajas. "En Francia el avión dio media vuelta ya que no dejaban pasar por allí y nos llevó hasta Sofía, donde estuvimos unas horas". Fue el comienzo de las complicaciones.
Retrasos y más retrasos. En los aviones, con las maletas, aeropuertos cerrados, no había vuelos, ni coches de alquiler con los que volver a casa desde Madrid. Maider se vio aislada. Sin poder llegar a casa a disfrutar con los suyos de una más que merecida medalla. "Tenía miedo a quedarme en un país que no conocía por ahí tirada". No era para menos. De hecho, durante este periplo vivió situaciones curiosas. "Una chica de Bilbao se había quedado sin dinero y me pidió el teléfono para poder avisar a su madre de que estaba tirada en un aeropuerto sin poder salir". Caótico.
Al menos, ella pudo llegar a casa. Una llamada a su novio le permitió que éste reservara el último billete que había en el autobús de la una de la tarde desde Madrid a Bilbao. Salvada. Rumbo a casa tras un maratoniano, agotador y complicado viaje que tuvo su fin a las cinco de la tarde del domingo. Ya en Olaeta. En casa y con un bronce colgado al cuello, el cansancio era menor. "La medalla ilumina la cara de cualquiera". Tanto que casi ni se nota el cansancio.