Mejor espectáculo de danza. Mejor composición musical para espectáculo escénico gracias al trabajo de Luis Miguel Cobo. Son los dos galardones que Proyecto Larrua puede traerse a la capital alavesa el próximo 1 de julio de la gala de los Max. Todo gracias a La casa vacía, un montaje que mira a la mujer en el arte y a la soledad en los mayores LGTBIQ+.

Más allá de que lleguen los dos premios o no, ¿de qué tiene que servir las nominaciones a los Max? 

–J.V.: Siempre hay esperanza. En caso contrario, no nos dedicaríamos a esto. Cuando empiezas una producción nueva, crees que tienes posibilidades para darle una larga vida en el mercado, que no está muy bien. Esperamos la visibilidad que realmente merece el proyecto aquí en Álava y Euskadi, una visibilidad que no tenemos. No contamos con padrinos, no estamos en una zona en la que la danza sea el punto fuerte y convivimos con un tejido cultural vasco en el que se notan muchos cambios dependiendo del territorio. Fuimos muy sinceros y coherentes cuando decidimos estar en Vitoria. Sabemos todo lo que queda por hacer y que ni empieza ni termina con ser una compañía al uso que genera coreografías como si fueran churros para ir haciendo bolos. Nos debemos a lo que existe aquí y por eso hacemos el laboratorio Larrua-Lab, el Certamen Coreográfico Harria, los programas de mediación, la gala Dantza KM0... Pero no tenemos visibilidad. O si la tenemos, empieza y acaba muy deprisa. Así que como hay muchas cosas que te comen la moral, me aferro a la esperanza de cada proyecto que hacemos y de cada pequeña alegría que nos dan. La realidad es que, en Euskadi, esperábamos mucho más de La casa vacía

“La realidad es que en el País Vasco no hay interés por darle espacio a la danza. El problema es que hay falta de apoyo y de interés”

¿Creían que tendría más recorrido? 

–J.V.: Un trabajo te puede gustar o no, pero no puedes negar que el equipo creativo, técnico y artístico que envuelve La casa vacía es bueno. Y tú, como programador, te debes a un público, al que le tienes que ofrecer un poco de todo. Ahí es donde a nosotros nos merman las diferencias. Eso a nivel de Euskadi. En Vitoria...

Tampoco sienten esa visibilidad... 

–J.V.: En marzo del año que viene se cumplen diez años de compañía y nadie se ha interesado porque seamos compañía residente. Nosotros representamos a Gasteiz en todos los sitios a los que vamos. Pero aquí no encuentras un: venga, que te echo una mano. Sé que existe un respeto hacia nuestro trabajo, pero falta visibilizarlo.

Hace poco estando en Vitoria, decía Eva Guerrero que hay un altísimo porcentaje de teatros en Euskadi en los que no se programa nada de danza. ¿Por qué pasa eso?

–A.L.: Lo que programan los teatros en danza se suele limitar a las tres funciones que contratan en el circuito de la red Sarea. Este año han sido 130 funciones. En una red a la que están adscritos más de 60 teatros. No dan los números. Hay una falta de interés y de apoyo. Eso en general. En cuanto a nosotros con La casa vacía nos está pasando algo que no nos había sucedido nunca antes. El 80% de las actuaciones que ya hemos hecho son fuera de Euskadi. Es verdad que somos muchos produciendo en el País Vasco pero la realidad es que no hay interés por darle espacio a la danza, por visibilizarla, por programar más allá de tres actuaciones al año. El problema es que hay falta de apoyo y de interés.

“Estar como finalista ya es un ‘premiazo’, sobre todo para una compañía privada. Es un paso muy grande, en positivo”

Se están poniendo un poco serios para hablar de premios... 

–J.V.: (Risas) ¡Estamos contentos! Sí, claro.

'La casa vacía' de Proyecto Larrua Redacción DNA

No es la primera vez en la carrera de los Max, pero sí en la que Proyecto Larrua ha llegado hasta el último corte. ¿Cómo recibieron esa, como decía antes Jordi Vilaseca, ‘pequeña’ alegría?

–J.V.: Yo muy nervioso. Estaba en Barcelona visitando a la familia y me llegó por diferente gente. Tuve que mirar el correo electrónico de la SGAE tres veces para ver que, efectivamente, ponía finalista.

–A.L.: Yo estaba gritando en el Eroski (risas). Estaba haciendo la compra con el teléfono venga a vibrar, así que terminé mirando y, claro... Estamos muy contentos con la noticia porque estamos en un año difícil en el que la venta está costando. Esto es un subidón, un chute de alegría, una bocanada de oxigeno. Es decir: vale, parece que cuesta, pero esto nos dice que lo estamos haciendo bien.

–J.V.: Está siendo importante también recibir los mensajes de toda la gente que se ha alegrado con la noticia.

Piensan en ganar... 

–J.V.: De momento, no. Vamos a dejar que nos sorprendan. Si ganamos, fenomenal. Si no... es que estar ahí ya es un premiazo, sobre todo para una compañía privada. Es un paso muy grande, en positivo. Yo el ego lo tengo muy bien, no necesito un premio. Si llega, que se traduzca en algo para comer. No quiero algo para simplemente tener en una estantería. Lo que queremos es que esto genere trabajo, actuaciones, y que se interesen más por Proyecto Larrua dentro y fuera de Euskadi.

“En nuestra forma de hacer unimos fisicalidad y emoción para contar cosas, remover al público y despertar el pensamiento crítico”

‘La casa vacía’ está siendo un paso más de crecimiento en la senda de la compañía, otra muestra de su evolución. 

–A.L.: Continua el trabajo que empezó Otsoa, que ya era una obra en la que el texto estaba presente. A pesar de la pelea y de lo que cuesta, nosotros siempre estamos mirando hacia arriba. Siempre hay un deseo de hacer las cosas mejor. La casa vacía es un paso más en esa escalera de la calidad y el compromiso. Desde el minuto uno de Proyecto Larrua, en la compañía ha habido un compromiso con la calidad absoluto.

–J.V.: Somos muy críticos con nosotros mismos. Eso nos hace también evolucionar. No quiere decir que la introducción de texto en nuestros espectáculos haya venido para quedarse, pero es verdad que en La casa vacía ha habido un reto compositivo y dramatúrgico muy grande en este sentido. Ha sido una pieza arriesgada que ha salido bien. 

–A.L.: A día de hoy, todavía te tienes que encontrar con comentarios de programadores y programadoras que te dicen: es que tiene mucho texto. Esto de los Max es una respuesta muy clara a estos comentarios.

–J.V.: Eso va relacionado con la visibilidad de la que hablábamos. Si tienes una compañía que es visible de manera constante, ya no te ponen tanto en duda. Nosotros, a día de hoy, siempre tenemos la sensación de que estamos de examen. 

Pero eso es muy cansado. 

–J.V.: Ya. Pero esa sensación está. Y me dan mucho coraje las diferentes varas de medir para una compañía en relación a la región donde esté, como Euskadi, y para nosotros. Y es porque es Vitoria y porque somos de aquí. Como nos pasa, entendemos que en Gasteiz se debería apoyar mucho a lo de aquí. Eso todavía no sucede. Puede parecer que soy monotemático pero es que es importante para la ciudad y para Álava. A la gala de Tenerife nos vamos todos y todas. Vitoria también se viene a los Max con Proyecto Larrua. Y cuando en la retransmisión de La 2 de RTVE salgan los finalistas de las categorías, va a poner Vitoria-Gasteiz. Vamos a estar allí representando a esta ciudad, pero no noto que haya una reciprocidad

–A.L.: Es que la programación de compañías de Álava en la red vasca Sarea representa un 6%. Gipuzkoa es un 48%. Navarra, que administrativamente no es parte de la comunidad autónoma, un 8%.

¿Y por qué no trasladar la sede a Barcelona o Madrid? 

–J.V.: Es lo que pasa con otros proyectos. Pero nosotros hace nueve años hicimos una apuesta, sabiendo lo que había y pasaba. Vale. ¿Pero no sería bonito mejorar y que Vitoria crezca? 

Diez años de compañía

Más allá de que los Max puedan traer más actuaciones de ‘La casa vacía’, ¿en qué está ahora Proyecto Larrua? 

–A.L.: En muchas cosas. En este KaldeArte se lleva a cabo la primera edición del certamen coreográfico Harria y estamos muy contentos de cómo está marchando todo, más allá de que tiene mucho trabajo. Estamos, por supuesto, en la venta de repertorio para calle y para sala que tenemos. En mente está hacer una producción nueva, además. Y trabajando en Larrua-Lab, así como en la segunda edición de la gala de danza que hicimos el año pasado, aunque esto depende de las ayudas del Ayuntamiento de Vitoria. Al final, tenemos una visión global para que la ciudad crezca dentro del sector de la danza.

Cuando Jordi Vilaseca y Aritz López bailan, ¿todas esas preocupaciones de las que hemos hablado desaparecen o...? 

–J.V.: Por supuesto.

–A.L.: Es que es lo que a nosotros nos gusta.

Después de casi diez años, ¿cuál es el sello de Proyecto Larrua? 

–J.V.: Si ves vídeos de cuando empezamos a ahora, hay estructuras de movimiento que se nota que son de la misma compañía. Nos gusta evolucionar desde el carácter crítico que tenemos nosotros dentro. Eso es lo que nos hace evolucionar.

–A.L.: A nivel institucional estamos buscando ese sello de ser una plataforma para impulsar la danza. A nivel artístico, existe un sello de que siempre hay compromiso de contar una historia, que no sea movimiento por movimiento. Unimos fisicalidad y emoción para contar cosas, remover al público y despertar el pensamiento crítico.

Más allá de programadores, instituciones, premios, galas... está el público, es decir, lo importante. ¿Cómo han notado que ha sido recibida ‘La casa vacía’? 

–A.L.: De todas las piezas que hemos hecho hasta ahora, es la obra de la que ves salir a la gente más emocionada. El público suele salir muy removido. Cuando creamos, pensamos en la gente.

–J.V.: En conectar, en eso se piensa mucho. En emocionar y en que el público, después de venir, tenga más ganas de ver más danza contemporánea. Por eso también hacemos la labor de mediación con los públicos. De todas formas, aunque La casa vacía es lo que tenemos delante, no sabes la de gente que nos hablan de Otsoa. Y hay gente a la que le gusta otro tipo de poesía y que Ojo de buey le transporta. La cuestión es conectar, más allá de que hagamos una pieza más narrativa o más abstracta

–A.L.: Somos conscientes de que el motor de lo que hacemos es el público. Es importantísimo. Así que hay que trabajarlo y conversar con él.

–J.V.: Es que el público tiene un valor importante como elemento de la escena. Una obra acaba cuando la compartes.