Las obras propias y ajenas se agolpan en el espacio de la avenida de Estíbaliz. En el número 5 tiene Natalia Albeniz un estudio que al mismo tiempo funciona como espacio formativo y punto de encuentro. Claro que en estos tiempos digitales, la huella de la creadora gasteiztarra también se mueve por plataformas como Instagram (@nalbeniz) y Behance (Nataliaalbeniz).
Estudió Bellas Artes y también se formó en educación artística. Pero hoy la realidad es que la cultura ha desaparecido en gran medida de la educación reglada. ¿Por qué se ha llegado a la situación de no considerar la formación cultural como algo importante?
En el sistema educativo, como es una proyección de las demandas del sistema en el que vivimos, se fomenta mucho todo lo que tiene que ver con la lengua, las matemáticas y la lógica. Es decir, con lo que consideramos que puede ser productivo. Lo que puede ser intangible se deja a un lado. Las bellas artes significan aprender a mirar, fomentar la crítica, experimentar con técnicas a nivel manual y digital... Es algo muy amplio pero es intangible. Muchas veces se queda en los márgenes y es por ahí por donde nos cuelan muchas cosas, por todo lo visual y lo emocional, que son campos que se pueden trabajar a partir de la plástica. Los negocios que mayor éxito tienen son aquellos que explotan nuestras emociones, positivas o negativas, y por eso hay que dar espacio a la gestión de las mismas en la educación formal, bien desde las propias asignaturas o desde iniciativas concretas. La asignatura de Plástica, por su carácter procesual, nos conecta un poco más a lo que es la vida a la hora de descartar ideas erróneas que asocian el error al fracaso, y que no lo ven como una herramienta de aprendizaje.
Son muchos artistas los que desarrollan su profesión y en un momento dado, abren un camino para formar a otras personas como medio también de obtener otros ingresos. Pero usted no, usted apostó desde que se estaba formando por combinar esa doble faz.
Cuando terminé la carrera de Bellas Artes, me encontré en conversaciones en las que se decía que para qué servía esto, que el arte no se entiende... Me di cuenta de que no tenía las herramientas para defender lo que había hecho pero sabía que lo había hecho por algo. Así que después de tener un cacao muy grande, hice un trabajo sobre la distancia del arte contemporáneo y el público dentro del máster en Creación e Investigación en Arte de la UPV. Ahí hablaba de la educación, de qué lugar ocupan las artes en ella, qué prejuicios hay, cómo están consideradas y por lo tanto qué horarios ocupan dentro de un día escolar... Consumimos a veces un tipo de imágenes muy funcionales y dirigidas. Además, nos demandan unos tiempos cortos para ello, frente a lo que puede requerir mirar a una obra de arte, la que sea. Eso genera choque y puede que rechazos. Además, hay otras cuestiones como el lenguaje utilizado, el nivel de abstracción, el nivel de accesibilidad de los textos, que a veces son difíciles de entender incluso para alguien que ha estudiado arte...
¿Se conseguirá en algún momento que sociedad y cultura se vuelvan a acercar?
Hay iniciativas para ello, pero es verdad que nuestra educación se orienta mucho a lo productivo. Lo intangible se deja a un lado y, en muchas ocasiones, en manos de los medios de comunicación y de gente que tiene muy claro qué mensajes quiere mandar. Así que, en ocasiones, me parece difícil que se le siga dando espacio. Se ha llegado a un punto en el que las artes pueden ser accesibles, pero a veces me da miedo que se vuelva a esas épocas en las que el arte era una educación reservada a quien se la podía pagar.
Es su taller un lugar donde crear pero también educar.
Sí. Después de trabajar en centros cívicos, museos y colegios, he empezado también a ofrecer talleres en el estudio. De todas formas, más allá de las clases y los encargos de ilustración, no quiero dejar a un lado el desarrollo de mi obra. Creo que todo me complementa. Las clases me ayudan a repensar lo que hago y lo que hago me ayuda a plantear, a nivel técnico y conceptual, una clase o un taller.
Por el camino le van dando premios, como el de Arte Vital.
Sí (risas). La verdad es que me presenté a última hora. Pero bueno, ha salido bien.
Hasta hace no tanto, el trabajo en ilustración no estaba ni valorado ni considerado. Hoy parece que la situación está cambiando.
Sí que ha habido un momento en el que se ha valorado el trabajo y que se ha entendido que la imagen por sí misma también es comunicación y lenguaje. Eso me parece importante. Ahora, de todas formas, sí que preocupa un poco el tema de la Inteligencia Artificial. Cuando parece que se ha puesto un poco en valor el trabajo de la ilustración, puede aparecer alguien que, para ahorrarse la mano de obra, le diga a una aplicación: hazme esto con el estilo de esta persona. Eso puede llevar a que nuestro trabajo se devalúe o desaparezca. Pasa en ilustración y en cualquier campo.
Pero hay quien defiende, también desde el arte, que es una herramienta más para investigar.
Sí. De hecho, hace poco vi una obra en Arte Vital, la de Josean Pablos, que me pareció interesante en este sentido. Al final, ponía sobre la mesa cómo esa aplicación se basa en una serie de parámetros que muchas veces son estrechos de miras. En ese aspecto sí que puede darse una apropiación de ese lenguaje, criticarlo. Pero es un arma de doble filo. Sí que me gustaría que se regularizase de alguna manera el uso para no perjudicar a un sector como el de la ilustración que ya de por sí lo suele tener difícil.
Se hace raro hablar de Inteligencia Artificial con alguien cuyo trabajo cobra vida a través de las manos.
Reconozco que tengo poca paciencia con las tecnologías (risas). Tengo que mejorar algunas cosas. Me gusta utilizar los materiales, ver cómo quedan en el papel... Me gusta pintar y dibujar a mano.
Es verdad que hay un trabajo propio pero también junto a otras personas, por ejemplo, en el colectivo Cerdas o en experiencias como Red Fanzine.
De lo de Red Fanzine me tuve que salir porque tenía mucho trabajo y no podía llegar a todo como yo quería. Con Cerdas, hemos vuelto a quedar hace poco. Con la pandemia estuvimos un poco parados. Ahora estamos retomando el camino. Cuando yo estudiaba en Bilbao, no me enteraba de lo que se hacía aquí. Pero el colectivo sacó alguna convocatoria, empezó a hacer quedadas y gracias a eso pude ir conociendo mejor lo que se hacía aquí. Cuando quedamos, suele ser algo experimental, creativo. A veces hacemos algo monotemático, como el último fanzine que hicimos, que era, desde el humor, sobre la vuelta al cole. Trabajar en colectivo muchas veces viene bien para ver diferentes puntos de vista sobre lo mismo que estás trabajando.
¿Qué cree que define el sello de Natalia Albeniz?
Siento cierto compromiso a la hora de poner en valor la práctica artística y de trasladarla como una herramienta de conocimiento. Me parece importante. Si hay algo de lo que yo disfruto y me gusta, quiero hacerlo llegar a otras personas. En ese aspecto me gusta el trabajo de educadora porque habla de compartir. Además, no hay tanto de soledad o ensimismamiento, que es algo que puede pasar si solo te dedicas a tu práctica. Es difícil combinar las dos. Al final, tienes que vivir y no llegas a todo. Pero me gusta esa doble faceta. Y me gusta defender lo que hago, soy un poco cabezona en ese aspecto.
¿Y como autora?
También creo que hay una parte de compromiso, de cuestionamiento de convenciones y de aprendizaje de la identidad por ejemplo como mujer desde las experiencias de las personas que te rodean, desde lo que oyes y lo que vives, desde lo que escuchas en la televisión... Me gusta pensar a través del dibujo cómo me afecta esto o lo otro , qué me están diciendo desde la televisión, las redes sociales... Si lo descontextualizo, de qué manera se puede ver. El lenguaje, el cuerpo, las convenciones, la cultura judeocristiana... trabajo bastante sobre ello. Me gusta pensar sobre estas cuestiones, sobre el bien, el mal...
¿En qué momento la joven Natalia decide que la cultura tiene que ser su profesión?
Desde pequeña me gustó dibujar y supe que tenía que hacer algo relacionado. Creo que no me he equivocado. Es verdad que he tendido mucho al formato cuaderno por cuestión de falta de tiempo y por la necesidad, a pesar de todo, de pensar a través del dibujo. Así que tengo mucha obra dentro de cuadernos, que no es un formato fácil para exponer. Me decía un amigo ilustrador, Alex Efa, que al final no deja de ser obra, creación, aunque sea complicada de exponer. Ahora me estoy intentando salir de ese formato, pero es que me gusta mucho (risas). Tiene una dimensión íntima pero entra en conflicto con esa idea que te decía de democratizar el conocimiento y la práctica artística porque lo ves tú y la gente que conoces. Si quieres mandar un mensaje, necesitas un formato más abierto. En esas estoy, en salir de eso. Es lo que he conseguido en Arte Vital.
Sabiendo que el sector cultural es, en lo laboral, un mundo precario del que salir corriendo en dirección contraria, si alguna persona joven que está ahora decidiendo su futuro le pidiese un consejo...
Dependiendo del día, hay momentos en los que yo también quiero salir corriendo (risas). Pero la mayoría de las veces, sé que es lo que me gusta. Es verdad que hay un problema estructural de precariedad que se debería abordar. Vivimos en un entorno en el que estamos vendiendo el turismo cultural como un reclamo para venir, pero luego la cultura se está sosteniendo de una forma muy dual: o tienes muy buenas condiciones de trabajo o tienes que recurrir al pluriempleo. Me gusta aquello en lo que trabajo, pero hay que revisarlo. Más allá de eso, si me viniese alguien ahora a preguntarme, le diría que si es lo que le gusta, adelante. De todas formas, sí creo que se tiene que seguir trabajando en contra de la precariedad y desde una perspectiva de género. Por ejemplo, es necesario y muy importante que haya referentes femeninos en puestos de relevancia y exposiciones.
Su trabajo se desarrolla desde un contexto determinado que es Vitoria. ¿Cómo ve a la ciudad desde un punto de vista cultural?
Hay muchas iniciativas y, la verdad, es que creo que debería asistir más a ellas porque a veces me centro demasiado en lo mío. Hay gente que está haciendo cosas interesantes. Por ejemplo, cerca de donde está mi taller se encuentra La InKieta 34, que acaban de ponerse en marcha y quieren hacer talleres, visitas y cubrir una parte que es para adolescentes desde el muralismo y el arte urbano. Y hay sitios como Zuloa, Mara-Mara, Parral... Se hacen muchas cosas aunque haya iniciativas que no sean tan conocidas. En el tema de la autoedición, podríamos hacer y moverlo más, aunque sí que hay iniciativas como en su día la Feria Fugaz de Fanzines que organizaba Ilustrapados, o el Fanzine Fest del Satélite.
¿Próximos planes?
Tengo un proyecto con Iñigo Benito. Vamos poco a poco haciendo. Es sobre la idea de erosión: los procesos geológicos aplicados a lo social. Y quiero hacer otro proyecto con el tema que hablábamos de lo laboral, de la incertidumbre. El premio de Arte Vital me ha motivado para hacer cosas que tenía en mente.