Antes de hablar, Picasso ya dibujaba. Dicen que su primera palabra fue piz, abreviatura de lápiz. Desde sus inicios en el mundo del arte, puso patas arriba nuestra comprensión más primaria del mundo con sus rostros fracturados. Trabajaba con voracidad, reinventando su estilo a un ritmo vertiginoso, creando miles de pinturas, dibujos, grabados en plancha, pero también esculturas y cerámicas. 

“Un día, la cocinera fue a hacer la comida y no pudo. Mi abuelo había cogido todo de la cocina y se lo llevó para crear esculturas. También cogía las pelotas de tenis de mi padre, cualquier cosa por la calle que podía utilizar y se las llevaba a su taller”, ha contado como anécdota Bernard Ruiz Picasso, nieto del artista, en la presentación de la exposición Picasso escultor. El cuerpo humano que el Guggenheim Bilbao ofrece hasta el 14 de enero. 

Coincidiendo con el 50º aniversario de la muerte del artista, se han organizado diferentes actos y exposiciones, una de las cuales ha reunido algunas de las principales esculturas que realizó entre 1909 y 1962, que abarcan la pluralidad de estilos que el artista utilizó para representar las formas del cuerpo humanoide. De esta manera, el museo salda también una deuda que tenía con su obra, que hasta la fecha no había podido ser expuesta en Bilbao al no cuajar un primer intento realizado hace 15 años a iniciativa, también, de Carmen Giménez.

Tras su paso por Málaga, la exposición ofrece en el Guggenheim “un acercamiento único” a la historia del arte a través del cubismo, la abstracción, lo primitivo o el objeto encontrado, mostrando el evidente contagio entre disciplinas en su obra.

Tan pródigo escultor como pintor

El arte era el único interés de Pablo Picasso, su única identidad; tan sólo las mujeres, despertaban en él esa misma pasión, esa misma voracidad. La inabordable creatividad de Picasso (Málaga, 1881-Mougins, 1973) necesitó desde los inicios del cubismo de la tridimensionalidad de la que carece la pintura. 

Picasso fue tan pródigo escultor como pintor, pero a diferencia de la pintura, su escultura ocupó un lugar excepcionalmente personal en su obra y disfrutó recreándolos en una variedad de materiales y situaciones. La mayoría las guardó para sí mismo. Tenía 85 años cuando permitió que el Petit Palais de París enseñara por primera vez docenas de esculturas que había guardado con celo.

Comisariada por Carmen Giménez, con la participación de la curator del museo bilbaino Lucía Agirre, la muestra se ha presentado en el museo con la presencia además del nieto del artista, Bernard Ruiz Picasso; Carlos Alberdi, de la Comisión para la Conmemoración del 50 aniversario de la muerte del creador; Sabine Longin, directora Ejecutiva del Museo Picasso de París y Juan Ignacio Vidarte, director general del Guggenheim Bilbao. 

Sus parejas, musas de inspiración

Las más de 50 esculturas que conforman la exposición están diseminadas por ocho galerías del museo, siguiendo un orden casi cronológico. Una figura femenina monumental que recuerda las diosas de la fertilidad de la Antigüedad, La dama oferente, da la bienvenida al visitante con sus brazos abiertos. Se trata de uno de los dos ejemplares fundidos en bronce a partir de una figura que realizó en yeso en 1933, aunque cuatro años más tarde la presentó vaciada en cemento en el Pabellón Español de la Exposición Internacional de París (1937) junto al Guernica. La otra pieza se colocó en la tumba de Picasso, en el castillo de Vauvenargues.

Entre las esculturas, destacan formas de la figura femenina, tomando como musas de su inspiración a las que fueron algunas de sus parejas como Dora Maar, Fernande Olivier, la joven Marie-Thérese Walter, Francoise Gilot o Jacqueline Roque. Además de la impresionante La dama oferente, que abre la exposición, se pueden ver varias Cabezas de mujer, como la realizada en pleno auge del cubismo, en 1909, cuando Picasso modeló la de su compañera Fernande Olivier, transformando sus rasgos en facetas geométricas que condensa y torsiona para lograr en el medio escultórico lo que había experimentado en la pintura cubista. 

En 1930 adquirió una mansión normanda del siglo XVIII y transformó uno de sus establos en taller, lo que le proporcionó por primera vez un amplio espacio para desarrollar su trabajo de escultor. Durante este periodo, su material predilecto fue el yeso y su musa, la joven Marie-Thérèse Walter, que con solo 17 años se convirtió en su amante y en modelo de sus obsesiones eróticas. De ella, se pueden ver varios bustos en diferentes escalas en esta muestra.

Durante la ocupación alemana Picasso se quedó en París, aunque estuvo vigilado y amenazado por la Gestapo, ya que algunas de sus obras eran consideradas como arte degenerado. Fue un tiempo de escasez en todos los sentidos y algunos materiales como el bronce eran muy difíciles de conseguir.

A pesar de ello, creó algunas de sus mejores obras como Cabeza de mujer (1941), un busto monumental con referencias a la Antigüedad o El Cráneo (Cabeza de muerto), una cabeza en descomposición como respuesta a lo que acontece en la guerra.

Tres años después de terminar la II Guerra Mundial se instaló en Vallauris, cerca de Cannes. Una etapa que coincide con los recientes embarazos de Françoise Gilot, con quien estuvo 10 años y tuvo dos hijos, Paloma y Claude. Es en esta época cuando realizó su segunda propuesta de Mujer encinta (1950), en la que empleó jarras de agua para el vientre y los pechos, modelando el resto de la pieza.

En esta etapa recurre de nuevo a los objetos encontrados para crear su conjunto escultórico más monumental, Los Bañistas, a base de palos de escobas, viejos marcos, fragmentos de muebles y otros objetos que Picasso encontró en chatarrerías y escombreras. 

Destaca también Niña saltando a la comba, para la que se basó en su hija Paloma, y que las comisarias han decidido instalar mirando a las esculturas de Richard Serra.