Por separado y con diferentes propuestas, Moisés P. Sánchez y Marco Mezquida ya han pasado por el Festival de Jazz de Vitoria. Este miércoles regresan para compartir un proyecto conjunto que reúne a los dos pianistas en un formato muy especial. Será a partir de las 17.30 horas, quedando todavía entradas disponibles.

Dos pianistas con personalidades marcadas y diferenciadas que se juntan. ¿Lucha de egos o cómo es esta conversación que tienen sobre el escenario?

–Para nada lucha de egos (risas). Nos entendemos muy bien. Tanto Marco como yo estamos al servicio de la música, de encontrarnos. Cada uno tiene su espacio para poder mostrarse como es. Yo disfruto mucho cuando él lo hace y yo puedo acompañarle e intentar comunicarme con él desde mi lenguaje. Creo que a él le pasa más o menos lo mismo. Es un encuentro de dos músicos con unas personalidades marcadas pero que disfrutan mucho tocando juntos. Intentamos crear algo que merezca la pena, belleza, algo que poner al servicio de la música.

¿Qué les une como pianistas?

–Tenemos gustos musicales que coinciden en algunos puntos, como puede ser Keith Jarrett. Nos ha marcado mucho a los dos ese tipo de enfrentamiento a tu instrumento y esa manera de crear en tiempo real. Tenemos mucho gusto también por la música clásica. A mí me gusta mucho Béla Bartók y a él Ravel, por ejemplo. También nos une la melodía. Ambos buscamos los desarrollos de la melodía: él desde un punto muy mediterráneo y yo desde un lugar tal vez más anclado en el rock sinfónico, en las grandes piezas sinfónicas. Somos dos pianistas que utilizan la melodía y el motivo inicial como punto de partida para el lirismo. Además, también compartimos el disfrute por las sutilezas, por los detalles, por el uso de las dinámicas, por intentar tocar el piano desde muchos puntos de vista.

¿Qué se va a encontrar el público en este diálogo?

–La respuesta está en acudir al concierto. Es el momento. Ni yo sé lo que me voy a encontrar. Son dos pianistas tocando en dos pianos una obra compuesta para ese formato más luego temas de nuestra discográfica. A nivel general, es eso. Pero lo que ocurre dentro de esa hora y media no se puede anticipar ni prever. De hecho, cometeríamos un error haciéndolo. Hay gente que incluso dice que no le gusta el jazz pero que acaba, por circunstancias de la vida, en un concierto y se va encantada de la vida. ¿Por qué? Pues porque la energía del momento le ha hecho vibrar. Cuando uno es oyente y va a una actuación, tiene que dejar que el concierto sea lo que es, no ir pretendiendo que sea lo que él o ella quiere que sea. Cuando voy a ver a Brad Mehldau a piano solo, lo que hago es decir en mi cabeza: que Brad toque lo que quiera. Yo disfruto con la libertad que me trasmite esa persona en ese instante. Un acto de improvisación tan brutal, cuando estás a un piano solo o a dos pianos, es un proceso neurológico muy complejo que ocurre ahí y que nunca más se va a repetir de esa manera. Entendiendo eso, si te dejas llevar, el público disfruta. También te digo que como artista, tú llegas hasta cierto punto. Cuando estás ahí arriba e intentas dar lo mejor de ti, no puedes preocuparte de que todo el público en todo momento esté disfrutando de todo. Por supuesto que hacemos la música para y por la gente, para intentar hacer mejor la vida de las personas. Es el objetivo que nunca puedes perder de vista. Pero hay campos en cada persona en los que no podemos intervenir. Eso ya depende de cada uno.

Los proyectos de uno, las colaboraciones con otros, propuestas especiales como este formato junto a Mezquida... y todo al mismo tiempo. ¿Hay que ser hiperorganizado o dejarse caer en los brazos de la esquizofrenia y ya está?

–(Risas) Hay que ser muy, muy organizado. Ese concepto de músico caótico, que llega tarde a los ensayos y a los conciertos, o que termina la actuación y se despendola, a día de hoy cada vez se ve menos por una cuestión práctica. Sí que creo en un punto de libertad personal que hace que la improvisación cobre un valor y sí que pienso que cierto componente de caos y de imprevisibilidad es absolutamente imprescindible para hacer lo que hacemos. Pero, a día de hoy, el músico tiene que estar organizado y debes encontrar un equilibrio entre tu salud física, tu salud mental y tu salud musical. Si te hinchas de proyectos aparece la inercia de la banalidad, de componer por componer, de tocar por tocar. Ese equilibrio me parece importante y algo a cuidar. Tiene que haber un equilibrio entre tener todo medido y organizado y dejarte llevar, y no solo me refiero a la música. Marco y yo somos dos personas ocupadas, afortunadamente. Tenemos la suerte de que nuestros proyectos más o menos son escuchados y valorados. Pero no hay que perder de vista el equilibrio. Y hay que saber que no se puede estar a todo. Cada vez tienes que ir siendo más selectivo para ver con quién haces qué.

Para hacer algo como esta propuesta con Marco Mezquida, ¿es indispensable llevarse bien en lo personal o...?

–Depende mucho de cada persona. Creo que Marco coincidiría conmigo en esto. En mi caso, necesito absolutamente llevarme bien. Si no me encuentro a gusto personalmente con alguien, soy incapaz de tocar nada que sea verdad. A medida que me he podido permitir ser selectivo con los proyectos, gran parte de mis decisiones se han basado en este componente del que hablamos. ¿En este proyecto puedo ser yo, puedo tocar desde mis entrañas porque me siento comprendido y querido? ¿Sí? Pues venga. Pero es cierto que hay músicos que no necesitan esto y hacen una música increíble. Por eso te decía que es algo muy personal. Yo, en este caso, me llevo genial con Marco y creo que es recíproco... espero (risas).