Empezó a trabajar en el Museo de Bellas Artes de Álava en 1985 como técnico responsable de los fondos contemporáneos y desde entonces su relación con la colección alavesa que desde 2002 custodia Artium ha sido más que estrecha. La sala Amárica y, por supuesto, el museo de la calle Francia del que fue director durante diez años, aparecen subrayados en una trayectoria profesional que dentro de un mes entra en una nueva etapa, la de la jubilación.

Ante todo, es artista. De eso no se jubila uno.

-(Risas) Esa es una condición que nunca se pierde. Bueno, yo hice Bellas Artes y tuve una temporada que me dediqué a ello. Pero siempre he estado ahí, en el campo de la creación, de la cultura, del arte. El comisariado, por ejemplo, tiene una parte muy creativa también.

Pero pensando en retomar ahora algo de aquello.

-No sé. Seguramente podré hacer algunos intentos. Ya veremos. Esa es la parte que menos me preocupa. La que más es seguir con mi trabajo habitual de militante cultural y de activista del arte. Eso lo haré de otra manera. Ya no en Artium, pero bueno. Seguramente viajaré, escribiré, propondré algún proyecto. No me voy a retirar de eso.

Pero la profesión de militante cultural es casi kamikaze.

-Visto el panorama, sí. Pero lo bueno que viene ahora es que no voy a tener ningún jefe de ningún tipo. Voy a poder decir lo que me dé la gana, como y cuando quiera. Estaré feliz y descansaré también, que este ha sido un trabajo muy denso e intenso. En esta militancia llevo más de 40 años y 37 o así dentro de lo que es la gestión cultural.

Al Bellas Artes llegó en el 85. Desde entonces siempre ha estado vinculado a la colección foral.

-Eso es, dedicándome a la gestión y a la cultura institucional. En este tiempo siempre he estado bajo el paraguas de Diputación, tanto en la sala Amárica como luego en Artium.

Depender de lo institucional da seguridad pero también muchos quebraderos de cabeza.

-No me he considerado pasivo en este tema. Creo que he sido un poco tocahuevos en general. No me he plegado siempre. He tenido esa fama, además, de ser un tipo que va un poco por su cuenta en la idea de lo que yo considero que es la cultura. En la sala Amárica enseguida puse distancia con el arte que más, digamos, gustaba a la gente. Aunque siempre he estado considerado como un ovni alrededor del poder, en Artium también he sido un poco así. Sea la que sea la fuerza política que ha estado mandando, he sido, en este sentido, un outsider. Nunca he estado pegado al poder, sino un poco despegado. Como cuando dos imanes están cerca pero lejos.

¿No tiene la sensación de que hoy tanto las fuerzas políticas como la sociedad en general están mucho más alejadas de la creación que cuando usted llegó al Bellas Artes?

-Sí. Creo que es evidente. Toda la gente que entramos entonces teníamos una clara voluntad de estar muy comprometidos con la crítica social y cuestiones por el estilo. Veo que ahora no hay mucho de eso. Aquí, en el País Vasco, se está dando un arte cercano a las ideas estéticas pero sin que haya un trasfondo. El arte tiene que hablar de todo. Tiene que hablar de uno mismo, de la vida y del propio arte. La cuestión es que aquí se habla mucho del propio arte y de uno mismo, pero no de lo externo. Hay una tercera pata que está muy abandonada.

¿Pero hay forma de cambiar el paso en este sentido?

-Depende. Lo veo complicado. Vamos a ver, sí que hay formas de cambiar. Ya veremos. Cuidado, que tampoco digo que solo se tenga que ir por un camino, sino que es necesario el equilibrio entre estas tres patas que mencionaba. Tiene que ser como un taburete que no cojea nunca, en el que coincidan una parte personal, otra parte relacionada con el mundo, y una más que tenga que ver con el propio arte. Si solo se escora a un lado o como mucho a dos, a mí no me interesa tanto.

¿Qué se lleva de estos años, cuál cree que ha sido el sello que deja Daniel Castillejo?

-Lo primero que me llevo es el placer de haber dirigido Artium. Fueron diez años que para mí fueron importantísimos. El museo se consolidó, se hicieron muestras brutales y vino mucha gente. Ese periodo es lo más importante. Lo segundo es mi compromiso con lo público, que ha sido total. Un compromiso con el intento de promover unas buenas condiciones tanto para la expresión artística como para la expresión filosófica y la política, entendiendo esto último en el sentido de las relaciones humanas. Y tercero, como mucho, me llevo el placer de haber podido hacer grandes exposiciones que sé que hay mucha gente que recuerda. Eso y la compra de obras para la colección.

¿Lo peor?

-Siempre han sido algunas desconfianzas que ha habido. En mis relaciones con el poder en general siempre he visto desconfianza. Aún así, he de decir que siempre me han dejado hacer. Solo tuve un caso de censura que fue cuando mi gran amigo Pedro Sancristóval, creo que por pura confianza, me prohibió un cartel de Carlos Pazos en la sala Amárica. Luego no he tenido ningún problema en ese sentido, pero sí he notado que hay otras formas de presión que pasan por cortarte la hierba bajo los pies. No es una presión directa, nadie te señala, pero vas viendo que estás sin apoyos. He echado en falta los apoyos sinceros y explícitos. Creo que hemos intentado hacer una ciudad, y me refiero también a toda la gente que ha estado trabajando conmigo, contemporánea y con consciencia de ello. Aunque ahora están cambiando mucho las cosas con otro tipo de expresiones que también van por lo contemporáneo, creo que hemos conseguido tener un cierto prestigio en Euskadi y en el resto del Estado como ciudad moderna, actual y viva.

¿Cómo ve el museo ahora? Lo pregunto porque ha renunciado por completo a su función de centro cultural. Incluso lo ha eliminado de su nombre. Y es evidente que está en un momento distinto a las dos épocas anteriores.

-No voy a hacer ninguna crítica del museo porque todavía estoy trabajando ahí (risas). No, ahora en serio. Sí, a mí también me ha llamado la atención porque en los años 90 era lo más ser un centro vivo de actividades y de investigación además de un museo. Todo el mundo venía de ser solo un museo. Creo que en nuestro caso, fui yo el que le dio ese nombre de centro-museo. No sé si se ha explicado o no las razones por las que se ha tomado esa decisión, pero espero que sea para bien, desde luego. Pero no sé las razones.

Independientemente de quién dirija en cada momento Artium, lo importante es la colección, que es casi como su hijo. ¿Por dónde tiene que caminar su futuro?

-Tiene que seguir creciendo, seguir desarrollándose porque Artium es un museo vivo. Nosotros somos los padres adoptivos de alguna forma, pero este es un hijo que ya tiene cierta autonomía y tiene que seguir creciendo. Yo participé en la compra de casi 2.000 obras. Pero para crecer debe tener fondos, ideas muy claras y saber cuál es el contexto en el que vive, y también los criterios que le han llevado a ser lo que es. El contexto vasco es esencial y creo que eso se está trabajando.

¿Se ha arrepentido alguna vez de haber dejado el cargo de director de Artium?

-Eso me lo ha preguntado bastante gente, pero no, la respuesta es que no. Estaba muy cansado y muy saturado. Las condiciones de mi trabajo no eran las más adecuadas. Desde que llegué a la dirección, el presupuesto siempre fue para abajo. Ahora está mejor, pero yo no me arrepiento de esa decisión. Me marché de manera voluntaria del cargo, pero fue una decisión casi obligada porque no podía, con esas condiciones, seguir trabajando a gusto. Lo más a gusto que trabajé en esa época de la crisis económica de 2008 fue cuando todo estaba absolutamente parado y conseguimos hacer del museo un paraguas para la cultura alavesa. Nos ofrecimos como lugar para que quien tuviera problemas pudiera desarrollar su actividad. De eso estoy muy orgulloso.

¿Cómo han sido estos años después de dejar el puesto?

-¿Estos tres años? Bueno, no los mejores para mí, desde luego. Creo que se me podría haber aprovechado más y no ha sido así. Digamos que es un paréntesis vacío para mí y ahora empiezo otra vida.

¿Se imagina al socio número uno de AMBA, que es usted, entrando un día a Artium solo como visitante?

-(Risas) Hombre, iré, por supuesto. La verdad es que la pregunta me recuerda mucho al cómic que hizo Álvarez Rabo cuando ideó un director en Jartium. Pero bueno, ya te digo lo voy a disfrutar mucho. Además, creo que de otra manera, buscando intríngulis y maneras de pensar distintas.

Miremos a la ciudad, a las nuevas generaciones no solo de artistas, sino también de comisarios, conservadores, críticos, aficionados y demás. ¿Hay relevo?

-No veo demasiado. También es cierto que el mundo de la cultura vive siempre en una brutal precariedad. Lógicamente aquí se junta la falta absoluta de expectativas que tiene la cultura. No se apoya, no se invierte, no hay galerías ni muchos lugares para la creación. Eso hace que sea complicado que mucha gente se pueda interesar. Más allá de que este trabajo también tiene mucho de vocacional. Es curioso porque aquí tenemos unas condiciones extraordinarias para que se den determinadas situaciones. Por ejemplo, tenemos la facultad de Historia del Arte y un museo de arte contemporáneo. Yo he intentado contactos, alguna vez lo conseguí, pero hay algo que no consigue pegarse. Hay artistas, comisarios y demás, no me entiendas mal, pero no se ven mucho. Hay que hacer un esfuerzo. Sitios como Zas u otro tipo de iniciativas entre artistas deben conformar un caldo de cultivo, pero también tiene que haber ayudas. Aquí solo hay dos. Una es la de Montehermoso y otra la de Fundación Vital. La Diputación no tiene ayudas a artistas. En el País Vasco, están las de BilbaoArte y Tabakalera y las dos del Gobierno Vasco. Eso no es suficiente. Con eso no podemos hacer nada. Antes la Diputación sí tenía sus ayudas en forma de concurso o de becas. Artium tuvo al principio unas becas importantes que enviaron a artistas al extranjero. Pepo Salazar se fue a Nueva York. Y Aitor Lajarín se fue a Los Ángeles.

Pero ahora es un poco extraño ver a artistas jóvenes de Álava que se van a Nueva York como Gala Knörr y Jon Gorospe gracias al apoyo de Guggenheim, mientras en Álava no encuentran prácticamente nada de ayuda.

-No encuentran nada. Mira, yo estuve en el jurado de la beca que le han dado en BilbaoArte a Gala Knörr. Pero es que aquí no hay nada. Hay quien se da por contento por tener Artium y dos cosas más. Pero estamos en una precariedad que es la más intensa que he visto yo en mucho tiempo.

¿Estamos educados para ver arte, para escuchar música, para leer un libro... e ir más allá?

-No. La prueba más importante de eso es que estamos tan saturados que confundimos realidad con representación de manera continua. Esa frontera mucha gente no la tiene clara. Esto va a hacer que la Educación tenga que cambiar algún día para crear dos materias troncales: por un lado, realidad y representación; y, por otro, la capacidad de controlarse como ética, de no traspasar tú mismo determinados límites.

Cuando uno se va de un ámbito de trabajo tan importante y se expresa sobre lo que le rodea, siempre hay quien le echa en cara falta de autocrítica. ¿Qué se criticaría Daniel Castillejo?

-Quizá, la mayor crítica que me puedo hacer es el hecho de, en determinados momentos, no haber entendido ni haber sido consciente de lo que tenía delante de mis ojos con respecto a gente, a pensamientos e ideas, y al contexto en general. No saber traducir las cosas que me decían o las que hacía. Seguramente he podido hacer daño en este sentido a alguna gente.