- El Comensal, el largometraje dirigido por Ángeles González-Sinde y protagonizado por la vitoriana Susana Abaitua que adapta la novela homónima de Gabriela Ybarra e indaga en las secuelas del terrorismo de ETA en la intimidad de una familia, llega a las salas hoy.
“Antes no se daban las condiciones para que se pudiesen contar estas historias ya que era un momento terriblemente tenso”, reflexiona González-Sinde sobre una época en la que, recuerda, “ETA tenía exceso de crudeza y realismo” ya que no dejaba de figurar en las noticias prácticamente a diario, y “a veces de manera incluso genérica”. Y es que El Comensal (rodada en Navarra y Euskadi)es una historia, dice Ybarra, “que aborda el tema de ETA desde un lado más íntimo y afectivo”. De esa intimidad que supone partir de su propia experiencia personal y familiar: cuando ella y su familia quedaron marcados por el asesinato de su abuelo paterno, el empresario y político Javier Ybarra, en el verano de 1977.
Se trata de un filme, a ojos de Gabriela Ybarra, que si bien recoge “un drama familiar” y cuenta “cosas duras”, es “una historia esperanzadora, con “unos personajes que tienen ganas de seguir adelante y de seguir viviendo”. De hecho, precisamente eso es lo que le atrajo en un primer momento a González-Sinde, quien con este proyecto vuelve a la dirección tras catorce años alejada de las cámaras: “Es una película de gente que lucha por reconstruirse y que lo consigue. De una familia que se redescubre de otra manera”.
Así lo ve una de sus protagonistas, la actriz Susana Abaitua, quien asegura que la primera vez que leyó el guion -hace casi cinco años, antes incluso de formar parte del proyecto de Patria-, se emocionó muchísimo: “Nunca había leído nada acerca del conflicto, pero esta historia habla también de la familia y de cómo se gestiona el duelo. Me emocionó mucho ese viaje emocional”.
Ella es la encargada de dar vida a Iciar, “una chica joven que al fallecer su madre por cáncer comienza a observar unos comportamientos extraños en su padre”. Esta muerte detonará un acercamiento marcado por “los silencios y lo no dicho”, que llevará a Iciar a reconstruir el secuestro de su abuelo cuarenta años atrás y a intentar entender “el duelo congelado” que atraviesa su padre. Porque como recuerda González-Sinde, “en los años 70 no había un ambiente propicio para que se compartiese públicamente y socialmente el dolor y desconcierto de una familia por haber vivido un secuestro”. l