uropa + Ucrania es Eucrania, una realidad afectiva, solidaria y democrática en la que los países de nuestro viejo continente abrazan y defienden la vida y dignidad de un pueblo soberano invadido y masacrado por Rusia y su zar Putin. Hay muchas formas de ser eucraniano, como acoger a sus seis millones de desplazados, aprovisionar militarmente a sus héroes y boicotear la economía rusa. Y este sábado, como símbolo de paz, poner a Ucrania y su causa en el centro del Festival de Eurovisión. Así ocurrió. La música era solo excusa y método para transmitir al mundo un no rotundo al terror y alzar una bandera de compasión. ¡Qué importa si las canciones fueran de baja calidad como casi siempre y que el espectáculo se proyectara igual de barroco como hace décadas! ¡Qué importa esa frivolidad cuando la gente inocente muere a nuestro lado!. El regreso a la normalidad se truncó con la excepcionalidad poética de Eucrania, previo veto a Rusia. El escenario de Turín, bajo el lema de El sonido de la belleza, fue un estallido de amistad para que Ucrania ganase. Lo mereció, claro que sí. ¿O acaso Eurovisión no es símbolo de los valores europeos, entre ellos la libertad? ¿A quién había que rendirse sino a la grandeza de un país que no se rinde? Quizás España se sienta feliz con el tercer lugar tras muchos años de fracasos; pero Chanel fue más contorsionista que cantante y la exuberancia rompe el saco. Peores fueron los bochornos carnavalescos de Serbia y Noruega y las cuatro horas interminables. Formidable trabajo de la RAI en la organización. El decadente Festival, con todo su feísmo y cegadora luminotecnia, sigue convenciendo y revive con elevadas audiencias. Solo en TVE reunió a 6,8 millones de espectadores y casi ocho en las votaciones. El gusto es suyo. ¡Viva Eucrania!. l