Su aterrizaje en Vitoria ha coincidido en el tiempo con la apertura del Pabellón de México en la Bienal de Venecia 2022, de la que Catalina Lozano (Bogotá, 1979) ha sido comisaria junto a Mauricio Marcin. Es uno de los últimos ecos de su etapa profesional anterior, un amplio bagaje internacional que ahora se pone al servicio de Artium, de quien desde febrero es comisaria jefa.
¿Cómo definir este puesto dentro de la estructura del museo? ¿qué tiene que aportar usted?
-Es un término o un puesto que se conoce poco y se malinterpreta mucho. Pero bueno, como comisaria jefa de Artium vengo un poco a articular diferentes programas y equipos dentro del museo. Claramente, el comisariado está muy enfocado a las exposiciones, pero en mi caso, y en esta posición, se trata de que los diferentes programas que acompañan la actividad del museo -estrategias de comunicación, educación, el centro de documentación y biblioteca, y demás- estén articulados respecto a unas bases, ideas y actividades coherentes. En gran parte, mi labor es programar exposiciones junto a Beatriz Herráez, la directora, y a partir de ahí generar toda una serie de programas que acompañen lo que vertebra el centro.
¿Pero qué le gustaría aportar, en qué se tiene que notar su presencia, su firma?
-Se tiene que notar en el programa del museo en general. Las exposiciones tienen un papel muy importante, tal vez el más, pero también en los programas públicos del museo y en todo lo que acompaña a esas muestras. Se tiene que notar, por así decirlo, en la calidad de ese programa.
Lo preguntaba porque su trabajo, como puede materializarse justo ahora en la Bienal de Venecia, nos puede remitir al arte contemporáneo latinoamericano.
-En el caso del trabajo en Artium, el programa tiene que articular el contexto con lo internacional. No tiene que enfocarse a lo que se haga en una región específica o en un tipo de arte específico. Hay que articular un programa en el que haya un diálogo internacional en el sentido más amplio y en el que, además, como se ha venido haciendo, haya un papel muy importante de artistas mujeres.
¿Qué tal el aterrizaje?
-He sido muy bien recibida por todo el equipo. Me he sentido muy acogida. El impacto de la labor que haga yo se verá más adelante. Ahora estoy, sobre todo, apoyando los procesos que ya estaban comenzados. Sí que estoy planeando a futuro lo que vendrá a partir de otoño de este año pero sobre todo en 2023. Ha sido muy intenso porque es un museo que tiene muchas actividades diferentes. Todavía no logro abarcarlas todas, pero poco a poco voy conociendo más y en profundidad cada cosa. La cuestión es poder estructurar todo para poder sacarle a todo el mayo provecho posible.
¿Cómo ve Artium desde fuera?
-Es un museo que se ha estructurado mucho alrededor de su colección, que son unos fondos fuertes y muy representativos del contexto en el que está el museo. En los últimos años, ha dado un giro con una programación diferente a la que había antes. Es un museo crucial en este contexto porque es el museo de arte contemporáneo del País Vasco y como tal tiene que cumplir una función específica. Estamos trabajando en ese sentido. Es un museo, también, con una arquitectura muy peculiar pero con unos espacios expositivos muy bonitos y aprovechables. En este sentido, es muy estimulante. Y creo que el público lo reconoce.
¿Quién es el más importante, el que entra o el que no?
-Es un gran reto que quienes no entran en el museo lo hagan. En ese sentido, creo que los programas tienen que responder también a las demografías locales. A mí me interesa mucho que eso ocurra. Hay que entender a la Vitoria contemporánea como una ciudad plural y diversa e intentar que todas esas diversidades se sientan atraídas por el museo. Es verdad que los museos son lugares que a veces intimidan a la gente y uno de los retos de los museos hoy en día es ser espacios abiertos a todos los públicos.
Más allá de que al arte contemporáneo le acompañan sus propios prejuicios.
-Sí. Eso es resultado de una historia institucional de todos los museos. En los últimos 20 años se han desarrollado muchas estrategias que se han aplicado en otras instituciones para ampliar los públicos y las miradas sobre el arte contemporáneo. Una de las cosas más importantes es quitar esta idea de que hay que entender el arte de una forma determinada. La gente siente que no entiende el arte. Pero el arte no es algo que necesariamente se tiene que entender, sino que es algo que se tiene que experimentar. Partiendo de ese punto, todos tenemos esa capacidad sensible de relacionarnos con el arte. Eso es lo que hay que conseguir desarrollar.
Pero para alguien como usted, una mujer nacida en Bogotá que ha desarrollado su trayectoria profesional en grandes ciudades de diferentes países, ¿cómo es venir a una ciudad de 250.000 personas?
-A veces las grandes ciudades también se vuelven inabarcables y terminas aprovechando muy poco de lo que te ofrecen. Artium me ofreció un contexto en el que puedo, realmente, poner en práctica muchas ideas y desarrollar programas. Después de la pandemia, las grandes ciudades también se volvieron grandes cárceles y me apetecía estar, precisamente, en un lugar un poco más manejable en ese sentido. Es verdad que viví en Ciudad de México diez años, una ciudad gigantesca, con los problemas que una ciudad gigantesca también tiene. No siento que una ciudad se quede pequeña necesariamente. Es lo que uno hace en esa ciudad lo que cuenta.
El contexto artístico y Artium han tenido en estos 20 años sus más y sus menos.
-El museo tiene que hacer la labor de incluir a todas las personas que viven en Vitoria y en Álava, y de generar relaciones saludables con las instituciones y entidades. Es lo que estamos haciendo. Se trata más de tender puentes que de romperlos.
Para una persona que ha desarrollado su labor hasta el momento como profesional independiente, es decir, que ha podido elegir, en cierta medida, en qué proyectos trabajar, con qué personas y en qué lugares, llegar y asentarse en una institución como esta, ¿le supone perder autonomía?
-Trabajar en una institución siempre tiene la ventaja de poder generar algo que puedes ver que tiene una continuidad. Cuando trabajas como comisario independiente estás saltando de un lugar a otro y solo tú eres consciente de esa continuidad en tu trabajo. En cambio, si lo ves dentro de una institución, hay un lugar que recoge toda esa labor y en donde puedes visualizarlo, si hay una evolución o cómo se producen las transiciones. Por otro lado, algo que me gusta de estar ahora asentada aquí es poder trabajar con diferentes equipos construyendo algo colectivamente. Eso es algo que cuando eres comisario independiente es imposible porque en cada proyecto cada vez trabajas con equipos diferentes. Aquí la idea es que esa relación sea a largo plazo y que se puedan generar, por tanto, estrategias también a largo plazo.
¿Cómo ha sido cimentar una trayectoria dentro del mundo del arte entre una crisis económica y una crisis sanitaria?
-En la crisis de 2008 todavía era bastante joven (risas). Vivía en Londres y tenía un trabajo asalariado. Tomé el riesgo dos años después de mudarme a México sin ninguna perspectiva clara. Pero eso también me dio mucha libertad para hacer cosas que en Europa no habría podido realizar. Fue una estrategia que implementé para poder trabajar con esa libertad, aunque es una libertad relativa porque siempre que necesitas dinero, estás amarrado. Pero bueno, más allá de eso sí que fue un momento a partir del cual tuve un poco más de libertad para desarrollar una práctica de comisariado propia que ha caracterizado lo que he hecho después. Y la crisis sanitaria yo creo que a todos nos pilló realmente con las manos vacías. Tuve la suerte en ese momento de tener ya una trayectoria más asentada y un currículum que me permitió seguir trabajando en diferentes proyectos. Y todo ello trabajando desde México para una institución que tiene sedes en Estados Unidos y Francia. Estaba en una situación muy privilegiada dadas las circunstancias. Fueron proyectos que no podían ocurrir en esos momentos y que se están materializando ahora, dos años después.
Uno de los trabajos anteriores a su llegada a Artium que ha cristalizando justo ahora es el que está en la Bienal de Venecia, donde usted y Mauricio Marcin han comisariado la propuesta llegada desde México. ¿Hay, de verdad, un conocimiento aquí del arte contemporáneo que se produce en Latinoamérica y viceversa? ¿Hay algo más que un Atlántico de por medio?
-Bueno, hay una historia, muy difícil, de colonización. También podemos hablar de cooperación, sí, pero claramente en Latinoamérica la cuestión de la colonización es algo que todavía subsiste como temática para muchos artistas. Sobre todo en los últimos años, es algo que ha resurgido mucho en la práctica de muchos artistas. Hay afinidades y posibilidades de colaboración pero es verdad que todavía no hay una fluidez absoluta en el viaje de la información y de la creación de un lado al otro. Es verdad que también durante los últimos 20 años, el arte latinoamericano ha tenido muchísima visibilidad internacional con exposiciones en todas partes. Hay figuras que se han vuelto muy importantes. Más allá de eso, a mí lo que me interesa es cómo enfocarme en ciertas miradas, temas y posiciones donde creo que se pueden tender esos puentes de diálogos entre distintos contextos, como pueden ser los del Estado español y Latinoamérica, siempre sabiendo que el Estado español es muy diverso, así como Latinoamérica es un continente enorme con mil diferentes tradiciones artísticas y quehaceres relacionados con cosas que hasta ahora no se han reconocido como arte, que se han llamado artesanía y cuya mirada se está modificando hoy. Hay muchos debates que pueden ser interesantes también para ambos contextos.
Colonización y mujer.
-Es que la historia universal del patriarcado la compartimos en todo el mundo.
Su última estancia profesional en Vitoria fue en 2011, con la exposición ‘¿Tierra de nadie?’ en Montehermoso. Si pudiera volver a esos momentos en los que su camino como comisaria independiente estaba empezando, ¿qué le aconsejaría a aquella Catalina Lozano?
-No sé si puedo aconsejar a nadie realmente (risas). Le diría que hiciese lo que hice. Esa exposición fue el punto de partida de muchas otras que se desarrollaron en los diez años siguientes. Fue una gran oportunidad para desarrollar una forma de pensamiento y de práctica de comisariado de la que estoy muy orgullosa.
El trabajo en el arte no pasa solo por ser creador. Eso es algo que a veces se olvida también en las facultades de Bellas Artes.
-Hay infinitos campos en los que desarrollarse. Lo importante es que cada persona pueda desarrollar una práctica y unas metodologías propias que puedan dialogar con las de otros también. No hay que seguir una fórmula preestablecida, sino generar una propia metodología de trabajo.
Por cierto, ¿en estos dos, tres meses que lleva en Vitoria, le ha dado tiempo a vivir algo de la ciudad?
-Muy poco. Más allá de la parte vieja, me falta mucho por recorrer. Camino por el parque de la Florida casi todos los días, pero no he tenido oportunidad todavía de pasear la ciudad y también de conocer el territorio, que me apetece y me interesa mucho. Espero que ahora que se ha inaugurado la Bienal de Venecia me sea más posible.
“Artium es crucial porque es el museo de arte contemporáneo del País Vasco y como tal tiene que cumplir una función específica ”
“El arte no es algo que necesariamente se tiene que entender, sino que es algo que se tiene que experimentar”
“No siento que una ciudad se quede pequeña necesariamente. Es lo que uno hace en esa ciudad lo que cuenta”