- Joan Manuel Serrat se despidió ayer de Nueva York en el inicio de la última gira de su carrera El vicio de cantar, con un público entregado que obligó a Serrat a traer a Penélope al escenario y contar así varias historias con las que divirtió al respetable. Se habían dado cita en el Beacon Theatre de Nueva York -uno de los lugares emblemáticos de los artistas hispanos- todos los acentos latinoamericanos, que desde hace ya días habían dejado colgado el cartel de “agotados los billetes”.

El cantante estuvo acompañado por un conjunto de siete músicos -incluido su inseparable pianista Ricard Miralles-. Serrat quiso que su concierto fuera un canto a la vida, sin dejarse atrapar por la nostalgia, y dijo que si sus historias están llenas de personajes que no envejecen, “hay que dejar a los personajes su sitio y nosotros ocupar el nuestro, más jodido pero yo así lo prefiero”.

El concierto arrancó con Dale que dale y siguió con Mi niñez y y solo cuando entonó Señora los asistentes se pusieron en pie y comenzaron a corear el estribillo. Siguieron Lucía, No hago otra cosa que pensar en ti y Algo personal, antes de dar paso a los poemas musicados de Miguel Hernández, del que dijo que “recordarlo es un deber de España y del mundo”.

Serrat no solo concedió Penélope al público, sino que se sentó a explicar dos historias: una, la más conocida, la de la mujer de Ulises que teje y desteje un manto mientras durante veinte años espera a su marido; otra, la de una anónima mujer que Serrat entrevió en la estación de Calatayud, aferrada a un bolso y a la que no se atrevió a hablar pero nunca olvidó.

Lo que quería el público era más que escuchar: quería cantar con Serrat, y así lo hizo con Hoy puede ser un gran día, Aquellas pequeñas cosas y Mediterráneo, para llegar a la apoteosis con los Cantares de Antonio Machado, donde Serrat cedió la palabra para que la gente entonase a voz en grito lo de “caminante no hay camino / se hace camino al andar”. Y cuando ya se había marchado, tuvo que regresar para hacer un bis con Fiesta. Incansable, el público pedía más y Serrat regresó de nuevo y entonó Aquellos locos bajitos.