Dirección: Joel Coen. Guion: Joel Coen. Obra: William Shakespeare. Intérpretes: Denzel Washington, Frances McDormand, Alex Hassell, Corey Hawkins. País: EEUU. 2021. Duración: 105 minutos.
a relación de grandes cineastas tentados por Macbeth compone una galería muy especial: Welles, Polansky, Kurosawa,... y ahora, Joel Coen, quien por vez primera rueda sin la complicidad de su hermano Ethan pero sí con el apoyo y el trabajo decisivo de su esposa Frances McDormand. Aunque lo evidente sería enfrentar-confrontar qué aporta, en qué se diferencia o cuál es la razón de ser de esta nueva adaptación del asesino del rey Duncan, cabe sospechar que con ella Joel ha pensado más que en ninguno de los grandes referentes citados, en su propio hermano Ethan.
No deja de ser paradójico que la separación de los hermanos se produjera porque el hermano pequeño manifestó su voluntad de dejar el cine para dedicarse al teatro y ahora, el hermano mayor, Joel, filme una película con inequívoco sabor teatral. Y eso, sabor teatral que no necesariamente saber, impregna para bien o para mal lo que habita en esta tragedia. Rodada en un radical blanco y negro, conformada por una puesta en escena refugiada en un sobrecogedor minimalismo expresionista, lo mejor de este Macbeth no hay que buscarlo en los negros remordimientos que corroen la lucidez de los Macbeth sino en la niebla blanca que les ciega.
Joel asume liberar el realismo cinematográfico con la fuerza simbólica y representacional del hacer teatral. No hay servidumbre al verosímil de lo real y sí hay un memorable juego estético. La primera aparición de la(s) bruja(s) resulta memorable. Aunque solo fuera por esa secuencia, con una Kathryn Hunter de escalofrío, ya merecía la pena ver esta película.
El poderío atmosférico es tal, la plasticidad alcanza tanta belleza, que esa exaltación en blanco y negro de la noche sin sueño, de la pesadilla sin esperanza, impone a sus principales protagonistas un cerco asfixiante. Ellos, los portadores del verbo, se ven eclipsados por la fortaleza del plano general. Entre otras cosas porque les sobra calidad y experiencia pero carecen de empatía. No cabe reprochar su hacer, sino lamentar su orfandad de emociones. Porque sin sentimientos, la pasión se congela.