oco se puede decir de las nuevas medidas para tratar de frenar la explosiva sexta ola. Son prácticamente las esperadas, incluso una gotita más suaves en algunos aspectos. Supongo que no se podía ir mucho más lejos, sobre todo, teniendo en cuenta que esta vez no se pedirá aval judicial. Algo me dice que habrá algún sector que lleve la cuestión a unos tribunales que ya sabemos cómo han venido actuando hasta la fecha. Quizá no hay tiempo material para tumbar los límites de horario de cierre y de aforos antes de Nochevieja, pero sí para anularlos antes del 28 de enero, que es hasta cuando están vigentes estas restricciones.
Voy a escribir, aunque parezca (y sea) derrotista, que casi da igual. Lo fundamental es que vamos muy tarde. El reventón de contagios, con números de escándalo, comenzó hace dos semanas y estaba apuntado desde antes. Pero se juntaron el hambre y las ganas de comer. Ni siquiera han imperado los motivos economicistas. Ha sido más una cuestión de psicología social. La gente del común, o sea usted y yo, habíamos decidido que estas fiestas iban a ser casi como las de antes. Y ahí no hay autoridad sanitaria que hinque el diente, a no ser que pretenda salir malparada. Hasta los más mansos y cumplidores iban a aplicar el pase foral a lo que se les mandase. Ya verán cómo estas medidas moderadas van a ser incumplidas con fruición. Se le ha perdido no ya el miedo sino el respeto al virus. Para colmo, hasta el mismísimo presidente del Gobierno español nos dice que no hay que preocuparse porque hay muchos contagios pero pocas hospitalizaciones. Sigamos jugando a la ruleta rusa.