- No es sencillo escribir sobre algo doloroso que te haya ocurrido en tu vida; sin embargo, eso es lo que ha hecho Verónica Molina (Madrid, 1982). Se titula Un segundo antes de la furia y es su primera novela. El libro, editado por Planeta, “no es autobiográfico, sus personajes, los escenarios, todo es ficción”, pero para la autora escribirlo sí ha supuesto una catarsis como terapia para apartar sus fantasmas de niñez y adolescencia. La protagonista y autora de este thriller tiene en común con su protagonista, Martina, un pasado de abusos sexuales por parte de un familiar cercano, junto a episodios de maltrato físico y psicológico en la niñez. “Cuando ocurrió no era tan niña, tendría unos 10 años y todo terminó entre los 14-15; pero como tuve un episodio en mi vida en el que quise olvidar lo que me había ocurrido y pasar página, aunque no lo conseguí, no me acuerdo muy bien de las fechas”, explica esta especialista en marketing y publicidad a la que le gustaría ser novelista para el resto de su vida. “Deja el marketing y la Coca-Cola a un ladito y dedícate a objetivos más personales”, se dice a sí misma. Al final la protagonista de la novela, Martina, es una mujer empoderada, pero principalmente es una superviviente de la vida. “En la novela hay una mezcla de géneros; también mucho erotismo y la violencia necesaria para destapar el abuso que quiero denunciar con ella”, señala.
¿‘Un segundo antes de la furia’ fue su primer manuscrito’?
—No. El primero lo tiré a la basura, porque no iba a llegar a nadie. Así que empecé desde cero a escribir “con las tripas y saqué todo el dolor que llevaba acumulado durante años; saqué todo el dolor, la tristeza y el aprendizaje que tuve de lo que me había ocurrido y salió la novela con Martina, en el que llega un momento en que no solo no recuerda nada, sino que empieza a ejecutar ella la misma violencia y el mismo abuso que cometieron con ella, sin ser consciente todavía de por qué se le despierta este monstruo.
Con experiencias reales y creíbles como la suya, ¿entiende que haya grupos sociales que nieguen que este maltrato y abuso sexual sobre menores existe?
—Sí. Porque te lo niegan hasta en el mismo seno de tu familia, que te quiere, te adora y que te debe proteger. No me sorprende que desde ámbitos políticos, de opinión y religiosos lo nieguen. Esto es un maldito tabú; no queremos hablar de este tema porque no está bien. Preferimos esconderlo debajo de la alfombra porque seguimos anclados en años atrás. Somos una sociedad más rica, pero repetimos los modelos de hace 50 años, aunque ahora mejor maquillados; la gente no quiere ver la mierda que hay.
¿Cree que la violencia está en todos los escenarios de nuestras vidas?
—En mi caso fueron los abusos sexuales en la infancia, pero las empresas están hasta arriba de acoso laboral; las parejas, de violencia de género de hombre y mujer; todo es violencia. Y no sabemos defendernos de ella porque la víctima se encuentra sola y sin recursos para salir adelante. Las instituciones no quieren sacar este tema a la luz, pero es un monstruo silencioso que está ahí.
Sucediendo este maltrato a menores en el entorno familiar, ¿es más difícil detectarlo? ¿Existe de tapadillo?
—Esa es la parte más cruel, la más hipócrita; yo, de niña, no sabía identificar si lo que me estaban haciendo estaba bien o mal. Primero porque es alguien de tu familia directa que se supone que te quiere; todavía no tienes estructuras para entender el sexo, la lujuria, los tipos de besos, los tocamientos. Eres un niño/a y no tienes el manual; nadie te ha dicho lo que está bien o mal. Te hacen jugar a un juego en el que, poco a poco, te vas sintiendo incómoda, pero racionalmente no sabes que está mal. Por otro lado, cuando el niño identifica lo que le está pasando, siente miedo porque no le crean y se siente culpable. Muchas veces el adulto lo quiere esconder y le deja tirado.
Si no se puede denunciar porque eres dependiente y menor, ¿cuándo prescriben estos delitos?
—Cuando me lancé a escribir la novela me pregunté si podría denunciarle porque todavía estaba vivo, pero el delito había prescrito. Hay que reformar las leyes para que esto no ocurra. Se debe trabajar en temas de prevención con los padres y madres. Con el verdugo muy probablemente no se pueda hacer nada porque será un enfermo. Pero esto es un virus, te contagia de pequeño y se expande por tu cuerpo. Como víctima, vas a conocer todos los mecanismos de la violencia y vas a crecer sufriendo pero también aprendiendo. Aunque se haya tenido una vida complicada, nadie tiene excusas para ser mala persona.
¿Quién debe cortar esta espiral?
—Sin duda, la víctima. En algún momento tiene que tener la fortaleza de asumir lo que le ha pasado; de gestionarlo bien de joven o de adulto, con apoyos o no. Tiene que haber una asunción de la realidad. Debe repetirse a sí mismo que eso que le ha pasado, él/ella no lo quiere repetir; la tijera la tenemos nosotros. Quienes hemos sufrido abusos crecemos sufriendo, pero también aprendiendo; se puede cortar con esa dura realidad. Sin embargo, para ello has de asumirlo, si no te sanas te saldrá esa violencia que llevamos dentro.
El abuso puede ser de tipo verbal, psíquico, pero también puede ser físico o incluso violencia sexual. De estos maltratos, ¿cuál es el que deja recuerdos más imperecederos?
—No es tanto el hecho, el suceso que ocurre, sino lo que se te imprime dentro. Se te revienta el alma; no es la hostia que te deja el ojo morado, no es el abuso sexual donde te han desvirgado, sino la carga psicológica más profunda ante cualquier abuso. ¿Por qué? Porque escucho historias en las que digo qué suerte he tenido porque solo han abusado sexualmente de mí; hay historias absolutamente horrorosas. Lo que ocurre es que para cada uno la nuestra es la peor. Qué más da si solo abusaron sexualmente de mí, si solo me pegaron hasta la saciedad; es mi realidad. Te duele tanto como si nada en el mundo hubiera sido peor. Pero la realidad es que hay historias que no son solo de denuncia, sino como para que, como Martina, cargarse a los verdugos.
Su libro es un thriller sobre abusos. ¿Cuál es su objetivo: dar a conocer estos abusos, alertar sobre ellos, pedir medidas?
—Me gustaría que fueran todos ellos. Pero la novela es una gotita en un océano inmenso. Lo que creo que se puede conseguir con ella es que se hable del tema; que sepa la gente que esto existe en los hogares, más de lo que se piensa. Que deje de ser un tema tabú, que las víctimas puedan encontrar apoyos y luego, si consiguiera que aunque sea un solo verdugo leyera el libro y por una vez no hiciera eso que tenía pensado hacer, sería la bomba. Por otro lado, hay que cambiar las leyes; la novela no va a lograr esto, pero los movimientos sociales pueden hacerlo. El primer paso es que hablemos de todo ello.
Con frecuencia escucho que la solución está en la escuela. Pero si la familia no colabora, ¿cómo se puede introducir en la familia el control contra esos abusos?
—Falta mucho camino por recorrer; la solución, además, no está solo en la escuela, sino en una mejor protección de la infancia. Los niños van a la escuela pero viven en sus casas y tienen amigos. Se puede identificar a los pequeños que pasan por estas situación, pero también hay que trabajar con los niños para que sepan cuándo acudir a un adulto para pedir ayuda. También hay que dotar a padres y hermanos de herramientas para identificar que a su hijo/hermano le pasa algo. Hay que proteger a la infancia desde la familia, la escuela, la sociedad, la Justicia y las instituciones. Hay que situar al niño en el centro de todo, porque es el futuro del mundo, y ver cómo se le puede proteger. Porque tu familia puede esconder lo que ocurre, pero tu profesor puede notar algo raro en el comportamiento del niño y preguntarle. Hay mucha gente alrededor que puede ayudarle, por eso el niño tiene que saber pedir ayuda cuando pasa por estas situaciones.
¿En su entorno cómo reaccionaron?
—Pasando de puntillas; no quiero sacar más líos de familia. Lo cierto es que no tuve mucho apoyo.
Aun así, ¿haría un canto de esperanza de que en adelante niños y niñas sufrirán menos abusos de todo tipo?
—Ojalá hubiera cero abusos sexuales. Pero esta esperanza no depende solo de la víctima, de la sociedad en que crece; depende también de las personas que fueron víctimas y no cortaron. Es un camino de largo recorrido en el que todas las víctimas han de cortar con el cordón umbilical de la violencia. En las próximas generaciones confiemos en que vaya descendiendo la cantidad de abusos, pero hoy es imposible porque muchas víctimas se convierten en verdugos.
“La gente no quiere ver toda la mierda que hay sobre abusos sexuales en entornos familiares; prefiere esconderlos bajo la alfombra”
“Muchas de las víctimas de maltrato y abusos de todo tipo se convierten en verdugos y se comportan como lo hicieron con ellas”