ace cien años, el escritor, poeta y dramaturgo británico Alan A. Milne regaló en su primer cumpleaños un oso de peluche a su hijo, Christopher Robin, que le inspiraría más tarde para crear al personaje de Winnie the Pooh.
Antes de llegar al Bosque de los Cien Acres, el oso de peluche más famoso del mundo -con permiso de Paddington- aguardó paciente en la estantería de juguetes de los almacenes Harrods bajo el nombre de Edward, hasta el 21 de agosto de 1921, el día que Milne lo escogió. Aunque las aventuras de Winnie the Pooh y sus amigos no vieron la luz hasta 1926, con la publicación del primer cuento, muchos consideran que esta fecha marca el verdadero nacimiento del personaje animado; aunque fue en una visita al zoo de Londres cuando el peluche adquirió su famosa identidad, después de que Christopher se encariñase de Winnie, un oso negro que llegó al Reino Unido de la mano de un teniente canadiense que participó en la I Guerra Mundial.
El osito se convirtió en el compañero inseparable del pequeño y, junto a él y el resto de sus peluches, protagonizaban las historias que su padre le contaba antes de dormir. Un siglo más tarde, estos relatos infantiles ya son universales.
“Pooh, prométeme que no te olvidarás de mí nunca. Ni siquiera cuando tenga cien años. Pooh pensó un momento. ¿Cuántos años debería tener, entonces?. Noventa y nueve. Pooh asintió. Te lo prometo”, dialogan Pooh y Robin en el libro La casa en el rincón de Pooh (1928). Los libros de Milne han convertido esta amistad en eterna y, en el día en el que Robin hubiese cumplido 101 años, se puede afirmar que la promesa no solo se ha cumplido, sino que ha sobrevivido varias generaciones.
Winnie the Pooh tiene todavía un sitio preferente en el corazón de todos los niños del planeta a los que acompañó en su infancia, pero también en librerías como Waterstones, en el centro de Londres, que dedica una estantería en exclusiva a este oso amante de la miel. Según explica a Efe la encargada del establecimiento, Lucy Palmer, para ella Winnie significa “familia”, pues le “vincula” con sus padres y abuelos y le trae de vuelta “esos recuerdos de cuando era pequeña, estaba arropada en la cama y tenía ese tiempo de lectura antes de dormir”.
Milne, que había sufrido en primera linea de batalla los efectos de la I Guerra Mundial, otorgó a través de las historias de Winnie the Pooh una forma de evasión a muchas familias inglesas en tiempos de postguerra. Los efectos bélicos quedaban eclipsados por las aventuras de Robin, Winnie y sus íntimos amigos Piglet, Ígor o Tiger, entre otros; ya que en sus páginas no se hablaba de conflictos, sino de paz, amor, amistad y trabajo en equipo. “Salió en el momento perfecto. Era lo que el mundo necesitaba entonces”, afirma Neil Reed, actual propietario de Pooh Corner (El rincón de Pooh), un “santuario espiritual” en honor a Winnie en Hartfield, el pueblo donde los Milne pasaron gran parte de su vida. El Bosque de los Cien Acres está en realidad inspirado en Ashdown Forest y, a pocos pasos de allí, el Pooh Corner de Reed cobra vida en el que era el refugio favorito del verdadero Christopher Robin: su tienda de chucherías.
Según cuenta en su autobiografía The enchanted places, Robin iba con su burra, Jessica, y “la mujer tras el mostrador no necesitaba instrucciones”, pues siempre pedían un penique de los dulces Bullseyes para cada uno. Reed y su mujer, Samantha, compraron la propiedad en 2019 para evitar su cierre y lo reconvirtieron en una tetería-museo en honor al oso literario -visitado por 45.000 personas al año- que busca extender el legado de Pooh, Hartfield y los Milne los próximos 100 años.