Por unos días vuelve a pisar las calles de esa Gasteiz que conoce tan bien y a la que regresa de manera más o menos periódica. Esta vez, además, bajo el brazo trae un nuevo libro, Vivir es estar mucho tiempo enfermo, la primera parte de una trilogía en la que Roberto Lastre se sirve de su propia vida para recorrer la revolución cubana.

Él, de hecho, llegó al mundo un poco antes. El 12 de octubre de 1958, para ser más exactos. En Camagüey. "En los últimos estertores de la bestia anterior, a mi padre le avisaron que le iban a quemar la casa. Me cogió en una sábana como si fuera una cigüeña, se subió al caballo y nos fuimos. Mi madre vino un día después. Mi padre estaba de enlace entre la guerrilla y quienes estaban en la zona urbana".

Son esos años de niñez, adolescencia y primera juventud los que se recorren en estas páginas. "Es una autobiografía, lo que pasa es que la cuenta un escritor acostumbrado a narrar ficción y este libro se puede leer como si fuera mentira puesto que el estilo es el de una novela", apunta el también responsable de la editorial Arte Activo -fundada en Vitoria-, al tiempo que reconoce que "poder convertir mi vida en literatura es algo que me ha aparecido en un momento de más madurez, de dominio del oficio".

Sobre la base de que "puede parecer ficción pero es una vida real", esta primera entrega de la trilogía tiene como hilo conductor "mis enfermedades". Según los médicos, él estaba destinado a morir a los 20 años. Sus padres creían que no sabía nada, pero él estaba al tanto. "Claro, como sabes eso, haces lo que te da la gana, te comportas sin ningún tipo de vergüenza. Quizás eso ha influido en mi vida. Pero no me he muerto hasta ahora".

Criado en "un barrio lleno de haitianos, jamaicanos, negros ñanigos", esa niñez dibuja en estas páginas una narración contada "al estilo del realismo mágico; cuando uno es niño, está más cerca del encantamiento, vive las cosas de otra manera. Yo iba cogiendo un poco de esas culturas que venían de África y eso hace que la historia sea un poco más mágica". Desde ese plano personal se va a lo general, a ese contexto político, económico y social que se fue creando a partir de la revolución, más allá de que Lastre tenga claro que, independientemente de los países y los sistemas, "lo que no cambia es el ejercicio del poder, que pasa por la redistribución del disgusto. Lo único que hacen los gobiernos es eso. ¿Éste está disgustado? Pues le quito el disgusto y se lo paso a otro. Pero, siempre, siempre, alguien tiene que tener el disgusto".

A partir de ahí, y sabiendo que "relatando mi vida puedo contar mi apreciación de la revolución", el autor va desgranando diferentes aspectos de esta etapa histórica de Cuba, desde "el rigor en el control social de la revolución o la represión" existente hasta "el proceso de emancipación de la mujer, que fue inigualable". En ese escenario, Lastre se pregunta "¿qué pasó para que los buenos propósitos y la buena utopía se fueran a pique?", a lo que responde con estas páginas, hablando de cómo siguió presente "el oportunismo, la mentira de quienes querían ascender para vivir mejor, la utilización del poder para el beneficio personal" y otras cuestiones. Y así, vida personas y vida pública se cruzan a través de la mirada del niño, del adolescente, del joven. De esa persona que escuchaba hablar "de los zombies que creaban los vudús haitianos" de su barrio y ahora habla en su autobiografía "de los zombies que iban a donde les decían, aplaudían el discurso cuando les decían, y se iban cuando les decían".

Sabiendo que "hay cosas que uno recuerda aunque nunca hayan sucedido", el escritor es consciente de que a este lado del Atlántico, Cuba siempre ha sido un punto de referencia. "En el libro cuento algo que la gente no sabe. Hasta el 67, Franco mandaba a Cuba cestas de Navidad para cada familia. Pero ese año, Fidel prohibió la Navidad". De todo ello y más se habla en esta primera parte de una trilogía cuya segunda entrega ya se está construyendo. Hay que vivir y contar. Y, por supuesto, también leer.

"Es una autobiografía, lo que pasa es que la cuenta un escritor acostumbrado a narrar ficción", con todo lo que ello supone

"Lo que no cambia en ningún país es el ejercicio del poder, que pasa por la redistribución del disgusto", apunta el autor