- El legado fotográfico de Margaret Watkins, que podrá verse desde este viernes en una exposición en San Sebastián, obliga a revisar la historia de la fotografía para incorporar a esta mujer “pionera e independiente”, que murió en la pobreza obligada a aparcar su carrera por la intendencia familiar.

Una misteriosa caja sellada que la propia Watkins entregó a un vecino pocos meses antes de morir, sin desvelar su contenido, ha permitido recuperar parte de la obra de esta fotógrafa canadiense, que abandonó la fotografía para cuidar a sus cuatro tías dependientes y que acabó sus días recluida y aquejada de agorafobia.

La comisaria de la exposición, Anne Morin, ha relatado la dura existencia de esta “fotógrafa excepcional”, una mujer adelantada a su tiempo, cuya obra podrá verse en la sala de exposiciones Kutxa Kultur Artegunea, en el centro Tabakalera.

La retrospectiva Black Light, que permanecerá hasta el 30 de mayo, recoge más de 150 fotografías y documentos personales de Margaret Watkins (Canadá, 1884 - Escocia, 1969), recuperados gracias a esa caja negra y misteriosa, repleta de fotografías y negativos, que encerraba en realidad una carrera inacabada por una impostura del destino.

Morin ha explicado que el 90 % del material de la muestra es “inédito” y no había salido nunca de la casa de Jospeh Mulholland, quien se convirtió, sin saberlo, en el consignatario de la obra de su vecina cuya faceta artística desconocía totalmente.

La trayectoria de Watkins como fotógrafa independiente es espectacular, abrió su propio negocio en 1918 y empezó a colaborar con grandes agencias de publicidad y a publicar regularmente en revistas de gran tirada como The New Yorker, al tiempo que ejerció como profesora y su trabajo adquirió notoriedad y fue objeto de numerosas exposiciones, entre ellas la celebrada en el Art Center de Nueva York en 1923.

La repentina muerte de su mentor, Clarence H. White, en 1925 y el litigio judicial con su viuda por unas láminas firmadas del que finalmente resultó victoriosa marcó, en realidad, el declive de su carrera, que terminó en 1928 con su partida apresurada de Nueva York a Europa para visitar a sus tías en Glasgow (Escocia).

“Ese viaje que iba a durar tres meses, se prolongará durante cuarenta años” y Watkins jamás podrá retornar a su casa de Nueva York, donde tenía sus objetos personales y fotografías que continúan desaparecidas, ya que la muerte de su última tía coincidió con el inicio de la Segunda Guerra Mundial, ha relatado la comisaria.

Watkins quedó para siempre recluida entre las gruesas paredes de la casa que recibió como herencia familiar en la que conservó un hilo de contacto con el mundo exterior gracias a su joven vecino, que hizo posible que se conservaran los retratos, los paisajes muertos y los edificios que la artista captó en sus distintos viajes y que conforman la muestra homenaje que se le dedica en San Sebastián.