- Es en el Conservatorio Superior de Danza María de Ávila (Madrid) donde Virginia Larrasquitu sigue desarrollando su destacada trayectoria profesional, aunque la pandemia no impide del todo que responda a las constantes llamadas que recibe desde distintos lugares para ofrecer clases magistrales y cursos específicos. Estos días se encuentra de nuevo en la capital alavesa, en un Conservatorio Municipal de Danza José Uruñuela que la bilbaína conoce bien.

Entrar en una clase, en un ensayo, en un montaje y ver a intérpretes con la mascarilla. Bailar, en esta situación, parece que está mal. ¿Qué tiempos más tristes, verdad?

-Terribles. Es que además nuestra profesión se ha visto muy perjudicada. Es verdad que desde que empezó la pandemia se ha intentado ofrecer formación de danza online ya que hay que seguir trabajando, sobre todo pensando en que el alumnado no desconecte. Pero nunca el salón o cualquier habitación de una casa va a ser propicio para enseñar a bailar. Puedes dar unos conocimientos y hacer un seguimiento, pero no puedes enseñar de una manera online. Lo que se ha tratado es volver a dar clase en los espacios propicios y nosotros en el conservatorio superior de Madrid estamos con muchísimas medidas. La sensación que tenemos todos, por lo menos en enseñanza oficial porque en la privada creo que están todavía más perjudicados con la pandemia, es que estamos trabajando, que ya es un lujo. En otro tipo de enseñanzas, parar y poder hacerlo online puede tener más resultados pero en la danza eso es algo muy complicado. En lo presencial, es muy duro para los alumnos tomar clase con la mascarilla, se sofocan mucho. Tienes que saber adaptar las clases a ese factor, por ejemplo. Pero aún con todo, me siento agradecida por poder ir a trabajar todos los días.

¿Lo peor puede ser lo que se agarrota el cuerpo cuando se para, como pasó en el confinamiento?

-El cuerpo pierde forma física. Pero, y eso lo hablamos en el conservatorio superior en su momento, puede ser hasta contraproducente tomar clases en un espacio que no es de danza por los suelos, por terminar ejercitando solo una forma de hacer y no de otras, por... Y estamos hablando de docencia, pero lo mismo podemos hablar de los bailarines profesionales.

Trabaja con jóvenes que están a punto de salir al mundo profesional y que, a buen seguro, tienen muchos miedos ante eso. Además, las generaciones más recientes están en ese camino entre una crisis económica y una sanitaria, que tampoco es que dibujen el mejor contexto para hacerse hueco en un sector como el cultural, ya de por sí complicado desde un punto de vista laboral.

-Todo lo que tiene que ver con el plano artístico ya es de por sí inestable en ese sentido. Y no hablemos de la danza en este país. En España tenemos muy buena formación. Te puedo hablar de todos los ámbitos, pero por quedarme en el mío, en la danza clásica, desde María de Ávila, que formó a Carmen Roche, Víctor Ullate, Lola de Ávila..., ha habido unos grandísimos profesores que han educado a bailarines que están en todo el mundo. A nivel formativo creo que podemos sentirnos muy orgullosos y puedo decir lo mismo con respecto a la danza contemporánea o la danza española. El problema es que, ya sin pandemia, las salidas profesionales son complicadas. En realidad, el bailarín siempre ha estado un poco preparado para la inestabilidad laboral, lo que pasa es que ahora la situación se ha agravado todavía más. Tengo muchos alumnos, compañeros y amigos en países donde hay muchas compañías y te cuentan que también se están viendo muy afectados. Lo que pasa es que en muchos de estos casos son compañías estatales que están dentro de una política cultural que se va a mantener, y eso da cierta seguridad. En España, como ese sistema lo tenemos muy fraccionado y es difícil, la situación está siendo peor. Que siga la motivación para la formación en danza es complicado en este momento, pero confío en que esto pase y que podamos seguir.

¿Cómo se transmite ese ánimo necesario, esa motivación?

-En Madrid trabajo con muchos alumnos que están haciendo el grado superior y tienen sus pequeñas compañías. Ahí es más difícil porque es verdad que sí tienen algunas representaciones pero todo se hace de manera muy condicionada. Casi no pueden salir y el más mínimo contratiempo puede hacer que tengan que suspender. En formación es diferente. Tienes un ámbito de motivación que es la clase. En el claustro del conservatorio lo decimos mucho: que podamos ir todos los días a dar clase en esta situación es algo de agradecer, algo que nos tiene que motivar a alumnos y profesores. Lo que hacemos es mirar a corto plazo, no proyectarte muy hacia adelante porque eso sí puede ser un foco de desmotivación. Tenemos un día a día para trabajar. Pues a ello. En esto reconozco que soy muy positiva. Cuando nos confinaron no pensaba que podríamos estar ahora dando tantas clases de danza, así que no lo debemos estar haciendo mal.

Es verdad que no es éste un país propicio para el desarrollo de una escena profesional de danza.

-Falta una política cultural que apoye y fomente, pero no solo con respecto a la danza, que es de lo que estamos hablando. En España hay artistas muy interesantes en las artes escénicas, pero es verdad que falta esa política cultural en todo el país que lleve a que haya más inversión pública e incluso privada y que propicie que haya más público. Con respecto a la danza de manera específica, no hay líneas muy definidas. Por ejemplo, con respecto al Ballet Nacional, no es que quiera hablar solo de Nacho Duato, pero él fue quien consiguió llevar la marca España por todo el mundo. Hizo una compañía de autor, eso es así. Y ahora se ha querido que haya más repertorio. Eso está bien. Pero una compañía así, de institución más que de creador, necesita el doble de elenco y de recursos. Todos esos proyectos en grande en España faltan. Claro, si falta el grande, tampoco se van haciendo los más pequeños. Por eso, entre otras razones, nos hace falta una política cultural, una que tiene que venir de todos los sitios. No solo es cuestión del Gobierno. Toda la profesión tiene que ir haciendo esa política, y la educación, y hay que trabajar en la valoración de la cultura... Y eso que en España vamos mejorando, solo que queda mucho trabajo por hacer.

Lo decía porque en 2021 y ante esa red de formación tan buena que destacaba antes, parece extraño que la situación no mejore más.

-Bueno, es que hay que trabajar en distintos caminos. Por ejemplo, tiene que haber distintos espectáculos de danza para diferentes públicos. Y hay que educarnos también para ser espectadores. Todos sumamos. El creador tiene que saber para qué crea, el formador tiene que dar una educación de calidad, el gestor... Es decir, toda la profesión tiene que sumar, cada uno desde su posición.

Para sumar a usted le reclaman de manera habitual de muchos sitios para dar cursos, seminarios y clases magistrales, aunque ahora la pandemia tenga la agenda un poco más parada. Enseñar sí, pero ¿aprende también?

-Mucho. Que alguien tenga la iniciativa de llamarte es algo maravilloso. Llevo casi 30 años enseñando y ahora creo que estoy preparada para dar este tipo de formaciones. Necesitas poso para hacerlo, un recorrido docente. Una de las cosas que más motiva de estos cursos de formato más reducido es poder aportar algo. En estos encuentros, lo que intento es ordenar unos objetivos y unos contenidos dependiendo del nivel, de con qué cursos estés en cada momento. Y me gusta que haya debate cuando trabajo con profesores porque no todo el mundo hace de una manera la danza. Está o bien o mal hecha, pero dentro de esos márgenes no todos la hacen de la misma forma. Eso es muy enriquecedor. De todas formas, todo esto lo tienes que hacer con un determinado talante. Algunas veces, en la danza parece que uno habla y dice la gran verdad. Se consiguen más cosas demostrando que diciendo que algo tiene que ser sí o sí de una manera.

Estos días está tanto con alumnado como con profesorado del José Uruñuela, de un centro del que usted fue parte.

-Empecé a enseñar aquí. En el año 2000 me fui a Madrid, pero estuve aquí desde 1992. En este conservatorio aprendí y empecé un poco a pensar en cómo enseñar. Fue una experiencia buenísima. Me dio mucha pena marcharme pero sí es cierto que en ese momento me apetecía afrontar un proyecto más grande. Aquí pude hacer muchas cosas, experimentar y desarrollar líneas que hoy sigo utilizando. Lo que tengo claro es que por mucho que aprendas a bailar tienes que aprender a enseñar.

¿Ha cambiado mucho la forma de enseñar de aquellos años a hoy?

-En esencia, no. La danza clásica está muy tipificada y tiene unos códigos. Otra cosa es que ahora sí que tenemos que pensar que el bailarín que sale de un centro tiene que ser más versátil, sin pretender abarcar todos los campos. Cuando enseñas a bailar clásico, tienes que complementar eso. Lo que sí cambian son las generaciones de alumnos y te tienes que saber adaptar a eso. No me parece que sean peores los alumnos de ahora, como dicen algunos. Si la danza clásica es algo, es disciplina y ahora las nuevas generaciones quieren coger todo muy rápido por toda la información que tienen. Pero si tienen pasión por lo que hacen, y un alumno tiene pasión cuando ve que su cuerpo avanza, los estudiantes de hoy se motivan igual que los de hace 30 años.