Tras sorprender en 2011 con su ópera prima Bi anai (Dos hermanos), Imanol Rayo (Pamplona, 1984) regresa a la gran pantalla con Hil Kanpaiak (Campanas a muerto). "Es un director diferente", asegura Itziar Ituño (Basauri, 1974), protagonista del largo junto a Eneko Sagardoy y Yon González. En una pausa del rodaje de la última temporada de La Casa de Papel, la actriz desgrana las claves de este thriller, con tintes de tragedia clásica, cuyo detonante es el hallazgo de unos huesos en el terreno de un caserío familiar, que reabrirán heridas del pasado sin cicatrizar.
¿Qué le atrajo en un primer momento de Hil Kanpaiak cuando el guion llegó a sus manos?
-La verdad es que no conocía el libro en el que se basa -la novela de Miren Gorrotxategi- y lo que más me gustó quizá fue el ambiente. La historia también me enganchó, pero el ambiente que generaba el guion al leerlo me enganchó mucho... Y el personaje, por supuesto.
Su personaje es Karmen, una mujer que vive con su marido en un caserío donde encuentran los huesos humanos, enterrados en el jardín. Además de ser ella uno de los pilares de la historia, ¿cómo definiría a su personaje?
-Es una mujer que ha sufrido mucho desde bien joven y que tiene un punto de desarraigo. Ha ido a parar a ese caserío quién sabe por qué, probablemente ella ni siquiera sea de ese pueblo... Ha aterrizado ahí, ha tenido mala suerte en lo emocional y se ha conformado con lo que la vida le daba. Se ha tratado de amoldar, pero lleva dentro una herida muy grande y una rabia y unas ganas de vengarse por todo lo que le va sucediendo... Tiene una coraza muy grande, pero por dentro es como un polvorín. Es un poco la bruja de la historia, la sorgina.
Un polvorín contenido, introspectivo, ya que en la película no es protagonista la palabra. De hecho, dice Imanol Rayo que este es un largo guiado por las miradas. ¿Cómo fue la construcción del personaje, desde este punto de represión?
-Fue un ejercicio de mucha contención. Se nos pedía contener todo ese batiburrillo de sentimientos y tratar de poner cara de póker. Lo que ocurre es que a través de los ojos se lee todo lo que está pasando. Ha sido muy interesante trabajar con Imanol.
Mencionaba antes que le atrajo el ambiente que recreaba el guion y en pantalla nos encontramos con una atmósfera oscura, densa, que parece pegarse al espectador.
-Sí, es un ambiente que te deja pegado y se te queda. Tenemos un ambiente rural, con una parte fría, los personajes también son así... Y hay muchos saltos en el tiempo en el mismo lugar. Se hace una composición del pueblo en el que suceden las cosas sin siquiera haber visto el pueblo entero, es muy fuerte: en la cabeza construyes ese entorno y ese ambiente con muy pocos pedacitos.
El juego fragmentado está en los encuadres, jugando con el fuera de campo y aquello que no se ve en plano, como en la construcción de la historia, en un viaje temporal entre pasado y presente. ¿Es una película que reta al espectador?
-Sí, no te deja que te duermas. Al principio igual descoloca, pero creo que se sigue bastante bien la historia, porque al final entras en la convención de ese juego de tiempos y vas entendiendo la historia en su totalidad.
¿Cómo definiría el cine de Imanol Rayo?
-Es un director diferente. Él tiene muy claro cómo quiere contar las historias, qué tipo de planos utilizar y qué lenguaje audiovisual usar. Y también qué es lo que quiere ver en cada secuencia. Ha sido un trabajo muy curioso y ensayamos mucho, pero es verdad que nos ha dejado la parte interior de cada personaje a la motivaciones en cada actor. Nos pedía ese ejercicio de contención hasta la más mínima expresión, pero a la vez algo tiene que pasar por dentro y esa parte era totalmente nuestra. Ha sido complejo el rodaje, con tantos saltos en el tiempo, pero fue raudo y veloz.
Gran parte de la historia transcurre en el caserío familiar donde viven Fermin y Karmen y es ella quien parece llevar las riendas de la casa, pero como ya ha defendido anteriormente, ese matriarcado que algunos ligan a la cultura vasca, ¿queda sólo en el hogar?
-Siempre se ha pintado un poco el matriarcado vasco, como si existiera actualmente y hubiese existido hace unas décadas y no es así. Es cierto que la mujer ha tenido su peso en la familia a la hora de administrar y decidir muchas cosas, pero social y políticamente, no. Diría que generalmente las etxekoandreas, o las mujeres que han cargado a sus espaldas con toda la responsabilidad que significa llevar adelante una casa y unos hijos, ha sido más como sacrificio y el gran trabajo de administrar todo eso. Una gran responsabilidad más que un poder. De hecho, Karmen lleva la carga de todo un caserío sin ser suyo, porque es de los dos hermanos... Y aún así ella continúa, va hacia delante como bien puede dentro de una sociedad rural muy marcada por el catolicismo, por la iglesia, por las creencias... Todo eso también se cuestiona en la película.
El filme está rodado en euskera y se estrena hoy, día que comienza Euskaraldia, la iniciativa que busca fomentar el uso del euskera. ¿Qué supone para usted el rodar en esta lengua?
-Estoy encantada. Es cierto que estoy cómoda tanto en euskera como en castellano, pero rodar en euskera para mí es especial, porque sigue siendo una lengua en peligro de desaparición y todo lo que se haga en euskera contribuye a que sea más saludable y a que esté cada vez más viva. Aparte, es la lengua con la que me defino, es la lengua de mi pueblo, de mis ancestros... Me gusta trabajar en euskera y el euskera navarro ha sido un reto (risas). Yo hablo bizkaiera y batua, pero las zetas por ejemplo... (risas).
Ahora mismo se encuentra rodando la última temporada de La Casa de Papel. ¿Qué puede avanzar del final a este proyecto?
-Bueno, de la trama no me dejan contar nada y tampoco sabemos el final aún... Pero estamos trabajando mucho, con todas las medidas de seguridad en estos tiempos de pandemia. Estaremos unos mesecitos más para poder terminar esta última parte y creo que ahí concluye La Casa de Papel (risas). Nunca se sabe, pero en principio termina ya, así que a darlo todo con esta última.