- Historia de nuestro cine, en La 2, recordará a Luis García Berlanga en un programa doble titulado 10 años sin Berlanga, que incluirá dos de sus películas más aclamadas: La escopeta nacional (1978) y El verdugo (1963). En el coloquio participarán José Luis García Berlanga, director de cine y publicidad e hijo del maestro; Mónica Randall, actriz, una de las protagonistas de La escopeta nacional; y Fernando Méndez-Leite crítico, historiador y director de cine.
Berlanga siempre lo tuvo muy claro: “Uno necesita hurgar y rascar en la sociedad y decir lo que no le gusta pero, al mismo tiempo, hacer reír, como exige la comedia. La mitad de mis películas estaban destinadas a hacer reír y la otra mitad a decir alguna cosa sobre este entorno que a uno le ha tocado vivir”. A lo largo de más de cuarenta años el director valenciano cumplió fielmente esa máxima con películas que diseccionaron la sociedad española con la precisión del más hábil de los cirujanos pero provocando, a la vez, una sonrisa o carcajada en los espectadores. Sus historias parecían inverosímiles, pero a todos les parecían cercanas y reales. “Yo estiro la verosimilitud hasta el límite extremo, pero sin llegar nunca a que sea una farsa”, solía decir. Por eso eran perfectamente creíbles.
Hoy se cumple una década de su fallecimiento y TCM ha decidido recordarle todos los viernes del mes emitiendo algunas de sus películas como La vaquilla, Patrimonio nacional, El verdugo y Plácido. Títulos intemporales que han influido en varias generaciones de cineastas españoles como Pedro Almodóvar, Santiago Segura o Alex de la Iglesia. Además, hoy toda la programación de tarde y noche del canal está dedicada a este realizador: a las 18.14, La vaquilla (1985); a las 20.13, Patrimonio nacional (1981); a las 22.00, El verdugo (1963) y a las 23.29, Plácido (1961).
En 1953, Berlanga se consagró con Bienvenido, Míster Marshall, un film que se ha convertido, con el devenir de los años, en uno de los títulos fundamentales del cine español y que, sin embargo, a él no le convencía demasiado. “Nunca me ha entusiasmado. Reconozco que los treinta primeros minutos son espléndidos de ritmo. Ahora bien, cuando llegan los sueños, me parece horrorosa porque rompen su ritmo y se mete en unos territorios que la joden bastante”. En Plácido y El verdugo retrató las miserias personales, económicas y sociales de la España de los años 40 y 50 y en su trilogía Nacional, los tejemanejes del franquismo y de la transición. Y todo con un estilo cinematográfico propio, utilizando sus famosos planos secuencia; con guiones escritos mano a mano con Rafael Azcona y utilizando a un grupo de actores que se movían con inmensa comodidad ante las cámaras. “Se ha llegado a decir que yo dirijo muy bien a los actores cuando lo que hago es no dirigirlos. A un Agustín González o a José Luis López Vázquez, aunque hubiera querido, no necesitaba decirles nada. En lo que sí me puedo poner una medallita es en escogerlos”.
En los últimos años de su vida se encontraba triste y escéptico por el rumbo que estaba tomando el cine. “Cada vez que veo esas cosas que están hechas con ordenador, las galaxias esas, huyo del cine… Para mí, que un bolígrafo ya es un aparato tecnológico, fijaros lo que es hacer que vuele un hombre o que explote su cabeza. No puedo aguantarlo. Hay que hacer películas del vecino de la escalera. Pequeñas historias que le puedan pasar a cualquiera”, afirmaba. Además, padecía, según él, una censura mucho más cruel que la que había sufrido durante el franquismo. “Estoy perdiendo la memoria a unas velocidades aceleradas y esto sí que es una censura a lo bestia y que me tiene más cabreado que cuando el señorito Franco decía: Berlanga no es comunista. Es mucho peor. Es un mal español”.
El cine de Berlanga sigue siendo profundamente actual y eso se podrá comprobar con las películas que se emiten hoy. En todas se encuentra esa esencia de lo español que él supo retratar como ningún otro. Incluso anticipándose, en numerosas ocasiones, a lo que después iba a ocurrir. Algunas de sus últimas declaraciones parecen dichas ayer mismo en mitad de esta pandemia. “La soledad va a ser la solución de este siglo y del que viene. Ser dueños de nuestra soledad y no tener que formar parte de colectivos como iglesias, partidos políticos y organizaciones. Y que todos y cada uno de nosotros intentemos que nuestro territorio personal pueda ser combativo”.