e acabó el verano, se acabaron las vacaciones, se acabó la chufla, pero continúa la maldita pandemia y secuela de enfermos, fallecidos, infectados en un largo rosario de cifras que no tiene fin y que los medios machacan jornada a jornada.
Radios y televisiones recuperan el pálpito, más o menos regular del comienzo de las temporadas audiovisuales, y los banquillos de las empresas vuelven a llenarse de profesionales que han tenido oportunidad, breve pero ocasión propicia para mostrarse profesional con micro y cámaras.
Las programaciones de verano son productos de temporada que duran poco y sirven para sestear y cumplir con mayor o menor dignidad en la cita diaria con los clientes. Es oportunidad menor para que los suplentes del banquillo toquen la gloria aunque sea someramente.
A lo largo del verano, las pantallas ofrecen rostros nuevos en periodo de pruebas camino de buscarse un lugar al sol mediático mientras que las estrellas de las cadenas relajan músculo y se preparan para una nueva batalla en pos de audiencia y dineros publicitarios.
Vuelven los maestros de la pista, los presentadores de lujo, los animadores del cotarro con la obligación de ganar a la competencia en una encarnizada pelea punto violenta, forzando los géneros, mixtificando los formatos y apretando el acelerador de las exclusivas. Pocas novedades en el arranque del nuevo ciclo y viejos nombres repetidos de Quintana, Vázquez, Grisó, Arús o Ferreras, que toman el relevo del banquillo veraniego con ilusión y ganas de hacerse con el personal consumidor por que llega el momento, un otoño más, de gritar aquello de artistas a la pista que comienza la función.