egado a la tierra y a la historia, casa, tierra y ganado, unidad económica y familiar, orgullo y envidia. El caserío es/fue la más íntima relación con el medio físico. La búsqueda ansiosa del emplazamiento, la piedra y la madera como materia natural, el abrigo del viento y de las aguas, sobre él va/iba a asentarse el sustento y el individualismo.
La descripción es simple y repetitiva: la casa, con dependencias para todo; en torno a ella, la huerta; un poco más allá, el campo de labranza; subiendo por las laderas, la hierba; y, por fin, el monte en todo o en parte que, ya hoy, quedó condenado a ser pinar.
Cayeron con el tiempo y la desidia las cercas empedradas, y unos ariscos alambres de espinos delimitan lo que es mío y no tuyo y que nadie lo rebase.
La cuadra la comparten vacas y terneros, madres e hijos; a ellas las ordeñan sólo manos pobres, que las ricas dejaron paso libre al desamor de la máquina; a ellos los engordan con compuesto, para feria o matadero. Unas pocas gallinas rebuscan por libre mientras algún cerdo engorda para casa. Quien puede y tiene suerte, suma al haber un rebaño de ovejas en el monte.
Dura vida, labor sin prisa pero sin pausa, tarea continuada que en invierno es leña y en verano hierba. Espanta a las nuevas generaciones de fiebre de sábado noche, pero a ella se aferran como puerto seguro de la propiedad troncal, indivisible e intransferible a sangre ajena.
Datan los expertos de tiempos prerromanos esta variedad de poblamiento, y adoptada tan segura forma de vida nuestros antepasados la ampliaron y perduraron. Minifundio de por sí, nunca admitió más herederos que un único descendiente. Más que las vicisitudes, las miserias de la historia, pusieron estas propiedades en títulos de nobleza cuyas manos jamás notaron la aspereza del apero y el perfume del estiércol. La vida da vueltas, y retorna el caserío a quienes lo trabajan pasando el arriendo en moneda o en especie a donde debe, a costa de desesperados e injustos justiprecios.
Al caserío le vinieron la competencia y los cantos de sirena. Se mudó o se simultaneó la azada por el torno, la abarca por la bota y la blusa por el anorak. Llegó la tentación de la nómina y las vacaciones pagadas, y el camino se hizo corto hasta el taller. Llegó el conocimiento de la diferencia entre vivir y sobrevivir. Llegó el pluriempleo como ganga y se acabó con el recurso a la emigración, al seminario o al servicio doméstico.
El ciclo dio la vuelta, bromas de la historia, y se repitió el retorno a la casa del padre a golpe de paro y de quiebra. El caserío subsiste, ojalá que para bien, con su desorden productivo en los planings de la macroeconomía, con su insolidaridad para fuera de las mugas y su solidaridad para dentro, con los mil problemas para adecuar en la historia lo que nació antes de la historia.