Hace 600 años el Filippo Brunelleschi empezaba a construir una enorme cúpula para la catedral de Florencia, una obra que muchos veían imposible y que sin embargo culminó, maravillando e intrigando al mundo hasta nuestros días.
"Se trata del manifiesto de la arquitectura renacentista y humanista. Brunelleschi realizó la obra más importante del mundo en el siglo XV y logró acabarla con su genial intuición", explica a Efe el actual responsable técnico de la catedral, Samuele Caciagli.
La cúpula de la catedral de Santa María del Fiore, símbolo de la histórica capital toscana, llega a su sexto centenario en medio de la pandemia de coronavirus, que aguó las celebraciones previstas.
Brunelleschi ante un desafío titánico
En los albores de aquel siglo la rica y próspera Florencia se obstinaba en concluir su principal templo, empezado en 1296 con el diseño de Arnolfo Di Cambio. Por entonces faltaba la cúpula y la lluvia y el viento roían sus enormes naves y sus altares.
El reto era colosal porque se debía construir ni más ni menos que la cúpula más grande del mundo, pero no por vanidad, sino por una desviación en el seguimiento de los planos.
Con el paso de los años la construcción se había separado del diseño original y su crucero resultó mucho más grande de lo previsto, por lo que requeriría una cúpula de dimensiones mucho mayores.
Ante el problema, en 1418 se lanzó un concurso público para recibir propuestas, muchas disparatadas, y entre todas se impuso la del arquitecto, matemático y orfebre Filippo Brunelleschi.
En primer lugar tuvo que convencer al tribunal del concurso. El ingeniero, poco conocido, les prometió realizar la obra sin necesidad de andamiajes internos, evitando talar bosques enteros para las vigas.
Cuando le preguntaron por sus planes se negó a desvelarlos por temor a los plagios y cuentan que, para ganarse su confianza, logró poner un huevo en pie sobre una mesa. La obra finalmente fue encargada a Brunelleschi, auxiliado por su gran rival, Lorenzo Ghiberti.
Así, el miércoles 7 de agosto de 1420 se ponía la primera piedra y, para celebrarlo, el clero florentino ofreció un banquete a los constructores en el que se descorcharon preciados vinos de la zona.
Un prodigio de la técnica
La construcción de la cúpula duró dieciséis años (1420-1436): Su diseño pasaba por levantar dos "cascarones", paralelos y uno dentro del otro, que descargan su peso en un tambor de forma octogonal.
Brunelleschi, ducho en la relojería, ideó toda suerte de puentes y máquinas que evitaron recurrir a andamiajes internos para levantar la cúpula, un "secreto" que muchos aún tratan de comprender.
Desde su base, en el tambor, el arquitecto fue elevando la cúpula de fuera a adentro, entrelazando en forma de espiral miles de ladrillos a espina de pez, técnica ya utilizada en la antigua Roma.
Desde el exterior es reconocible por su aspecto puntiagudo, al que contribuyen las ocho velas de teja roja que la cubren, unidas por ocho nervios de piedra blanca y una inmensa linterna en lo alto, la única parte que Brunelleschi no vio antes de morir en 1446.
Desde entonces la cúpula se eleva sobre los palacios florentinos con su altura de 114 metros (36,6 metros desde su base), coronando el valle del río Arno.
Su conclusión fue inmediatamente celebrada como una auténtica proeza: "Esta estructura tan grande, erigida hacia el cielo, podría cubrir con su sombra a todos los pueblos toscanos", elogió uno de los humanistas del momento, Leon Battista Alberti.
Origen de la prevención de riesgos laborales
En otro orden de cosas cabe destacar que el arquitecto prestó una atención casi "maníaca" a la seguridad laboral. Tal es así que en los archivos solo consta una persona fallecida, por una caída.
Los trabajadores pasaban mucho tiempo en la altura y por eso se indicaron normas que evitaran los incidentes. "Puede que sea el primer documento sobre seguridad en las obras", apunta Caciagli.
Por ejemplo se crearon parapetos para frenar las caídas al vacío y se llegó incluso a regular las cantidades de vino que los trabajadores podían beber en los almuerzos, mezclándolo con agua.
Por otro lado, para reducir el traslado de la mano de obra, se construyeron auténticas tabernas en los andamios exteriores de la cúpula, donde se repartían viandas o se descansaba. Una de las frutas más apreciadas en el estío eran los "poponi", los melones.
Un tesoro arquitectónico que conservar
La cúpula es "el tesoro" de Florencia y por eso cada día un equipo de arquitectos, técnicos, electricistas y restauradores se afanan en controlar constantemente su estado. En estos momentos "la cúpula está muy bien", asegura el arquitecto.
Ahora se concentran en realizar un sistema eléctrico que mejore su iluminación y garantice su seguridad y en los pasados meses los trabajadores de la catedral se descolgaron con arneses para realizar "pequeñas labores de mantenimiento" en su superficie.
Cada día además es controlada desde el punto de vista estático, habida cuenta de que toda Italia, especialmente su centro, es una sensible zona sísmica, y cada seis horas un sistema envía datos para mostrar si ha sufrido lesiones o deformaciones estructurales.
Todo para que el mundo del futuro pueda seguir apreciando toda una proeza, que aún hoy desafía al ingenio desde las alturas de Florencia.