- En los años 80 no existía Instagram, pero cualquiera con ambiciones artísticas sabía que el fanzine eran el canal con el que compartir cualquier ambición artística. Rockocó y otras de Miguel Trillo, el excepcional retratista de La Movida, reflejan la vibración de una época en una exposición en Madrid. "Eran mi brazo armado anónimo", dice Trillo sobre las legendarias Callejones y avenidas y Madrid, las calles del ritmo, publicaciones que nunca quiso firmar y a las que no quería poner su cara, pese a la insistencia de Paloma Chamorro que siempre quiso entrevistarle.
La publicación hablaba por sí sola: mods, punks, siniestros, rockeros, teddy boys o heavys. Cada tribu urbana que surgió en la noche madrileña desfiló ante el objetivo de Trillo y acabó retratada en aquellas publicaciones con sus melenas desbocadas, su particular estilo y su deseo de libertad en una España que luchaba por deshacerse de la herencia de la dictadura.
Rockocó fue la primera y como el resto, son ediciones que hubiera sido imposible que viera la luz durante el Franquismo, explicó ayer el fotógrafo durante la inauguración de la exposición La Primera Movida, que permanecerá en el Círculo de Bellas Artes de Madrid hasta el 25 de octubre.
La muestra incluye, además de Rockocó (1980-1984), ediciones originales de Callejones y avenidas (1985-1987) y Madrid, las calles del ritmo (1986), procedentes del Archivo Lafuente. Trillo (Campo de Gibraltar, 1953) se mudó joven a Madrid y se dedicó a retratar aquella inesperada escena musical nocturna que acababa de surgir y que desde luego no era "la banda sonora que se esperaba de la Transición".
La capital, Madrid, y los cambios en su escena musical fueron el principal interés del foco de la nueva generación de fotógrafos que integró el autor, junto a nombres como Alberto García-Alix o Pablo Pérez-Minguez, y que quería "romper con el pasado". "Nos acostumbramos a aquella España que olía a pueblo -explica-, por eso no queríamos salir de Madrid, solo queríamos estar aquí".
Cuando hizo estas ediciones todavía no se consideraba un fotógrafo profesional pero sentía la necesidad de "crear" con su cámara y de mostrar su trabajo: "Es como si hoy hicieras fotos con el móvil, pero no pudieras compartirlo en Instagram".
Los fanzines los confeccionaba como si fuera un álbum de cromos: pegaba las fotos, cortaba palabras para los textos y los pegaba a mano, luego los fotocopiaba y los repartía en las salas de conciertos, las tiendas de discos y el Rastro madrileño. Al principio texto y foto comparten protagonismo, pero poco a poco, la foto gana peso. Su importancia como testigo de una época es tal que Rockocó forma parte de la colección permanente del Museo Reina Sofía.
En las de la exposición, todas ellas en blanco y negro, se puede ver posando a los protagonistas de toda una generación.