Cuando a los 13 años Juan Marsé dejó la escuela para entrar de aprendiz en un taller de joyería, en los plúmbeos años de la posguerra, aquel niño no podía siquiera imaginar que el destino le había elegido para ser un orfebre de la memoria, en especial de quienes fueron derrotados en la contienda española.
Más que un novelista, Marsé siempre se consideró un narrador, alguien destinado a recuperar los recuerdos de la Barcelona de su infancia y de su juventud, en especial la de los habitantes del barrio obrero del Guinardó donde se crió, tras ser adoptado por una familia de clase trabajadora.
La obra del escritor está especialmente vinculada a esa Barcelona casi olvidada, inframundos poblados de canallas y perdedores, un entorno y una época cuya memoria individual y colectiva "estaba secuestrada", según consideraba Marsé, que se propuso recuperar unas vivencias que "oficialmente no habían existido".
"La memoria es todo para mí. Tanto recuerdas, tanto vales", afirma la protagonista de "La oscura historia de la prima Montse", o lo que es lo mismo para Juan Marsé: "Sin memoria no somos nada".
En su discurso al recibir el Premio Cervantes volvió a referirse a la memoria "sojuzgada, esquilmada y manipulada" durante la posguerra, y llegó a sentenciar que "el olvido y la desmemoria forman parte de la estrategia del poder".
Pero Marsé conoce también las distorsiones y trampas de la memoria, y cómo nuestra percepción se construye de hechos reales y recuerdos inventados, unos materiales que el autor engarza con precisión en sus obras, como buen orfebre literario, y que tienen su mejor expresión en las denominadas "aventi", un constate inventar diferentes versiones de un mismo suceso.
Influenciado en sus inicios literarios por el realismo social imperante en la época, una de las constantes de Marsé es su crítica a la burguesía catalana y el permanente conflicto entre las clases sociales, que impide a los personajes traspasar las fronteras de su mundo.
Esa crítica sarcástica se traslada a los jóvenes de la burguesía que buscan reafirmar su supuesto progresismo relacionándose con sus congéneres proletarios, aunque la brecha que les separa acabará mostrando que los dos espectros sociales son irreconciliables.
Hombre de carácter reservado, serio, casi taciturno, reconocía que le daba apuro hablar en público, comentar aspectos de su literatura y asumir un papel en la esfera intelectual, pues rehuía de las "capillitas" y modas literarias, y disfrutaba de su total independencia como autor.
Esa imagen de tipo huraño y difícil reconocida incluso por su entorno más próximo era más un papel construido de "puertas afuera", según las personas de su ámbito familiar, en el que se sentía cómodo, especialmente cuando, encerrado en su despacho de Barcelona o en el de su casa de Calafell (Tarragona), se dedicaba a su oficio de fabulador.
Pese a no ser muy hablador, cuando lo hacía no tenía pelos en la lengua y sonados fueron sus duros enfrentamientos y agrias polémicas con escritores como Francisco Umbral, Juan Goytisolo o Baltasar Porcel, así como su dimisión como jurado del Premio Planeta en 2005, tras tildar de "fallida" la novela que resultó ganadora.