- Con dos meses de retraso ayer llegaba a las librerías la cuarta novela de la escritora de Llodio -además de periodista, guionista y profesora de narrativa y escritura creativa- Txani Rodríguez. Se titula Los últimos románticos, se ha publicado a través de la editorial Seix Barral y a cada ejemplar acompaña una faja en rojo en la que plumas consagradas como Bernardo Atxaga, Karmele Jaio y Manuel Jabois dan su parecer.

"A Juan, por situarme frente a la imagen de la que parte este libro". Dedicatoria curiosa.

-Es un conocido mío que trabaja en una fábrica de papel cerca de Llodio y, un día llegó a casa con una bolsa llena de los rollos que la empresa entrega a cada trabajador como regalo mensual. Yo sabía que en esa empresa elaboraban tres productos muy concretos: papel sábana para las camillas de quirófanos o consultas médicas; servilletas de papel para cadenas de restaurantes de comida rápida; y papel higiénico industrial para gasolineras. Y pensé: aquí hay algo que me pone muy nerviosa, ¡es nuestra vida moderna en una bolsa: gasolineras, comida rápida y hospital!. Así surgió la ocupación de mi protagonista, Irune, una empleada de una fábrica de papel, que trabaja en la sección de papel higiénico. Y sí, es algo muy premonitorio lo de los rollos de papel higiénico, porque está escrito desde muchos meses antes de empezar a oír hablar de coronavirus. Sin quererlo me ha salido una novela muy post pandémica (risas).

También dedica el libro a todas las personas "que fueron amables conmigo alguna vez". ¿Son un rara avis?

-El mundo que conocimos está extinto o a punto de desaparecer. Mi padre trabajó en Aceros de Llodio y toda la solidaridad que hubo durante las huelgas en lucha por la permanencia de la empresa, no solo entre trabajadores afectados, sino en todo el municipio resulta impensable hoy día. Nos hemos vuelto muy individualistas, aquí cada cual va a lo suyo y eso lo he querido reflejar en Irune, la única de toda una empresa que, aún no afectándole para nada la situación de unos huelguistas, se pone a apoyarles poniendo en riesgo su puesto de trabajo. Y eso es algo que se puede extrapolar a cualquier comunidad de vecinos. Antes eran gente muy cercana, entrábamos y salíamos de la casa de la vecina como si fuera la nuestra€ esa forma de vida se ha perdido. Con el confinamiento nos hemos enterado de quién vive en frente y cómo se llama€ es muy triste y, sobre todo, cuando se trata de gente mayor que necesita ayuda o está muy sola. Otra cosa que se ha perdido es el paisaje, no solo de forma estética o visual, va mucho más allဠy ¿me preguntas si hay amabilidad?. Claro que la hay, en general, somos amables, y también lo plasmo en la novela en el periplo médico que debe hacer Irune, y toda la gente anónima que la calma ante el miedo a la enfermedad. Ser amable no cuesta nada y es muy reconfortante para quien la recibe, sobre todo si está asustado, y es algo muy valioso que yo también me he encontrado en mi vida personal. Lo que faltaría es dar un paso más y comprometernos. Parece que en estos tiempos la maldad está más prestigiada que la bondad y hay que darle una vuelta a eso. No se es más tonto por ser bueno. A menudo confundimos inteligencia con maldad.

¿Y quedan románticos?

-El título del libro se refiere a un romanticismo más en el sentido filosófico, no a ese lado posesivo del amor romántico. Es el período que sucedió al aburrido neoclasicismo y que alentó la creatividad, la originalidad individual€ también fue un tiempo muy melancólico, de mirada intensa al pasado, a la Edad Media. La melancolía, la nostalgia están bien en su justa dosis, pero sobre todo hay que mirar hacia delante. Quedarse atrapado o anclado en una infancia feliz, o en cualquier otra etapa pasada feliz, puede ser una trampa mortal para el ánimo. Es una de las tesis del libro, sino la principal, el tiempo pasa y nos va arrebatando personas queridas, juventud€ pero hay que seguir. A Irune le cuesta mucho cortar el cordón umbilical, con una crisis existencial de calado que no relato, pero que se intuye desde la primera página. Y es que esa no era la historia, la historia es que lo hace, que le cuesta, pero logra soltar amarras.

¿Cuánto hay de Txani en Irune?

-Irune tiene cosas de Txani, por supuesto, pero es distinta, un personaje ficticio al que, en cuanto le encontré la voz, me facilitó muchísimo el trabajo. De hecho, por eso está escrito en primera persona y ahora releo la novela y siento como si la hubiera escrito ella y no yo. Tiene un contacto con la realidad muy particular, está muy sola y no contrasta, por eso ve el mundo de forma un tanto estrafalaria, resulta estrambótica y va por libre, como dando tumbos, pero de alguna forma acierta y se va colocando en la dirección correcta. Txani también es un poco hipocondríaca, siempre me ha gustado la soledad y, a veces, me siento incomprendida, porque actitudes que me parecen de lo más normales resultan pasadas de moda.

¿Llodio es su musa o quería hacerle un nuevo homenaje?

-Supongo que me siento cómoda escribiendo con un paisaje de fondo que me conozco al dedillo, porque siempre he vivido aquí, aunque me permito muchas licencias. En Los últimos románticos también está ahí el Llodio de mi infancia y juventud, con la lucha obrera en Aceros, el antiguo cine que aún luce los carteles de las películas de la época que cerró, u otros guiños más recientes como los restos de amianto, la larga lista de espera para el único ginecólogo del entorno€pero con un codazo, porque aquí nunca ha habido fábrica de papel ni tanto eucalipto.

Otro tema recurrente en su trabajo, por cierto, es lo medioambiental. ¿Debería estar prohibida esa manía de cambiar las cosas de sitio que tan de quicio saca a Irune?

-Es peligrosa, como poco. La lió bien el misionero gallego que trajo las simientes de Australia. El rendimiento económico de este tipo de plantaciones forestales es evidente, pero eso lleva a que lo autóctono desaparezca con todo lo que implica que, como antes decía, no es una mera cuestión de estética del paisaje. Hay que usar la tierra con cabeza y ayudar más al sector primario, ellos son los que mantienen vivo nuestro entorno. Luego todos nos llevamos las manos a la cabeza ante cualquier noticia que leemos de río contaminado, incendio en tal selva, invasión de plásticos en el mar€. Pero no hacemos nada por remediarlo.

Miguel María López. ¿Cómo se le ocurrió articular la trama en torno a una voz al otro lado de la línea?

-Como Irune no tiene casi amigos, se me ocurrió darle protagonismo a este operador de Renfe al que llama furtivamente para consultar horarios de trenes que nunca llega a tomar. Es su válvula de escape, casi un amigo invisible en el que encuentra el consuelo que muchas veces no te da quien tienes cerca y pasa de ti. En esta pandemia también se ha ofrecido apoyo a personas, sobre todo mayores que viven solos, a través de servicios de apoyo telefónico activados desde los ayuntamientos y a mí también me han ayudado amigos por teléfono, con unas palabras de aliento en ese momento de bajón o lo que sea. De esa idea surgió este personaje, alguien que llega a tener con Irune una conexión muy especial. Es una unión de dos almas gemelas difícil de explicar, porque por un lado puedes pensar ¡qué bonito y romántico!, pero por el otro, ¡menudo bicho raro que es esta mujer!. De hecho, lo es, funciona por impulsos y se rige por las reglas y valores del viejo mundo: al que pertenece el grupo de huelguistas y sus propios padres. Son su legado.

¿Y qué me dice de Paulina?

-Ella es la vecina mayor, y la protagonista de la parte más dura y triste de esta historia. Un personaje que me gusta mucho porque está lleno de contradicciones. Es lo poco que queda de aquellas comunidades de afectos trenzados, que hoy ya no existen, porque nadie quiere saber de problemas ajenos por no meterse en líos. Irune lo hace, se preocupa, pero su actitud es recriminada por el resto del vecindario. Al final reacciona, decide actuar sola y llega tarde, pero reacciona€ y eso afecta al resto de facetas de su vida, ha despertado, ha roto amarras, ya no hay marcha atrás, solo queda avanzar hacia delante.